Bip, bip, bip…el ruido de la alarma del móvil irrumpió en el silencio del amanecer lluvioso de un día de finales de abril. Salomé extendió la mano para apagarlo y se levantó cansada y a regañadientes, pues la noche anterior había estado jugando varias partidas de un famoso juego de palabras en línea en su iPad hasta altas horas de la madrugada. Tras pasar por el salón y encender el televisor, llego a la cocina y calentó un café y un cacao en el microondas, mientras conectaba el tostador. Minutos después llamo a su hija, Alba, de doce años, y desayunaron juntas viendo la tele. 

Salieron de casa con el tiempo justo, en el trayecto del ascensor Salomé dijo a Alba que se pusiese la gabardina, y prácticamente esas fueron las las únicas palabras que cruzaron hasta llegar al colegio de Alba. En el trayecto, casi treinta minutos repletos de voces graves hablando de política y meteorología, los limpiaparabrisas acompasados limpiaban las gotas que parecían lágrimas ante el denso silencio reinante entre madre e hija. Salomé continuó veinte minutos más, con el mismo ruido de fondo, sólo interrumpido por una llamada de trabajo, contestada con el manos libres.

En la oficina, el día transcurrió largo y monótono entre el ordenador, el móvil, el fax y la fotocopiadora; tan sólo interrumpido por los minutos en los que Salomé devoro un bocadillo frente al ordenador, mientras respondía correos que no cesaban de aparecer en su bandeja de entrada. Aparte de los buenos días y hasta mañana, las únicas palabras intercambiadas con sus cuatro compañeros del departamento fueron estrictamente de asuntos laborales, hasta la salida ya bien entrada la tarde.

El día de Alba también transcurrió lento, tras el largo horario escolar y la clase de informática, hizo su tarea ayudada de su traductora electrónica y su PC, y seguidamente una hora de videojuegos; mientras, Pablo, su padre, escuchaba música en su iPod. Salomé llegó a casa tarde, cansada, y tras una cena apresurada los tres frente al televisor, intercambiando breves comentarios sobre los personajes que aparecían en el telediario y los numerosos productos anunciados después; Alba se fue a dormir no sin antes leer un rato en su nuevo ebook. Las dos ultimas horas del día, Salomé y Pablo las pasaron muy cerca físicamente-en el mismo sofá-pero en mundos muy alejados; Pablo leyendo su correo y en foros diversos mientras Alba ocupaba el tiempo en similares menesteres electrónicos, todo ello con el ruido de fondo del televisor, al que prestaban atención ocasional.

En una fría tarde de enero, una tierna mujer hace los deberes con sus dos hijos, uno a cada lado, sentados en una mesa camilla calentada por un brasero. Muy aplicados los dos, y ayudados por ella y por la enciclopedia, los dos niños disfrutan de la misma atención; la niña, muy despierta, centrada y dos años mayor y el niño, que se distrae con facilidad. Tras salir del colegio, habían estado en el parque jugando con otros niños; mientras las madres, sentadas en un banco, charlaban animadamente.

– «Hola, ¿cómo os ha ido el día?», dice efusivamente Fernando a la vez que se quita el abrigo y la bufanda antes de besar a su esposa e hijos

– «Muy bien», se apresura a responder la niña sonriente.

El olor a comida casera y el calor presidieron la cena familiar en la cocina, en la que los cuatro compartieron con generosidad y sin prisas lo que habían sido sus respectivos días y los planes para el día siguiente. No había ordenadores, móviles, iPads, ebooks… pero ¿quien los necesitaba?.

La niña, en su cama, tras disfrutar leyendo «Cuarto grado en Torres de Malory», entra en un profundo sueño.

Eran las siete menos cuarto, media hora antes de lo habitual, y Salomé se despertó feliz y embebida de la ternura que escaseaba en su vida diaria; por lo que trató de retenerla al máximo posible. Aquella familia y la suya eran muy parecidas, tenían sentimientos y deseos muy similares, aunque vivían de forma tan distinta; esto le hizo reflexionar y, mientras saboreaba una taza de café, a la vez que escuchaba «The browned eye girl», se sentó en su sillón preferido. No quería olvidar el reciente sueño, así que lo escribió con todo lujo de detalles, incorporando algunos de su propia creación. Un sueño trivial y cotidiano que cambiaría para siempre su vida y la de su familia. Alba se despertó un rato después y, esta vez sin ruidos de fondo desayunaron comentando el día que se iniciaba para cada una de ellas y bajaron las escaleras mientras seguían su animada conversación. En el coche, con música clásica de fondo, siguieron hablando animadamente y se despidieron con un tierno beso y un te quiero en la puerta del colegio. 

Ya en la oficina, Salomé tomó un café con sus compañeros, y en esos breves minutos planificaron el día, a la vez que ella se sentía con mucha más energía de la habitual. La jornada laboral transcurrió rápida. Salomé salió a comer a un restaurante cercano con dos de sus compañeros. En la comida conversaron sobre temas cotidianos, cotidianidad que les acercó e hizo que el trabajo de la tarde y de los días siguientes resultase más agradable y cooperativo.

Una vez en casa, Salomé salió con Pablo y Alba a pasear al parque cercano; era una tarde de primavera luminosa y templada, y el paseo bajo los árboles fue tan agradable como la conversación que mantuvieron. El final del día transcurrió tranquilo, cena en familia sin la compañía del televisor y concluyo con una agradable velada en el sofá, en la que Pablo y Salomé, compartiendo una copa de Oporto, hablaron sobre sí mismos como pareja, sus anhelos, sus planes y deseos con respecto a su hija y se acostaron agotados a la vez que reconfortados, sintiéndose mucho más unidos de lo que lo habían hecho en los últimos años. Salomé, mecida por el sonido de la lluvia que empezaba a caer, entro en un apacible estado previo al sueño recordando a la niña sonriente del sueño de la noche anterior, ella misma años atrás. 

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