“Error fatal. Fallo en el sistema”

Mis manos agarraban fuertemente los barrotes metálicos, fríos como el hielo. La lluvia salpicaba el alfeizar y caía dentro de mi celda creando un pequeño charco sobre el suelo. 

No recuerdo haber llegado hasta ahí, pero podía estar seguro que me lo merecía. Cometí errores imperdonables y cuando quise enmendarlos ya era demasiado tarde. ¿Me arrepiento?, no. ¿Lo volvería a hacer?, sí. 

Me separé lentamente de la ventana, me giré y vislumbré la escena; una cama raída, un cuadro de un paisaje aleatorio, un inodoro, un armario con poca ropa, una mesa y un ordenador. El ordenador desprendía una luz totalmente cegadora, a la que dolía mirar directamente a los ojos.

¡Ah! se me olvidaba, también había una puerta. Una puerta siempre abierta.

Hace mucho tiempo que murió. Bueno, nunca ha llegado a estar muerta y quizá fue ella la que me asesinó de su vida dejándome en esta habitación, no está del todo claro. Ya ni si quiera me acordaba de su olor, de sus caricias, de sus besos… se fue un día sin dejarme absolutamente nada. Pero todo lo que había dentro de esa caja metálica me recordaba a ella. Tenía nuestras fotos, nuestros vídeos  sus correos electrónicos, sus cartas… toda una vida de recuerdos en una única carpeta.

Me pasaba las noches mirándolas; las fotos de las excursiones al campo, las visitas a todos los países que siempre quisimos ir, nuestras cartas de estúpidos enamorados… todo. Pasaba largas horas enfrente de esa luz infernal desnudando mi alma. Ya casi no me quedaba piel que pudiera sujetar tantas lágrimas. Me encontraba encerrado en una vida sin sentido, en una prisión de máxima inseguridad.

Mis dedos temblaban cada vez que habrían esa carpeta puesta en el centro del escritorio, Lamententí la titulé. No quedaba ya rastro de otra vida que no fuera ella, mi mente fue absorbida por la claridad de unos sentimientos que únicamente se clavaban como dagas en mi cerebro, haciendo estallar mis sienes por cada segundo pasado.

Solía mirar de reojo la puerta entreabierta, siempre con la necesidad de salir corriendo. Cada vez que me ponía de pié, gritaba y soñaba con escapar de ese mundo creado por mi mismo, pero siempre era agarrado a la altura de los tobillos por una cadena irrompible de sueños rotos.

Oía esas voces dentro de mí a todas horas. Esas voces de esperanza eran acalladas siempre por un miedo irracional al cambio.

Me levanté de la silla, me miré en el espejo y pensé que tampoco había cambiado tanto. En el fondo era la misma persona. Sólo el ordenador me mantenía viviendo una vida que no era la que deseaba. Era como seguir estirando una situación insostenible.

Y ahí fue cuando decidí cambiar.

“Reiniciando el sistema”

Me aseé, me puse el mejor traje y mi sombrero. Retiré la silla y me senté delante del ordenador, una última vez. La luz me penetraba tan fuerte que era capaz de desnudar mi alma, pero ahora era yo el que manejaba la situación. Mi mano temblaba descontroladamente pero mi decisión no había cambiado.

Botón derecho. Eliminar. ¿Estás seguro? (estaba a un solo segundo de cambiar mi vida por completo, liberando espacio en mi disco duro). Sí. Mentí. 

Y así se quedó la pantalla. Vacía. Carente de historias y recuerdos que solamente el tiempo curaría. Me levanté y me fui, olvidando esa celda que yo mismo creé. Para encontrarme conmigo. Para sentirme orgulloso de haber creado un hogar con sentimientos puros. Y para darme cuenta que cada uno forja su historia con cada paso dado.

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