Despierto, no lo puedo lograr: me encuentro inmerso en una espantosa pesadilla: voy cabalgando un purasangre llamado Horizonte, a dos cuerpos se encuentra un cuarto de milla de nombre Arameo, llevo mucho vuelo y estoy a punto de ganar la carrera, mantengo la punta pero Arameo ya se acercó a sólo medio cuerpo, mi caballo hace un segundo esfuerzo a la vez que lo fustigo, la meta está a unos metros: parece ser que me llevo el hándicap de punta a punta y, Horizonte se para en dos patas y yo salgo volando hacia atrás, al caer alcanzo a ver una pata que se dirige a mi ojo: es lo último que veo.

Sigo tratando de despertar. Al fin lo logro. Intento incorporarme y me lo impide una serie de cables enredados en mis brazos: abro los ojos y, no veo nada, reconozco una tela que los cubre. Mi cuerpo comienza a reclamarme por medio del dolor. De nueva cuenta soy abrazado por las penumbras del sueño: veo otra vez la pata del caballo haciendo contacto con mi ojo, reparo como estalla; escucho llegar a los paramédicos y después sólo sirenas. Las enfermeras que asisten al cirujano platican entre sí: —«El especialista dijo que va a perder el ojo». —Dice la de la voz aguda. —Así es. —Contesta la otra.» ¡Cómo, voy a perder mi ojo! Vuelvo a las profundidades de mi conciencia y ahora todo está nublado.

Al fin consigo despertar y con cuidado me deshago de los cables. Me levanto de la cama, me siento mareado. Instintivamente mis manos palpan el buró, para encontar mi reloj: no está. Me pongo en dos pies y abro los ojos. La banda que los rodea me impide ver por completo, comienzo a desenredar la venda, entre el ojo accidentado y la venda, hay mucho algodón y gasas, también siento una fibra muy delgada, como si fuera de vidrio. Al terminar de quitar todo abro mis ojos y: ¡oh!, ¡qué maravilla! Mi visión es perfecta, de seguro este médico es un dios. No dejo de maravillarme. Siento unas ganas de brincar de alegría tan sólo de pensar que pude quedar tuerto, en lugar de reconocerme por mis triunfos en las pistas iba a ser recordado por el sobrenombre de “el tuerto”, Já. Faltaba más. Voy al espejo y la imagen que me devuelve viene acompañada de una luz roja: al enfocar la mirada veo que la luz proviene de mi ojo derecho, no tengo ojo, pero veo perfecto.

¡Bendita tecnología!

Héctor Medina                                                        @DelRayo

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