EL APAGÓN

-Va ha amanecer tendremos que levantarnos y continuar camino- dijo el padre-.Había realizado la última guardia, pertrechado con su escopeta de caza y enfundado en su abrigo, sobre el que superponía un edredón de plumas de ganso nórdico, para sobrellevar el frío superlativo de la noche invernal.

-Todavía faltan unos 25 Km. Tenemos que llegar y ocupar la casa cuanto antes para evitar dificultades Su preocupación estaba fundada, asumiendo lo que había visto en la ciudad cuando huyeron con su coche, dejando todas sus pertenencias – excepto lo esencial- en su domicilio. Habían determinado que permanecerían juntos para evitar preocupaciones.

La niña tenía 7 años. Para ella más que tragedia, el apagón, significaba una aventura. Una ocasión para saber como vivieron sus antepasados sin luz artificial, sin Internet, sin teléfonos, sin coches; como  única forma de comunicación su voz y sus sentidos. Los mensajes sonoros y visuales a distancia constituían las únicas formas factibles. Sin radio, pues sin energía en las emisoras, era imposible dar comunicados. La comunidad desorientada se desorganizó. Se convirtió en masa, en individuos, en grupos operativos, en familias, funcionando de forma aislada e independiente entre sí, sin nada que  les uniera.

La niña estaba viviendo una aventura en primera persona. Era la protagonista de una historia; sentía una gran emoción aunque no podía contener la sensación de temor viendo la preocupación de sus padres. Era una historia con peligro real. El cuento se había vuelto realidad.

-¡No sé que alimento podemos ofrecerle a la niña! – Exclamó la madre, sin poder contener su inquietud-.

– ¿Porqué? ¿No hemos traído comida? – interrogó el padre -.

 – Muy poca, para  no excedernos en el peso. Se está acabando.

– No te preocupes, mujer. En cuanto sea oportuno usaré la escopeta. Tengo bastante munición. Algo cazaremos.

Por los cálculos del padre, en cuanto a distancia y orientación, se encontraban ya a 8 ó 10 Km.  del destino. Habían necesitado hacer una derivación, un rodeo que les había desviado considerablemente de la ruta más directa hacia Táspholi, su propiedad en el campo.

No imaginaba cuanto tiempo requeriría la reparación pero estaba seguro de que se podía llevar a cabo y, es más, que la estaban ya realizando.

Así que la situación era temporal. Todo volvería a su ser, poco a poco, había que aguantar este lapsus viviendo con lo que la naturaleza les pudiera ofrecer.

Después de soportar otra noche más, en la cuerda floja y presas del espanto, el padre dijo:

 -Ya estamos cerca… Considero que, ante la duda, es mejor eludir el contacto con desconocidos. Si somos precavidos llegaremos sanos y salvos, y esta situación cambiará.

Ocultos tras la vegetación, rodeados por las zarzamoras, pudieron observar sin ser detectados.

Tras dos horas de minuciosa y precavida observación la impaciencia de la madre estalló sin atender a otras razones:

– ¡Vamos ya! ¡No hay nadie! – ordenó-

– ¡Espera! –replicó el padre-, quizá sea mejor que yo me adelante.

-¡No! Vamos todos. Si te pasa algo, qué haríamos nosotras, solas sin nada…

– Puede que tengas razón – comentó el padre- pero si vamos los tres y tenemos un problema -el que sea- la niña no tendrá ninguna oportunidad…

– Bueno, pues vete ya….

– Vosotras podréis contemplar mis movimientos. Procurad no delatar vuestra posición hasta que os haga una señal agitando mi pañuelo blanco, de lado a lado. Será la señal de que todo va bien y podéis acercaros.

Cuando pisó el césped del jardín se sintió aliviado, pero solo por un instante. Al los pocos segundos apareció detrás de una columna de la pérgola del patio una figura humana.

Pensó que todo había terminado, pues iba completamente cubierto por un pasamontañas y portaba un chuzo en la mano derecha.

El padre pensó inmediatamente que éste no estaría solo y que sus secuaces aparecerían súbitamente, sin darle oportunidad para reaccionar.

Ya era tarde para retroceder y salir corriendo. Siguió avanzando lentamente sin separar los dedos de  los disparadores. El índice y el corazón  simultáneamente acariciaban ambos gatillos prestos para la descarga.

Cuando había avanzado unos metros, su oponente también se aproximó a él y entonces atisbó una incongruencia. Por los ademanes la complexión  y la actitud poco resuelta, podría encajar con el perfil de una persona conocida. Solo unos segundos más tarde se resolvió su incertidumbre que le había llevado al paroxismo de la tensión nerviosa. El hombre del patio se quitó el pasamontañas. La relajación y el alivio le recorrieron el cuerpo y apaciguó, la tirantez de todos sus músculos. Los dedos se apartaron de los gatillos.

Pero ahora aparecieron otros interrogantes, en principio menos inquietantes, pero abocados sin remedio a una explicación satisfactoria.

– Buenas tardes Roque _ saludó el ocupante del patio-

– Buenas tardes Tadeo – saludó  el padre dejando entrever un gesto de extrañeza – No pudo evitar la pregunta que le quemaba en sus adentros y continuó:

-¿Cómo por aquí?

-¡Claro!, has visto que me escondía  tras la columna y con el pasamontañas… has pensado cualquier cosa.-Continuó-:

-¿Cómo se habrá producido esto? ¡Tan de repente! Nos hemos quedado peor que en tiempos de mis padres. Ellos al menos disfrutaron de luz eléctrica durante, casi la mitad de su vida.

– Buenas tardes. Que te vaya bien.

– Buenas tardes. Gracias Tadeo

Pasada una hora, cuando Roque hubo comprobado que su vecino se había alejado fuera del alcance de su vista y tras una inspección preliminar  de la casa considerando que todo estaba en orden se acercó al borde del jardín, sacó su pañuelo blanco y lo agitó ostensiblemente de lado a lado. Cuando vio que madre e hija se aproximaban e intuyendo que se había conjurado el peligro inicial en esa zona, se acercó a la tenada y se dispuso al acopio de leña para encender la chimenea.

Raúl Paramio 

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