Estaba porque él quería estar. No había ni ataduras, ni siquiera una idea base que lograse tentarlo; su gusto era puro placer. Se sentía profeta, eso sí, más allá de toda solución o de toda alternativa. Era un esclavo de su idea del “todo” y no concebía mundo más ajeno que su propia capacidad de ser. Las conversaciones al usar la voz habían pasado de moda, ya la evolución de su naturaleza se contradecía con su porvenir. La solución siempre era escribir, entrar a dialogar ideas en lo abstracto; amaba lo tecnológico como a sí mismo. Al igual que un devoto de su propia religión, bajaba su mirada, alzaba sus brazos y rezaba con su celular en las manos. Todo su credo se resumía a la comunicación, al poder sobrehumano de sobrepasar los límites terrenales comunicándose con un seguidor desde otro continente. Su biblia se formó de emoticonos que desenvolvían en sus formas un millar de gestos humanos tristemente desvirtados de toda base. En vez de versículos esperaba “mensajes”, en vez de la eucaristía se ufanaba de divagar entre vídeo blogs y en vez de cánticos se mentía a sí mismo con la perversidad musical que rondaba la “red compartida”, creyendo que la popularidad era sinónimo de genialidad.

Todo su mundo se hizo virtual hasta el punto de consumir su razón en la curiosidad que genera una nueva oportunidad de acceder a una droga digital, que lograba integrarlo con la imparable ola de productos, los cuales eran repartidos como pan en la “última cena”. Su creencia se resumía en el propio control que perdía de sí mismo. Ya no estaba propio ni consciente de sus facultades porque renunciaba su subjetividad a la “nueva orden” de generalización tecnológica, la cual cortaba sus alas intelectuales mientras le daba la torpe idea de vivir gracias a ello y no ayudado con ello. Ya no existían más museos que la insaciable cantidad de fotografías novatas, que rondaban sus ojos mientras exclama su crítica con un “me gusta”. Los paisajes los resumió a fondos de pantalla y las aventuras a una discusión en un comentario anónimo. Pero aunque estaba perdiendo su camino, nunca se sintió más decidido. Era un fanático que argumentaba su vicio como una necesidad y se imponía ante los otros tachándolos de “anticuados”, dándole lujo a su “religión” mientras se hacia la idea de que esto era innovación.

Lo que ignoraba, como todos sus compañeros, era estaba entrando a una serie de épocas de oscurantismo, muy similar a las eras cristianas. Ya no tenía más razón que la que le imponía la empobrecida majestuosidad de las enciclopedias en línea. Su libertad se resumía a la ridícula necesidad de enterarse de los sucesos ajenos, censurando su cordura por desconocer el mundo. Su innovación más grandiosa era sentir la satisfacción de haber respondido, con ridícula potestad, una crítica a su ideología, la cual le había hecho alguien que no estaba de acuerdo con lo que publicaba en su perfil. ¡No se imaginan cómo se sintió cuando presionó el botón “eliminar”! Sintió una sensación de poder absoluto que lo engaña en su continua intolerancia hacia la subjetividad de la verdad.

Les hablo de él porque él fue el que lo ocasionó. Fue el primero en publicar un comentario desagradable que se tornó suficiente para dañar la autoestima de aquél que nunca se sintió interesado por la tecnología. Una persona innovadora que, en vez de pasar sus ratos curioseando entra las fotografías obscenas de mujeres sin criterio, se dedicaba a estudiar una serie de diferentes artes y se enriquecía con la lectura. Pero para los otros él era un Galileo que debía ser excomulgado por hacer cosas diferentes a su época. Alguien que merecía una campaña de “trolling”, la cual iba a lograr bajar su dignidad hasta el punto de aburrirse de su propia vida. No lograba más respeto que la crítica de la tendencia social. No apremiaba perdón, de aquellos querubines; los cuales se divinizaban por tener el poder de generar absurdos contenidos “virales”. El hombre estaba solo frente a la ignorancia y, como toda persona, tenía su punto de quiebre antes de colapsar.  ¡Y así fue, casi como una incesante inquisición! Aquél, diferente y prometedor, se ahorcó en su cuarto, cuando no encontró más remedio a su rechazo social, dejando una nota apresurada que versaba “soy temeroso del dios Tecnología”.

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