Khaled temía a su tío Mohammed. Cuando éste le pidió que le explicara Facebook, se quedó atónito. El anciano era el azote de infieles y Facebook estaba prohibido en Irán. ¿Como decirle que su tío Reza le había enseñado a utilizar la red social? Venció sus temores y mientras le describía el Muro, Mohammed enmudeció, al borde de las lágrimas.  

Nacido en el seno de una familia humilde, Mohammed era el mayor de 10 hermanos. Durante el reinado del Shah, su padre había sido militante comunista. La Savak irrumpió una noche para llevárselo. Cuando volvió era un hombre roto. Las pesadillas que poblaban sus noches  dejaban entrever su tormento.

Un día, un vecino le ofreció escuchar una grabación que hablaba de esperanza en la victoria gracias a los valores del Islam. Junto con su familia encontró refugio en la religión. No cesó de divulgar mensajes del ayatolá Jomeini hasta que el movimiento salió a la luz y el tirano tuvo que huir.

Mohammed recordaría siempre el día que su padre le llevó al centro de Teherán para unirse al multitudinario recibimiento del Imam. Desde aquel día, su fe en la República Islámica se tornó fanatismo. 

A la muerte de su padre, Mohammed se alistó en la Guardia Revolucionaria para acudir en defensa de la República Islámica. Con llave del Paraíso atada al cuello, se lanzó al ataque de los tanques, junto con miles de candidatos al martirio.

Una mañana, el sector de su compañía amaneció tranquilo. Nadie dio importancia a la nube amarillenta que se aproximaba a la trinchera. Los soldados se vieron inmersos en un infierno de mostaza que les abrasaba los ojos y les carcomía los pulmones. Encontraron a Mohammed al disiparse los gases tóxicos, agazapado en un nido de ametralladora, fiel a su puesto, agarrado a un haz de vida. Cuando volvió en sí, sus pulmones ardían con cada inhalación y sus ojos estaban cubiertos con gruesos vendajes. Había perdido la mitad de su capacidad pulmonar y había quedado ciego

Mohammed nunca se lamentó de su destino. Había cumplido con su obligación y aceptaba la voluntad de Alá. Fue dado de alta con una pensión vitalicia y el cargo de  jefe de barrio, encargado de velar por la buena conducta del vecindario. Fue el benefactor de necesitados y el látigo de infieles.

Reza era el benjamín de los hermanos. Cuando Mohammed fue a la guerra, Reza tenía un año.  Para el, la Revolución y la guerra se perdían en la nebulosa del tiempo. Mohammed era un anciano mutilado respetado y temido de todos, que ejercía de patriarca de la familia. No tenía mas trato con el que reprimendas.  Fue criado en las faldas de su madre, que le daba todo su amor para aislarle de la miseria que les rodeaba. El mundo de su niñez estaba hecho del murmurio de oraciones en viejas casas de cemento desconchado habitadas por hombres grises y mujeres cubiertas de negro.  

A los 7 años, Reza fue a la escuela coránica donde pasó el resto de su infancia, repitiendo hasta la saciedad versículos coránicos y atendiendo a clases de álgebra y de historia en las que le inculcaban como la República Islámica era el baluarte contra el Gran Satán americano.

El joven conoció a Alí y Hassan, con los que compartía juegos y castigos. Mas tarde, experimentaron las mismas curiosidades y ansias. Su barrio, que había sido para ellos un fabuloso terreno de juego, se les apareció como un sitio deprimente, sin lugar para la fantasía. Las reglas religiosas les pesaban como una losa.

Con 17 años  se matriculó en informática en la Universidad de Teherán. Cuando se presentó ante la imponente puerta del campus, un universo nuevo se abrió ante el. Cuan excitante le pareció su nuevo mundo y las vivencias e ideas de sus nuevos compañeros. Reza se volvió un experto en ordenadores y en Internet. Pasaba noches navegando en la Red, explorando páginas web prohibidas por el Régimen. Esos viajes cibernéticos le enseñaron un desconocido mundo de libertad. ¿Era este el gran Satán contra el que le habían avisado toda su vida o bien un paraíso anhelado?

Una noche, la policía le sacó de la cama para llevarle a un calabozo donde permaneció hasta que, gracias a Mohammed, le liberaron con una seria advertencia. Cuando volvió a su habitación, su viejo ordenador había desaparecido.  Mohammed le pidió explicaciones sobre su comportamiento. Reza intentó explicarle que no veía nada malo en la cultura occidental. El respetaba los valores de sus mayores, y no entendía porque la sociedad no podía respetar los suyos. Mohammed advirtió en aquellas palabras la perdición de su joven hermano.  

Las elecciones generales, fueron un rayo de esperanza en el cielo plomizo iraní. La de Musavi era la candidatura de la apertura. Cuando corrió el rumor de pucherazo, Reza salió a la calle junto a otros miles de jóvenes para reclamar transparencia. Las multitudinarias manifestaciones siguieron hasta que agentes provocadores desataron altercados que la policía utilizó como excusa para intervenir. En plenos disturbios, Reza y Hassan se lanzaron a defender a una chica que estaba siendo apaleada por agentes. Antes de ser apresado, Reza vio a Hassan tumbado en un charco de sangre, un agujero en su sien.

Esperaron semanas a que desaparecieran las marcas de los golpes sobre la cara de Reza, antes de juzgarle, pero no pudieron disimular las lesiones en los ojos. Reza no recuperaría nunca la vista. A diferencia de su hermano, mas de veinte años atrás, Reza recibió la noticia de su ceguera con un profundo sentimiento de injusticia.

Fue condenado a 10 años de cárcel. No se le permitió defenderse, pero muchos desconocidos se personaron para contar sus actividades contra revolucionarias y su agresión a unos policías durante una manifestación anti islámica.

Reza estaba sentado en el camastro de su celda, esperando su traslado a prisión, cuando entró un anciano ciego y desfondado. Mohammed se sentó al lado suyo en silencio. Las palabras sobraban.

Cuando Reza fue encarcelado, miles de peticiones de libertad aparecieron en Facebook. Mohammed nunca entendió el alcance de ese movimiento.  

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