Hoy he descubierto en el archivo de mi teléfono móvil una foto que no recuerdo haber hecho. En ella, estoy acompañado por una chica de pelo castaño y rizado, sentados en una roca sonreímos a la cámara, a nuestras espaldas se extiende hasta donde alcanza la vista un mar gris y turbulento. Mi mano izquierda descansa en su cadera, la suya en mi rodilla, su pelo, húmedo por la espuma de las olas, me roza las mejillas. ¿Quién es ella? Con un ligero toque de mi uña abro la base de datos de mi implante, conecto la memoria y en apenas un par de segundos, recuerdos de toda una vida explotan en mi retina, una tormenta de imágenes, voces, olores, sentimientos… Las vacaciones con mis padres, mi primer perro, la amarga experiencia de la escuela, Ana, Elena, Raquel, todas ellas, las cosas que se dijeron, todo lo que se perdió. Trago saliva y continúo. Lo siguiente no es fácil. Nunca lo ha sido. Mi hija, Judith. Sus primeros años. Su enfermedad. Aquella noche en el hospital. Podría pasar el resto de mi vida sin recordar esto, podría hacerlo, de verdad. Los recuerdos se detienen hasta que llegan al momento exacto en que recupero la fotografía del móvil. Eso es todo. Desconecto la memoria. Entro en la red y cuelgo la foto en los perfiles de mis 50626 contactos y escribo un graffiti en sus muros: “¿alguien sabe quién es?” Tres segundos más tarde, 3523 mensajes colapsan mi buzón con un nombre: Esther. Si la conozco, ¿cómo es posible que la haya olvidado? Mañana iré a la tienda a que revisen la memoria, quizás necesite una limpieza.

Tengo un virus y no hay cura posible. Con su hambre insaciable, está devorando mis recuerdos. Afecta al núcleo de mi memoria, a su software más elemental, convirtiendo los ceros y unos  en ceniza fluorescente. Repaso fotos y rostros que ya no reconozco. Tengo papeles por toda la casa, escritos con mi letra deficiente, explicando cuál es la situación, “lee esto”, dicen, y luego me informan con estricta frialdad lo que estoy perdiendo. Activo mi memoria. Accedo a la carpeta de mi hija. No visito estos datos a menudo. En realidad, no lo hago nunca. Pero ahora que sé que voy a perderla de nuevo no puedo evitarlo. ¿De verdad voy a olvidar lo que sentí por ella?

Hoy por la mañana he encontrado un trozo de papel  dentro de la taza que utilizo para tomar el café. En el papel está escrita la siguiente frase: “lo has olvidado todo, estas enfermo, busca a Judith en tu móvil”. Me sorprende descubrir que hay una carpeta con ese nombre en la memoria de mi teléfono. Centenares de fotografías de una niña, a veces aparece conmigo, otras con una mujer a la que no reconozco. ¿Quiénes serían? Lo cierto es que ocupan mucho espacio, espacio que necesito para otras cosas. Sin pensarlo mucho, selecciono la opción de eliminar y la carpeta y todo su contenido desaparece como si nunca hubiera existido. Qué curioso. Estoy llorando. Y no puedo entender por qué.

 

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