Aquel tipo no me cayó bien desde el principio.

  Me adelantó subiendo la Peña Angulo desde Arceniega. Lo hizo en plena curva y con raya continua. Le llamé cabrón, pero una de dos: o era sordo, o no se llamaba así.

   Le volví a ver en una carnicería de Quincoces de Yuso donde estaba amenazando al dueño con una casette de Kiko Veneno. Quería carne de potro. Juraba y perjuraba que había subido expresamente desde Bilbao para obtener tan goloso manjar y que no estaba dispuesto a marcharse de allí sin su preciado botín  – no podía ser el tío de Cuenca, no; de Bilbao precisamente-. La mujer del dueño se afanaba en convencerle de que la carnicería llevaba abierta más de treinta años y que nunca habían vendido chuletas de potro. Se conformó con unas morcillas de arroz que le regalaron y con la gorra de Titanlux de un pintor que estaba también esperando y que había pasado por allí a comprar cien gramos de salami para hacerse un bocata. El dueño le regaló el salami al pintor y le dio un bonobus de la línea Trespaderne- Villarcayo por las molestias.

 

  Salí del pueblo tras comprar un saco de veinte kilos en la carnicería: carne de potro no tendrían, pero patatas del Valle de Losa estaban a buen precio. Como andaba despistado no me quedó más remedio que parar mi vehículo y preguntar. ¡Que casualidad! Allí estaba el gudari de las chuletas de potro, con la gorra de Titanlux echada para atrás cual rapero calvo, dirigiendo el tráfico.

 -Por favor – le dije bajando la cabeza para que no me reconociera-. ¿Para ir al Lidl de Medina?

 -¿Por Nofuentes? –me contestó-. Y el tío se tiraba al suelo de la risa que le entraba.

   Arranqué sin más. Le pegué un corte de mangas y marché carretera adelante buscando a otra persona que me indicara la dirección correcta. A unos doscientos metros había un chaval rubio, pequeño y mono. Le pregunté por el Lidl de Medina.

 -¿Tiene vino de Chiclana? – me preguntó-

   No suelo llevar vino de Chiclana en el coche, pero sí unas botellas de Coca-Cola. Le pasé una al chaval. Mientras saciaba su sed me indicó con su pequeña mano la dirección correcta.

   El andoba de la carne de potro seguía en el cruce. Cinco coches habían parado y de uno de ellos (el Audi)  se bajó uno que de lejos parecía, pero que de cerca no cabía la menor duda.

 Allí les dejé.

 No me gusta el GPS, yo soy más de preguntar.

 No, aquel tipo no me cayó bien desde el principio.

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