EL IRREALIDOSCOPIO Y OTROS DELATORES

EL IRREALIDOSCOPIO Y OTROS DELATORES

-Publico relatos y cuentos en un diario. Los especialistas dicen que van desde lo surrealista a lo absurdo. Últimamente mi trabajo ha decaído y puedo perder mi empleo.

El médico puso sobre la mesa una grabadora del tamaño de un mechero.

-¿Cuándo dice que ha decaído, a qué se refiere?

-Mis escritos son cada vez más realistas y lo que emprendo en clave surrealista o absurda se queda sin terminar.

El médico se colocó el irrealidoscopio  (objeto del tamaño de un huevo del que parten dos varillas flexibles, que completan unas gafas oscuras, y tres tubos. En las terminaciones de dos de ellos hay unas bolitas que se adaptan a los oídos y en la del otro un diafragma y una campana para la auscultación), fue al otro lado de la mesa, se acercó al paciente, que permanecía sentado, y procedió a la auscultación, empezando por la frente.

-A ver, no respire.- Luego lo colocó en la parte de arriba de la cabeza.- No respire… Ya puede respirar.- Una vez hecho esto volvió a ocupar su sillón y se retiró el aparato.

-Jenaro, su mente está terriblemente confusa. Lo irreal le parece real y eso sume su creatividad en un caos notablemente soso.

-Pero ¿no será que lo real me parece irreal?

El doctor se volvió a levantar y pasó a auscultar la nuca y las vértebras cervicales.- A ver, no respire…respire hondo.- Regresó a su sillón y dejó el aparato sobre la mesa.

-El irrealidoscopio es bastante completo, pero está configurado, sobre todo, para analizar contenidos irreales. Lo real resulta mucho más complicado.

-Pero doctor, entonces ¿qué pasa con la medición del absurdo?

-Jenaro, si tenemos en cuenta que el mundo es totalmente absurdo, estaríamos hablando de un invento para trabajar sobre lo absoluto y eso, con los recortes en I+D+I, es como intentar capturar una ballena con una caña de pescar. De todas formas, este aparato  me aporta datos sobre algo que no me quiere revelar. No me obligue a sacar el disparatescopio.

-No, eso no, por dios.- Un Jenaro cabizbajo se decidió.

-Como ya sabe, mi ocupación habitual son los relatos pero, de vez en cuando, lo alterno con el de escribir algún libro de no ficción. Pero eso nunca había repercutido en mi creatividad.

-¿De qué trata ese trabajo?

-Pues verá… se titula «El contagio de la crisis bajo la lógica de la teoría de los vasos comunicantes de Pascal».

El gesto del médico era de absoluta desaprobación.

-A veces deseas que estas máquinas se equivoquen ¿Pero no se da cuenta de qué eso para Vd. es veneno?

-Pensé que, después de tanto surrealismo, tenía que hablar alguna vez de la actualidad.

-¿Eso es actualidad? Pero si los encargados de contarla no se ponen de acuerdo. Así nos va. Afortunadamente, su oficio es otro. Podía Vd. haber hablado de qué pasaría si las mariposas se emborrachasen o si las abejas tuvieran alzheimer, pero no, decide meterse en un laberinto minado… Mire, las inseguridades generadas en la niñez nunca acaban de desaparecer. Podemos conseguir que se queden casi olvidadas. Pero cuando se hacen ciertas cosas…

-Ya, además estoy enganchado.

-Intoxicado, diría yo. A ver si podemos evitar el internamiento.

-Doctor, yo había venido para que me marcase unas pautas. Tal como van las cosas no voy a poder pagar un tratamiento.

-¿Cómo? ¿No va a volver por aquí? ¿Va a dejar a medias relatos cómo aquel del presidiario que está preparando su fuga, y que cambia de planes al descubrir que se ha enamorado de la hija del director de la prisión, residente en un edificio colindante, decidiendo elaborar un plan para encontrarse con ella? Mire… si es necesario no le cobro  y, además, le mando el coche para que venga a la consulta.

-No sé qué decirle – contestó abrumado.

-Asunto cerrado…Bueno, y en relación al diagnóstico tendremos que esperar al resultado de los análisis, pero parece que lo suyo está entre una jaqueca abstracta y un nihilismo insustancial. Ahora, veamos que análisis son los adecuados.

A un lado de la mesa había un aparato que a Jenaro le parecía una urna, aunque los cristales eran opacos. Tenía una estrecha y larga ranura en uno de los  laterales.

El médico le sacó de dudas.-Es un descodificador, pura tecnología alemana… Con tanto aparato no sé donde acabaremos los psiquiatras.

A continuación, encendió el descodificador y lo conectó a la grabadora y al irrealidoscopio, mediante dos cables.

El descodificador se iluminó de un azul marino intenso y empezó a hacer un fuerte ruido, que a Jenaro le recordaba al centrifugado de una lavadora. 

Pasados unos segundos,  por la ranura salió una fotografía de tamaño cuartilla, en la que se veía una multitud de pingüinos sobre un  iceberg, y, a continuación, una nota del mismo tamaño.

El doctor, mirando la foto y leyendo la nota, se dirigió a Jenaro.

-Esta noche se levanta a las cuatro, pone la foto encima de la mesa de la cocina y, en ayunas, se inventa Vd. una conversación entre estos dos pingüinos que hay a la derecha. Vuelve a la cama, pone el despertador a las 9 y, también en ayunas, reproduce la conversación real entre estos dos pingüinos que hay en el centro. A continuación, va a la dirección que hay detrás de la fotografía y entrega los dos escritos al analista. El se tomará unos minutos para leerlos y decidirá que otro relato  tiene que redactar. Después, ya puede desayunar. Y mañana por la tarde mando el coche a su casa para que vuelva aquí y vemos el resultado.

Jenaro hizo ademán de levantarse, pero el médico le pidió que esperara y se sentó en el otro asiento destinado a los pacientes. Le habló en tono confidencial.

-¿El relato del presidiario, ya sabes, el del enamorado, acaba mal, esto es, se casan?

Una sonrisa misteriosa afloró en el rostro de Jenaro.

-Bueno, puede que sí, aunque puede que se quede soltero o que rapte a la dama y movilice a toda la policía -hizo una pausa y acentuó su tono enigmático- todavía no se sabe, pero se sabrá en su momento.

-Así me gusta, que vuelva a encontrar su camino.

Y aquel fue el comienzo de una gran amistad.

 

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