– Cruce a 1000 metros. Tomar desvío a la derecha- Sonó el navegador GPS del coche.
– Ya estamos llegando a donde hemos quedado con tu prima la mayor – le dijo Pedro a Cristina mientras reducía la velocidad – Nos quedan solo unos 5 kilómetros por una carretera comarcal.
– Me dijo mi prima Lorena que Mario se llevará un GPS porque está enganchado a un juego muy divertido que consiste en buscar cosas.
– Me gustaría ver que modelo de GPS lleva para ese juego.
– Cuando te compraste tu nuevo móvil, decías que lo usarías para todo y que el navegador del coche se iría a ebay.
– ¡Lo que me costó conseguir este modelo! ¡Toda una noche haciendo cola! En cuanto le coja el truco a la aplicación ya no usaré mas éste navegador, solo el móvil.
En un ensanche de tierra de la carretera les esperaban Lorena y Mario. Allí había sitio apenas para cinco coches, pero solo había uno aparcado ya que el lugar no era muy frecuentado por excursionistas. En el momento que llegaba el coche de Pedro, Mario estaba con su receptor GPS en la mano tomando las coordenadas del aparcamiento. Tras salir del coche, la mirada de Pedro se dirigió directamente al aparato que Mario tenía en la mano. Esperaba ver algún modelo muy moderno y sofisticado, por lo que le decepcionó ver que se trataba de un receptor cuya pantalla no era táctil, además tenía rayado el plástico de la carcasa y señales de haberse usado durante años
– Me ha dicho Cristina que con eso te dedicas a un juego moderno- dijo Pedro.
– Si – contestó Mario- tengo el vicio del “geocaching”.
Al ver que Cristina y Pedro conocían poco o nada ese juego les explicó que se trata de buscar tesoros simbólicos que otros jugadores, llamados “geocachers” o esconden en cualquier lugar publicando las coordenadas en geocaching.com u otra plataforma. Después les dijo cómo sería la excursión que había decidido.
Mientras seguía con ésta y otras explicaciones comprobó que Cristina y Pedro estaban deslizando sus dedos por las pantallas de sus móviles, entonces propuso iniciar ya la subida.
El ascenso al cerro discurría por un cómodo camino que se construyó a principios del siglo XIX como acceso a una torre de un telégrafo óptico que se hallaba en la cumbre. Aunque el día era frío, estaba casi despejado, por lo que los caminantes llegaron a sentir calor durante el camino ya que estaba trazado en la solana para evitar que se acumulase la nieve durante el invierno.
Al llegar pararon a sotavento de la torre telegráfica.
– ¿Era esto necesario para telegrafiar? – preguntó Cristina.
– Muchas mas antenas son necesarias para poder enviar “whatsapps”- contestó Mario.
– En la novela del Conde de Montecristo aparece una torre de estas- añadió Lorena.
– Es verdad.- dijo Mario- Enviaban una falsa noticia sobre la guerra carlista. Fue como lanzar un “hoax” a la red con los medios de entonces.
– ¿El Conde de Montecristo? Lo tenemos, me bajé la serie pero todavía no la he visto- añadió Pedro.
Mario aprovechó para buscar, encontrar y firmar un geocaché dedicado a esa torre, después descendieron todos por la vertiente noreste adentrándose en un hermoso robledal con las ramas aún desnudas por el invierno. Como el camino presentaba aquí mas dificultades, durante este tramo no estuvieron Cristina ni Pedro tan pendientes de sus móviles hasta que Mario se paró cerca de una fuente buscando con su GPS otro geocaché.
– ¡Mierda!- exclamó Pedro- ¡Me quedé sin cobertura 3G!
– La vaguada es tan profunda y cerrada que lo raro es tener cobertura de algo- contestó Pedro.
Pero poco duró el tiempo que estuvieron sin cobertura, poco mas abajo de la fuente el camino se unía con una ancha vía pecuaria que se dirigía al pueblo donde tenían pensado comer. Mientras caminaban, Cristina observó en su móvil que dicho pueblo tenía una iglesia del siglo XV muy característica. Una vez que tuvo la foto en la pantalla se dispuso a enseñársela a los demás.
-¡Dejad de mirar la iglesia por el puto móvil!- dijo Lorena- ¿No veis que la tenéis delante?
De hecho, acababan de pasar un cambio de rasante mostrándose ante sus ojos el pueblo destacando la silueta de la torre de la iglesia.
Encontraron en el pueblo un buen lugar donde les sirvieron comida caliente. Para digerirla les vino muy bien el camino de vuelta que era una senda llana que rodeaba el cerro. Solo hicieron una parada apartándose unos 200 metros del camino para acercarse un geocaché situado junto a un gigantesco roble, tan viejo como la torre telegráfica. Mario firmó el caché y después se quedó unos minutos observando tan singular ejemplar mientras que Lorena buscaba el mejor ángulo para fotografiarlo. Entretanto, Pedro y Cristina les esperaban en el camino ya que no se acercaron al lugar alegando que ya habían visto muchos robles durante el descenso.
Cuatro reflejos tuvo este evento en internet; La primera en publicar algo fue Cristina que, durante el viaje de vuelta en coche, estuvo publicando por las redes sociales las fotos que durante el día había tomado con su móvil, acompañando las imágenes con comentarios escritos con la peculiar ortografía de los mensajes cortos y rápidos. Ningún comentario escribió Pedro cuando publico sus 34 fotos en facebook. Enchufó el móvil a su ordenador y descargó directamente en su muro la carpeta de todas las fotos del día. Si bien, los que pincharon la opción “me gusta” no se habían detenido en mirarlas todas, Pedro tampoco lo había hecho.
Mario registró la visita a los tres geocachés, agradeciendo a sus dueños haberlos escondido y mostrarle tan hermosos lugares. Lorena, en cambio, solo publicó una foto: tras consultar Panoramio comprobó que ya existían allí muchas imágenes de la torre de telégrafo y de las amplias vistas que el lugar ofrecía, pero no había ninguna del roble, entonces publicó la suya. Se trataba de un contraluz del defoliado árbol, con el sol oculto tras su grueso tronco. A su lado se percibía muy pequeña la silueta de Mario, dando una noción de las dimensiones del roble y como fondo, los tonos anaranjados del atardecer.
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