Hoy me hubiese encantado poder hablaros de los estragos que produce la perfecta textura de una piel sedosa ondulándose bajo la presión exacta del hueso hasta adquirir la curvatura armónica que inocula la semilla de la locura a quien la contempla.

Habría, sin duda, abundado en los devastadores efectos que la vorágine del placer y del dolor inflige a sus esclavos, cuando ya no son capaces de atisbar otra salida que la de vivir presos de ambas tiranías o morir empalidecidos por el tedio más mortífero.

Habría podido disertar sobre las causas y los efectos de los celos y argumentado acerca de las muchas maneras inventadas por el hombre (y por la mujer) para no decir lo que se está deseando clamar a voces, cuando no queda más remedio que huir del fuego abrasador con que el deseo consume los corazones, o perecer en él.

Podría, en definitiva, haber expuesto un sinfín de diatribas, hipótesis y lucubraciones acerca de la verdadera naturaleza de los besos, las caricias, la furia y la venganza, el veneno lento de la seducción y la más letal de las armas: las medias palabras susurradas en la penumbra de la tarde que se cierne sobre el mundo cuando los afanes cotidianos han adormecido a la razón eclipsándola en favor de las pasiones…

Todo eso y más os habría podido contar hoy de no haber sido porque, debido a algún desliz en la fabricación de mi corazón de silicio, han olvidado instalarle el chip adecuado para poder procesar toda esa información.

Pero aún albergo esperanzas; tal vez en futuras versiones, dentro de algún tiempo…quién sabe…

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