Me encontraba sentada en mi sofá, reflexionando sobre aquel día extraño. Parecía que todo el mundo se había vuelto loco. Al parecer había un problema generalizado de repetidores en todo el mundo que había congelado los teléfonos, los ordenadores y todo lo que tuviese que ver con la comunicación planetaria e interestelar. Aquello parecía sacado de una película mala de los años 30 donde la gente se movía como si estuviesen actuando en un teatro, con expresiones exageradas y fingidas.

Pero lo peor de todo es que yo estaba desconsolada porque había intentado visitar a alguna de las personas que había conocido chateando y no había nadie localizable, a pesar de que nuestra ciudad era más bien pequeña y todos frecuentábamos los mismos lugares. Todos estaban buscando soluciones a sus medios de comunicación cuando lo que yo intentaba era comunicarme.

Mientras me compadecía de mi misma allí tirada, de repente escuché un sonido que venía del exterior y que en un principio ni reconocí. Agucé el oído para poder registrarlo mejor y entonces, desde lo más profundo de mi memoria, de repente emergió la imagen de un pájaro sentado en una rama, trinando. Y eso era exactamente lo que estaba vislumbrando mi mente atiborrada por sonidos de ciudad. Salí corriendo, con el tiempo justo para llegar a la ventana y ver como aquella ave pequeña se iba volando hacia el parque que estaba cerca de mi casa.

No lo pensé un segundo y me baje las escaleras corriendo, buscando a aquel animalillo alado que me había hecho olvidar todas mis penas. Llegué al borde de aquel parque que ahora era la primera vez que realmente mi retina lo percibía. Estaba bien ordenado, en forma de mosaico multicolor que rodeaba un pequeño estanque. ¡Cómo era posible que no me hubiese llamado nunca la atención! Aquel rompecabezas totalmente correcto en sus formas me producía tal tranquilidad que, sin darme cuenta, me senté en un banco desde donde podía ver cómo los peces nadaban y abrían y cerraban sus bocas a ras de superficie para respirar; oía el chapotear del agua que salía de una especie de caño que revertía al estanque produciendo un sonido gorgojeante e irregular que me hicieron respirar hondo y comprobar cuántos aromas dulces y especiados emanaban de aquella bella alfombra de colores. Cerré los ojos y dejé que el sol me calentase el rostro cuando, de repente, aquella sensación agradable de calor y luz desapareció.

Al levantar la vista vi la cara de un ser malhumorado que me observaba detenidamente, levantando una ceja en ademán de reproche, y plantado delante de mí con los brazos en jarras, me espetó:

– ¿Qué haces sentada en mi banco?

Yo me quedé perpleja. ¿Su banco? Pestañee de una forma un poco forzada para acostumbrarme a la oscuridad de su sombra, y le contesté:

– ¿Este banco es tuyo?

– Pues claro, que pensabas…. ¿que lo han puesto aquí para que cualquier friki se siente?

No me lo podía creer. Cómo aquel ser me podía hablar de esa forma tan arrogante, y encima llamarme friki. Iba a contestarle cuando, con un ademán altanero, se dio la vuelta y empezó a caminar hacia el otro lado del estanque. Yo estaba indignada. ¿Cómo se atrevía a gruñirme y luego marcharse de ese modo? Yo le seguí y le agarré de la manga de la chaqueta, pero él se revolvió y se enfrentó nuevamente a mí, diciendo:

-¡Y encima te atreves a tocarme!

Yo no podía cerrar la boca. Le miraba con los ojos como platos,, no dando crédito a aquello que escuchaba. El se marchó y yo me quedé ahí plantada con todo mi interior revuelto de sentimientos contradictorios. Debería haberle dicho un montón de cosas pero lo que más me molestaba era que me había quedado callada, dejando que aquel ser me echase esa bronca sin sentido.

Despacio me volví al banco que había sido el motivo de nuestra discusión y, apoyando la barbilla en mis manos, con los codos en mis piernas, me pillé mirando las chinitas que cubrían el suelo y comprobando la separación existente entre una y otra, si aquello era simétrico como todo el resto del parque, y al fondo volví a escuchar aquellos trinos que me habían traído a aquel lugar. La mente se me había bloqueado, estaba completamente en reposo. Lo único que quería era verificar qu eaquel mosaico de chinitas estaba correctamente alineado y ordenado.

Cuando quise darme cuenta era casi de noche ¿Cuánto tiempo había pasado? No llevaba reloj porque toda mi vida, mis direcciones, teléfonos, informaciones de todo tipo estaban en el móvil y como no funcionaba, no podía saber ni la hora. ¡Aquello era tremendo! Y sin saber por qué me eché a reír. Comenzó como una sonrisa que me cruzaba toda la cara y de repente surgieron unos sonidos guturales de mi garganta que acabaron en carcajada estruendosa que hizo que de repente en aquel parque sólo se oyesen mis risas.

Hacía tanto tiempo que no me reía así que me dolían hasta las costillas y la mandíbula la tenía totalmente desencajada. ¿Cómo era posible que un desconocido me hubiese provocado tantas emociones en tan corto espacio de tiempo cuando a través de mis largas conversaciones con los cibernautas de mis chats no me habían producido ni la mitad de sensaciones? Aquello sólo significaba una cosa: la comunicación había que hacerla en vivo y en directo.

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