Detuvo el coche y apagó la radio. Se quedó parada en el arcén de la carretera mirando en silencio a través del cristal delantero mientras algunas gotas de lluvia caían levemente.

Abrió la puerta y se deslizó hacia afuera muy despacio. A ambos lados de la carretera había un espeso bosque. Se veía de un verde tan oscuro y denso que casi daba un poco de miedo, pero ella apoyó su espalda en el coche y cerró los ojos. Entonces fue consciente de muchas otras cosas.

Como si de un amplificador se tratara comenzó a oír nuevos ruidos, las hojas chocando unas contra otras por efecto del viento, los variados cantos de algunos pájaros que aún se dejaban oír en aquella mañana de invierno y el repiquetear de las gotas de lluvia sobre el suelo.

Estando en aquel lugar solitario tenía la impresión de estar realizando un viaje en el tiempo.

Respiró hondo y le pareció que hacía mucho tiempo que no olía a tierra mojada. Por más tecnología que se hubiera inventado nada podía imitar aquel olor.

Nadie mejor que ella para saberlo. Kilómetros atrás se había quedado su trabajo y su casa, lugares en los cuales la innovación tecnológica era una presencia permanente.

Aun guardaba libros de papel, viejas radios, lectores de dvd´s, pero los conservaba como una reliquia del pasado, como un objeto de adorno.

Ahora tenía la “Transparent sheet” una lámina transparente que estaba en todas las paredes de su casa e inclusive en el techo y en la cual podía tener todo lo que quisiera: proyección de fotografías, películas, vídeos, música e inclusive leer.

Los smartphone, que tanto se utilizaron en su día, también habían desaparecido. Ahora la más innovadora comunicación estaba integrada en su cuerpo. Llevaba un implante en el hombro izquierdo que se activaba con la mano derecha y su cuerpo era el receptor y emisor de los sonidos. Daba la impresión de que durante las llamadas las personas estuvieran hablando solas.

La vida de los seres humanos había cambiado mucho en los últimos años, otra cosa es que se sintieran felices. La felicidad era un asunto que cada uno gestionaba a su manera y ella tenía claro que cada pocos meses tenía que recorrer aquel camino y pasar unos días en su casa de campo para encontrarse a sí misma, recobrar fuerzas y el equilibrio necesario para afrontar el resto del año.

Había decidido que ese lugar sería su santuario, alejado de todo tipo de tecnología. En ese lugar se dedicaría a cosas tan triviales como pasear, recoger flores, cocinar o encender una hoguera.

Resultaba paradójico que tuviera que volver atrás en el tiempo para poder avanzar hacia adelante. En esas pequeñas cosas podía encontrar inspiración para seguir creando tecnología de última generación.

Era consciente de que la tecnología no hacía más felices a las personas pero sin duda les facilitaba mucho la vida.

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