Sí, estaba casada con un prestigioso abogado criminalista y según la opinión pública, felizmente casada, 4 hijos ya independientes, lejos del hogar. Un puesto importante: decana de la cátedra de Historia de la Universidad Complutense de Madrid. Era lo que se suele llamar: una mujer afortunada.

Se miró al espejo de su cuarto de baño y en sus intensos ojos negros se reflejaba una mezcla antagónica de seguridad y tristeza. Sonrió con ironía y observó su cuerpo muy bien formado. En sus 64 años nunca antes había tenido el valor de contemplarse desnuda, pues siempre había tenido mucha vergüenza y nuevamente se preguntó: ¿Cómo había sido tan ingenua? ¿Ingenua? Se repitió a sí misma, o estúpida se preguntaba.

Su prestigio, toda su vida de bien hacer, el honor de su familia,… todo, todo al traste. Miró la bañera, ya estaba llena. Cerró el grifo. En su mano izquierda se agrupaban con firmeza unas pastillas. Miró el hermoso reloj de pared, recuerdo de su madre, ¿qué importancia tenía la hora en esos momentos?, pensó. Ahora sólo quería revivir todos los detalles de su aventura y cómo se había convertido en una mujer plena sin complejos ni prejuicios.

Tres meses duró el encanto de sentirse sexualmente deseada. Por primera vez supo lo que eran los orgasmos. Él, con su voz de hombre experimentado, la enseñó cómo desvestirse y masturbarse ante la Webcam, grabando cada detalle de sus voluptuosos movimientos.

En esta conversación consigo misma, recordó cómo él contactó con ella a través de Facebook. Dijo llamarse Frank y que vivía en Barcelona. En su mensaje le decía que tenían amigos en común y que le encantaba la literatura, la historia y la filosofía como a ella y le pedía que lo aceptase en sus contactos. Miró la foto que tenía en su perfil, le gustó y sin pensarlo, le aceptó.

Pero Frank resultó ser un delincuente profesional del chantaje. La acosaba llamándole por teléfono y la amenazaba. Ahí estaba su correo. O le entregaba esa fuerte cantidad de dinero o todo el material de las grabaciones saldría a la luz en las redes.

Ella lo tenía claro. No cedería al chantaje. Lo que más deseaba aquí o allá era seguir disfrutando, en la intimidad de su mente, de todo lo vivido y que le dejaran en paz.

Ya tenía la solución y no estaba asustada. Se llevaría consigo todos sus secretos que tanta vida le dieron. Con dificultad tragó en seco una a una las pastillas y se aferró con fuerza al portátil hasta hacerse daño en los pechos. Introdujo suavemente una pierna luego otra y se sumergió en las profundidades de su enorme bañera.

Se la encontró su marido. Cuando el juez ordenó el levantamiento del cadáver, al médico forense y a su ayudante les costó mucho esfuerzo por la rigidez, separar el cuerpo del pequeño ordenador. Y según la opinión de los presentes, lo más significativo de aquel rostro sin vida era esa sorprendente expresión de SATISFACCIÓN.

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