Tu-ri. Sonó el teléfono móvil de Frederick. Era un mensaje de Ilse. «¡Por fin te compraste la blackberry!», decía.

Correo electrónico, explorador web, mensajes de texto, mensajería instantánea, organizador y mucho más. Es lo que Frederick quería, una Blackberry Curve 20800 a la que le tenía el ojo puesto desde hace meses. Todos sus amigos tenían una y se la pasaban conectados enviándose mensajes, fotos y vídeos. Por fin él la tenía también. Tuvo que pasarse a un contrato de 39,95 euros mensuales más IVA por 36 meses, pero merecía la pena.

«Ya ves… ahora sí podremos estar conectados todo el tiempo», escribió Frederick pero hizo una pausa antes de enviar el mensaje, para poder subirse al autobús que acababa de abrir sus puertas frente a él. Subió e ignoró los buenos días que le dio el conductor mientras releía el mensaje y presionaba la tecla de enviar. Frederick iba camino a su trabajo, como conductor del tren HarzElbeExpress que cubría el trayecto entre Magdeburgo y Halberstadt.

Tu-ri. “¿Cómo te lo pasaste anoche?”, preguntó Ilse. “Bueno, no estuvo mal, aunque hubiera preferido estar solo contigo y no con esa panda de idiotas”.

En lo que quedaba de camino para llegar hasta la estación de trenes no recibió respuesta. Se bajó del autobús y entró a la estación por la puerta de empleados. Vio en el reloj de la pared que tenía que apurarse. Marcó su entrada, saludó a su supervisor de manera distraída y mientras se dirigía a los casilleros iba redactando otro mensaje: “Vale, vale, no te enojes. Sé que son tus amigos, pero es que solo quería estar contigo…”. Dejó su mochila y cerró el casillero mientras presionaba “enviar”.

El tren estaba casi lleno cuando él finalmente subió a la cabina de conducción y se sentó al mando, poniendo la blackberry junto al monitor. Presionó el botón para avisar el cierre de puertas y después de unos segundos las cerró, verificando en la pantalla que no había nadie subiendo o bajando.

El tren se desplazaba a velocidad moderada mientras salía de Magdeburgo. Frederick verificaba sus mensajes cada 10 segundos, hasta que por fin otro tu-ri puso fin a la espera. “Este es el mensaje de la felicidad. Si recibiste este mensaje tienes garantizada la felicidad de por vida solo si lo envías a todos tus contactos. Si no lo haces, tendrás 7 años de mala suerte”. Esta vez no era Ilse sino una cadena enviada por no importaba quién. “Que idiotas”, pensó Frederick y procedió a ignorar el mensaje de la felicidad.

Ya con la ciudad de Magdeburgo detrás y a velocidad crucero, la blackberry volvió a llamar la atención de Frederick con su tu-ri. Esta vez sí era Ilse. “Tenemos que hablar. ¿Cuándo puedes?”, decía.

“¡Mierda!”, pensó él. “Esto de tenemos que hablar nunca ha sido bueno. Seguro que quiere dejarlo otra vez. ¡Mierda!, no paro de cagarla”.

“¿De qué tenemos que hablar?”, respondió.

Tu-ri. “Quiero que lo hablemos en persona”.

“Pero no me puedes dejar así, dime algo”.

Tu-ri. “De verdad, quiero que lo hablemos en persona”.

“Mierda, quiere que lo dejemos, estoy seguro”. Un semáforo en rojo pasó por un lado del tren a 120 kilómetros por hora mientras él miraba la pantalla de la blackberrytratando de analizar qué era lo que había hecho mal esta vez.

“Vamos, dime algo que me estás poniendo nervioso”, escribió finalmente, intentando convencerla.

Sus pensamientos fueron interrumpidos de pronto por el sonido de un estruendoso silbato que lo hizo soltar la blackberrypor los aires. Puso sus ojos en la vía que tenía delante y vio a un tren de carga que venía de frente. Inmediatamente accionó los frenos de emergencia y el tren comenzó una brusca desaceleración haciendo que las vías y las ruedas del tren emitieran un fuerte chirrido. Después de unos segundos todo fue oscuridad.

Minutos más tarde, entre los amasijos de metal y las butacas arrancadas de su sitio, al borde la vía se escuchó un tu-ri. Detrás de la pantalla estrellada de la blackberry se podía leer “Estoy embarazada :)”. 

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