Suena el teléfono, el “ring ring” insistente consigue sacar a Jaime de su ensoñación. Dirige la vista al aparato que no calla y con lentitud acerca su mano hasta él. La ausencia de cables en el auricular hace mucho más sencillo su manejo, así que Jaime se recuesta en el respaldo de la silla y contesta:
-¿Sí?
-¡Hombre Jaime!¿Que hacías? Has tardado un montón en contestar-La voz dulce de su hermana acaricia el oído de Jaime.
-¡Hola Mariluz! Es que estaba en mi ventana abstraído-Contesta sonriente.
-¡Como siempre, hijo! Siempre que estás en tu ventana pierdes la noción de la realidad. 

Jaime sabe que aunque parezca que su hermana le está regañando, en realidad está contenta por él, pero le gusta dar la imagen de refunfuñona que le caracteriza.

– Bueno, te llamo para recordarte que hoy tienes cita, y que paso a buscarte a las cinco.¡Estate preparado, guapo, que tengo que dejar el coche en doble fila!
-¡A sus ordenes, sargento!-Contesta Jaime muy serio.
-¡Te voy a dar un mamporro, Jaime!¡Qué manía con llamarme sargento, ni que yo mandara mucho! -Protesta Mariluz.
-¡Noooo!-Le dice su hermano, alargando mucho la vocal – Mucho no.¡Muchísimo! -Y se ríe a carcajadas, mientras Mariluz gruñe al otro lado de la línea.

-¡Vale, vale guapísima, no gruñas, que es broma. Y no te preocupes, a las cinco estoy como un clavo abajo. Un besazo. ¡Hasta luego!.
Jaime deja el auricular de nuevo en la base, y piensa un momento en ella. ¡Que maravillosa es! Siempre está pendiente de él, con todas las ocupaciones que tiene, siempre saca tiempo para dedicárselo

.-Tengo mucha suerte de que seas mi hermana – Piensa y se hace la promesa de decirle esta misma frase a ella.
Por fin, vuelve la mirada a su ventana, esa pequeña ventana que le ayuda a vivir día tras día, que le da casi todo lo que necesita.
Recuerda la tarde en que MariLuz entró en casa, acompañada por su marido y las fieras de los niños. El pobre Manolo venía cargado con una gran caja, y David el mayor de los chicos con otra un poco más liviana. Jaime comenzó a protestar- ¡Más cacharros, ya tengo la casa llena, casi no puedo ni moverme!- Pero Mariluz le cortó en seco- ¡Ya está bien Jaime, deja de protestar por todo! Solo queremos ayudarte.

¡No necesito que me ayudéis, me basto y me sobro! – Le dijo iracundo.
Su hermana se acercó a él, y poniéndose a su altura, le abrazó, y le susurró al oído – Sabes que no, reconócelo.
Y Jaime le miró a los ojos y se echó a llorar. Era la primera vez que lo hacía desde que en Toledo, le dijeron que nunca más volvería a andar.
Le instalaron el ordenador y la conexión a Internet, y Jaime descubrió el mundo a través de una pequeña ventana, donde podía reír con los amigos, viajar por países desconocidos, entrar a un museo, e incluso si algún día se atrevía…..
Una campanita sonó y miró a la ventana; una nueva ventanita parpadeaba en ella. Jaime sonrió y contestó-“Hola mi amor…”

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