Una suave música entró por mis oídos. La dulce melodía se entremezcló con mis sueños, a la par que un constante ronroneo me anunciaba que llegaba el momento de despertarme. Sonaba la alarma de mi celular, el cual yacía lánguido sobre mi buró. Abrí lentamente mis ojos y tras estirar un poco mi cuerpo, lo tomé suavemente entre mis manos. Silencié la alarma y su hermosa pantalla táctil, cuyo brillo estaba atenuado automáticamente para ajustarse a la oscuridad de mi habitación, me mostró la hora. 05:30 AM.

Hora de comenzar el día. Apenas si rocé su pantalla para que despertara de su letargo: aparecieron ante mí los correos electrónicos, actualizaciones de estado, comentarios y fotografías de mis contactos. Sentí como la vida se infundía en mí. ¡Estaba conectado nuevamente con todos! No pude menos que sonreír y agradecer a dios por tener al mundo entre mis manos. En menos de treinta minutos, ya había recorrido la vida de mis amigos, aprobado o no sus publicaciones, comentado sus fotos y compartido alguno que otro enlace que me pareció adecuado. Atención especial merecieron un par de correos que habían llegado a mi Bandeja de Entrada durante la noche. La pantalla de mi celular, que minutos antes se había convertido en mi ventana al mundo, mostró nuevamente la hora. 06:12 AM.

Hora de levantarse. Dejé mi celular sobre el buró para ir a bañarme, pero repentinamente regresé por él para que me acompañara. Le pedí que tocara una selección aleatoria de mis canciones y entré a la regadera. ¡Oh dios! Mejor no pudo haber sido: ¡tres de mis favoritas me acompañaron mientras me bañaba! Salí de la regadera y lo tomé nuevamente entre mis manos. Con la toalla apenas húmeda lo acaricié suavemente para limpiarlo. Me regaló un par de canciones más mientras terminaba de arreglarme. Escogí la funda en que lo colocaría ese día para que hiciera juego con mi atuendo y lo guardé gentilmente en mi bolso. Un rápido desayuno y su pantalla me mostró la hora. 07:15 AM.

Apenas a tiempo para salir de casa. Coloqué mi celular en el tablero del auto y le pedí me indicara la mejor ruta para llegar a mi destino. Con asombrosa rapidez me dio a escoger entre un par y fijamos el rumbo. Ya sobre la ruta, me informó que se había producido un atasco adelante; pero sin dudarlo, me ofreció una ruta alterna. Seguí con precisión sus instrucciones, que me llevaron por calles desconocidas para mí. Tal vez dudé un momento de él, pero repentinamente me ordenó dar un giro sobre una calle que me resultó conocida y en menos de lo que imaginé llegaba a tiempo a mi destino. ¡Gracias a dios que guiaste mi camino con bien! Su reluciente pantalla, como regalándome una sonrisa, mostraba la hora. 08:51 AM.

Fue una mañana agitada. Mi celular no dejaba de sonar para comunicarme con mis colegas y clientes, avisarme sobre mis citas y recordarme mis pendientes. Contigo recibí, leí y contesté la miríada de correos que invadieron mi dirección electrónica. Las horas pasaron rápidamente a tu lado. ¡Gracias a dios me pude apoyar en ti, querido amigo, para sacar mi trabajo adelante! Me indicaste que era hora de ir a comer. 02:03 PM.

Mis colegas y yo llegamos al restaurante de siempre. Pedí el menú del día. Mientras esperábamos a que nos sirvieran, tomamos nuestros celulares para revisar las actualizaciones de las redes sociales y comunicarnos con nuestros amigos, tal vez planeando la actividad para la tarde, después del trabajo. Probablemente ese era el único momento en el día en que podíamos hacerlo libremente, por lo que justificábamos el interés que cada quien tenía en la pantalla de su celular. Comimos casi en silencio, sólo de vez en cuando alguien comentaba algo relevante encontrado en su celular. Pedí la cuenta y con tu ayuda calculé la propina y cuánto nos tocaba pagar a cada uno. Me avisaste que era hora de atender una junta de trabajo. 03:15 PM.

¡Vaya una junta aburrida! Y después de comer. Gracias a dios te tengo entre mis manos y puedo discretamente abrir mi ventana al mundo, simulando estar tomando unas notas contigo. Pero de repente me avisas: BATERÍA BAJA – 5% restante. ¡Oh dios, olvidé recargarte! Y conociéndote, en menos de cinco minutos te apagarás. No puedo salirme de la reunión para recargarte; sería mal visto. De pronto, veo como tu luminosa pantalla se oscurece hasta volverse negra. ¡Te has ido! La junta continúa, pero ya no presto atención. Sólo quiero salir corriendo a mi oficina para conectarte al cargador. Me pongo de malas ¿Cómo es posible que me haya olvidado? Los minutos se vuelven eternos, pero finalmente la agonía termina. Me levanto de inmediato y casi sin despedirme de mis colegas corro hacia mi lugar. Salgo con tanta prisa de la sala de juntas que tropiezo con alguien sin darme cuenta. Apenas si me disculpo. El elevador tarda demasiado ¡por dios! Se abren las puertas y entro apresuradamente. Alguien me saluda, pero no presto atención; solo tengo ojos para tu pantalla negra, sin vida. Llego a mi lugar y presuroso te conecto a la corriente; un pitido indica que estás aceptando la carga, pero tengo que esperar casi un minuto a que alcances la mínima para encender ¡Qué desesperación! Por fin aparece la manzanita blanca en tu pantalla y reinicia el proceso para volver a la vida. A la par que lo haces, mi ansiedad disminuye y regresa mi buen humor. Toco amorosamente tu pantalla y compruebo que tus funciones están activas nuevamente. Lanzo un largo suspiro y te doy gracias, ¡oh dios! de qué estés conmigo nuevamente. Tu pantalla me indica la hora. 06:03 PM.

Es hora de volver a casa.

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