Escuché algo como un gruñido, quedo… muy quedo. Sentí al tiempo, un movimiento en mi estómago como si un ratón corriera por mi intestino, buscando queso. ¡No desayuné! – Pensé en voz alta –
Un rostro femenino creo; ajado por los años, de ceño fruncido, apariencia desaliñada y de pocos amigos, volteó mirándome con gesto de reproche. El rostro pertenecía a una mujer regordeta, mal trajeada despelucada y con apariencia de haberse levantado hace un minuto. Se encontraba haciendo fila delante de mí, me miró, emitió un sonido como de desaire… jummmm !… con una reacción parecida a la que uno tendría si lo empujaran; y luego volteó nuevamente su mirada al vacío. Eso es normal ahora pensé, mirar al vacío. Parece que ver a las personas a los ojos pasó de moda.
Llevo 40 minutos haciendo fila en un banco local para consignar algo de dinero a mi hija, 40 minutos… cada cliente se demora en promedio 7 minutos..
– Se cayó la red… – Está lenta la red… No hay línea… – es la disculpa de los cajeros cada minuto.
Pienso en los días en que acompañaba a mi mamá al Banco de la República en Bogotá, en 1970. Tenía una libreta de ahorros, como de 50 páginas. Hoy me parece inmensa, comparándola con mi tarjeta débito. En esa época cada cliente se demoraba lo mismo que ahora, pero entonces la cajera tenía que verificar manualmente el número de cuenta, el valor del retiro y el saldo, buscando y llenando los espacios correspondientes en una tarjeta con los datos y la firma de mi madre. Hoy, cuando miles de datos atraviesan el océano a las velocidades del pensamiento, los clientes tardan lo mismo, pero con una diferencia… no se miran ni se sonríen. Están zambullidlos en el mar virtual de sus teléfonos y cachivaches electrónicos.
Por fin hice la consignación.
– Ya te mandé la plata. $500.000. – Le dije llamándola a su celular.
– Listo, ahora paso al banco y la retiro, un beso -.
Mónica, mi hija iba viajando en el transmilenio de Bogotá, miraba al vacío. Acababa de salir de clase y revisaba los mensajes de su teléfono. Increíble, en la época en que acompañaba a mi mamá al Banco de la República, ubicar a alguien fuera de la casa o la oficina era imposible, hoy solo bastaba oprimir unas teclas en un teléfono celular.
Encontré nuevamente a la mujer de la fila. Rehuyó la mirada. Pensé… que poco nos miramos ahora las personas a la cara y sonreímos. Parece que ahora no hacen falta las miradas y las sonrisas. Ahora basta con los toques, los me gusta, los comentar, los compartir, los jejejejejejej, los jajajaj, los XD o los tqm del “Care libro” o facebook.
Se nos va la humanidad…. o llegamos a la verdadera humanidad. Es esto lo que buscamos? ¿Es este el fin último del desarrollo humano, es evolución? Del “Amaos los unos a los otros” al “Chatead y comentad los unos de los otros”. ¿Es más satisfactorio un “Me Gusta”, que un abrazo?
El sonido fuerte de un altavoz en el parque central me abstrae de mis pensamientos…
– ¡Si se preocupa uno por pendejadas! Pienso nuevamente, en voz alta. –
Un vendedor de minutos a celular me escucha, me mira y me sonríe. Bueno, una mirada y una sonrisa… no todo está perdido. Este hombre aún sonríe y mira a la cara. Será porque él es dueño del tiempo, él vive de vender tiempo, tiempo al aire; tiempo virtual; tiempo para todo y para nada. Un minuto de los que vende puede salvar una vida o acabar un matrimonio; en un minuto de comunicación se construye un patrimonio o se termina un amor; en un minuto de los que vende se escucha la verdad o simplemente un ¿qué haces… me has pensado? Suena y vibra mi teléfono celular.
– Aló – respondo.
– Hola Papi ya retiré la plata, pero solo pude sacar $480.000, no había más – me dijo mi hija.
– ¿Cómo así? Ladrones. Si me dijeron que la transacción era gratis… Juemadre, descontaron la cuota de manejo de la tarjeta. La tecnología cuesta, pensé.
– ¿Papi, me puedes hacer otro favor?
No me dejó contestar. Tuve la intención de decir que no… mentiras, es mi hija. Además me lo dijo en ese tono que usa para que no pueda decir que no.
– Camilo tiene que llevar un certificado de antecedentes disciplinarios a la empresa. Yo le dije que yo se lo bajaba de la Red, pero no puedo. ¿Me ayudas? -.
Camilo es mi hijo menor, vive con Mónica y con su abuela en Bogotá. Yo vivo en una pequeña ciudad en los llanos, es un pueblo muy bullicioso y agitado, pero al fin, un pueblo. La señal de Internet es muy mala y navegar es una tortura. Bueno pero toca.
Conecté el módem a mi portátil, calenté un tinto y me senté a tratar de bajar el certificado de mi hijo. Al sentarme, lo primero que vi fue un letrerito parpadeante… “Sin señal”. El que me vendió el modem me enseñó a buscar señal. Entré a herramientas; clicquié en “configuración de red”; luego en “manual”; luego en “solo 3G” y por ultimo en “Buscar señal”. Creo que nunca me había aprendido un proceso tan largo. En mi época lo más complicado era sacar dulces de la maquinita de la esquina. El procedimiento era: Pedirle a mamá una moneda de 5 centavos; llegar a la droguería de don Carvilio; introducir la moneda en la ranura, halar la palanquita metálica y al tiempo poner la camisa embombada en la boquilla para recibir los dulces. Intenté buscar la señal varias veces, cambiando de ubicación. No hay señal.
“Internet juancho@.com” , es lo mejor en Internet en el pueblo. Allí fui a parar. Ya eran las 3 de la tarde y a esa hora juancho.com estaba lleno de muchachitos y muchachitas navegando en Facebook… jajajaja; jjejejejej; uyyyyyy; Tqm; XD; Uffffff. Tuve que esperar más de una hora, para poder utilizar un equipo, una hora mirando hacia el vacío Unos miraban sus PC; otros sus aparatos celulares y otros más sus tablets y blackberrys. Los demás mirábamos al vacío.
La tecnología es parte de mi rutina, aunque no me guste mucho. Igual que Dios, al que siento todos los días, aunque poco pienso en Él. Solamente espero que el vacío no se lleve nada más que una mirada y una sonrisa. O mejor que un día nos las devuelva.
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