El diario de un mal amor que me extirpó el corazón

El diario de un mal amor que me extirpó el corazón

Katiana Schäfer

14/10/2014

A veces quiero volar y no quedar más aquí viendo como todo es igual…

Amar, tantas veces se ama, tantas veces se sufre

Siempre se ama, siempre se sufre.

No son colores los que se perciben alrededor de esa rueda mágica,

Lo que ella encierra es muy distinto de “maripositas”

Muy distante de ese sentir mariposas…

Llega y posee

Llega y también sabe irse,

También se va y no dice adiós

Ni siquiera da la vuelta para recordar que todo lo que se hizo se podía llevar en el bolsillo…del recuerdo.

Marca huellas que son tan poco frágiles que no logran borrarse;

Lágrimas que ruedan y no saben ser agua, saben de sangre

Escrito un 2 de febrero de 1998, sentada en una mesa detrás del bloque 46

…Soy un libro abierto…

CAPÍTULO I

JUAN CAMILO GONZÁLEZ CÉSPEDES

Fue fugaz en sus intentos de seducción…imperceptible, casi dañino.

He tratado una y mil veces de buscarle sentido a mi existencia…

Hoy, un día 18 del mes 12 del año cuarto, nace algo nuevo;

Quiero vivir, quiero sentir, quiero emocionarme, quiero escuchar el latir del corazón.

Quiero sumergirme en un mar de efervescencia, quiero tenderme suavemente en el jardín de mis delicias…

Quiero seguir el camino de la primavera…y el del corazón.

Hoy fue sábado de noche,

Hoy conocí el 8 de febrero.

Enero 28 de 2005.

 Hoy es un día especialmente triste…jamás pensé que esta decisión tocaría mi puerta.

Es muy difícil aceptar que ahora estoy sola…sola…sola.

Porque él era todo para mí, era mis planes, mis proyectos de vida, mis sueños; él era presente, pasado y futuro…era simplemente él, mi vida…así lo concebía.

De un momento a otro, esta…mi vida se tornó diferente y oscura; empezó el desánimo y la monotonía comenzó a hacer de las suyas hasta que enfermó al amor; pasa lo que pasa cuando ese alguien, esa otra persona siente que ya no hay nada más que hacer por el hecho de saberte segura, de hacer caso omiso a las sugerencias, algunas de ellas con la emoción y la pertinencia de un reclamo, de un grito desesperado que sin voz y sutilmente sólo quería que le siguiera prestando atención…pero, como decía por ahí una canción “cuando el amor se daña es mejor cambiarlo antes que repararlo”.

Luego, se me instaló la tristeza, esa que se ha empecinado en no dejarme…ni sola ni en paz.

Ya pensaba yo que sin él mis días no tenían días, razón sin razón que da el hecho de estar al “lado” de alguien por tantos años; ya pensaba yo que ya me había pasado “el cuarto de hora”, que “me había dejado el tren”, que ya yo había salido de circulación, que mis días tenían que terminar junto con los de él…

Yo era la única que hablaba de los planes presentes y futuros, de las salidas a comer, de tener la creatividad en el diario vivir para tratar de mantener a flote algo que ni con salvavidas podía salir de su ahogo, de ese abandono en el cual estaba más que sumergida. Era yo la que hablaba, de los viajes, de la casa, de los hijos que vendrían, de lo que con ilusión se compraría, de lo que con ese amor que no fue amor supuestamente se construiría…él, por mucho tiempo, simplemente se limitaba a asentar con la cabeza un sí o en su defecto un no, sin saber ni sospechar que no siempre el silencio es bueno, porque en este caso me hacían falta sus palabras. 

No quería hacerle daño a nadie ni a mí misma, pero eso es algo que por más que se quiera es inevitable…

Igual, el amor siempre vendrá acompañado por dolor…

Es indescifrable…

A veces indescriptible…

Otras deseable…

Pero al rato indeseable…

Y te vuelve maleable…

También vulnerable…

Es insuperable…

Y se torna inaguantable…

Pero inmanejable, hace que lo absurdo y lo complejo se vuelva controlable.

-¿Cuánto tiempo vamos a esperar? –le hice la pregunta al viento.

«Creo que toda una vida» – fue la respuesta que me devolvió silente e inconsciente, sin saber ni sospechar que de cierto modo, literalmente así sería.

 

Enero 31 de 2005.

 Le conocí el día menos pensado, el día menos esperado, menos anunciado, menos pronunciado; no lo andaba buscando…y el llegó, vino a mí.  Sucedió un 18 de diciembre del año dos mil más cuatro, ahí llegó…sin más ni menos.  Cuando lo vi sentí que algo recorrió parte de mí, me estremeció, me abrumó, pero cerré la puerta a cualquier nueva posibilidad; tenía miedo, miedo al mismo miedo que da el entregar sin freno.  Volvimos a vernos un día siete del primer mes del año dos mil más cinco y desde ese momento ya fue imposible dejarle el candado a la puerta y peor aún, sería imposible salir de ahí, a sabiendas de que este amor se convertiría en mi mayor condena.

 Nos encontramos y coincidimos,

Nos vimos y lo vivimos,

Nos acercamos y no lo pensamos,

Nos respiramos e imaginamos,

Nos deseamos, nos rasgamos, nos agitamos, nos cabalgamos y lo quisimos,

Descansamos y luego repetimos, seguimos, subimos, bajamos,

Trepidamos…dormimos.

 –¿Por qué ahora? –¿Por qué pasa esto? –¡Por qué, maldita sea! – lloré.

Me llamó en horas de la tarde a contarme el suceso…el inoportuno e inesperado suceso.  Ha sido muy duro y difícil saber esto, pues ahora todo cambia su rumbo y todo lo que queríamos para los dos, puede coger otro camino.  Él me quiere y me quiere muchísimo y yo también a él.

Nunca, durante esos primeros meses, pude ver que desde el primero hasta el último día que estuvimos juntos, siempre me estuvo engañando, con las palabras, con los gestos, con los hechos, con las mujeres, con su ex esposa, con su ex novia, con su mejor amiga. Nunca pude ver, ni advertir, ni darme cuenta que nadaba en aguas de un amor más que enfermizo.

Quisiera tener el valor de irme lejos, muy lejos.

Quisiera que él tuviera ese valor de seguirme, lejos, bien lejos, los dos juntos, muy lejos, muy juntos. 

Febrero 2 de 2005. 

 No sé qué pensar porque la ilusión se va

No sé qué pensar porque todo me hace dudar

No sé qué pensar porque ahora nada sé

No sé qué pensar porque no sé qué hacer

No sé qué pensar porque está lejos

No sé qué pensar porque no sé nada

No sé qué pensar porque no veo la luz del sol

No sé qué pensar porque para esto aún no hay explicación

Y no sé qué hacer porque no sé qué pensar…

Febrero 12 de 2005.

Ayer fue –me atrevo a pensarlo- el peor de todos mis días. Lo sospechaba, lo presentía, lo sentía…

Para salir de dudas, una de las tres personas que me han acompañado en este momento de depresión, me dijo que de hoy no podía pasar esta incertidumbre que me estaba matando.

Me acompañó en mi intento cobarde por saber la verdad, una verdad que partiría mi vida en dos si era positiva.

Llegamos, lo hice…hasta di mi primer nombre dizque “para no levantar sospechas”; todo me temblaba, todo se me nublaba, yo sólo pensaba: ¿por qué no está él acá acompañándome? ¿Por qué me ha dejado tan sola?

Y se llegó la hora de la verdad.  La prueba fue a las 3pm y la señora dijo: «venga dentro de 15 minutos».  Llegamos a las 3:20pm, mi acompañante se sentó segura de que el resultado iba a ser negativo.  Me dirigí hacia aquella ventanita por donde entré 15 minutos atrás para recibir el pinchazo, la señora me miró y me entregó el sobre sellado.  Lo abrí con un suspenso ciego, lento, sordo, mudo…lo abrí, para ver que al final aparecía la palabra P O S I T I V O.

Fue como decirle sí y no al tiempo en un segundo,

Fue como si los caminos se hubiesen hecho cortos y largos a la vez,

Fue como si me quedara sin aire, aún sabiendo que seguía respirando,

Fue como desvanecer aún sabiendo que seguía viva,

Fue como despertar y sentir que aún seguía y estaba soñando,

Fue como sentirme sola tres veces,

Fue como salir corriendo y seguir en el mismo punto,

Fue como ir tras él y ver que él no existe,

Fue como decirle a la memoria no hace parte de esta historia,

Fue como contar un cuento sin hablar,

Fue como sentir el corazón estallar,

Fue despertar para ver que era real.

Lloré, pensé, me agité; pensé en él y en él,

Lloré y de nuevo recordé que estaba sola,

Lloré y pensé que tendría que tomar una decisión, que debía buscar una solución.

Lloré y me dije: ¿y, si me voy lejos?

Lloré y me dije: ¿y, si lo tengo y me lo llevo conmigo, solos los dos?

Lloré y me dije: ¿cómo me vuelvo a sentir sola?

Lloré y pensé:  ¡qué tonta soy! No fui más que unos días que ya pasaron

Lloré y me dije: pero lo quiero y él me quiere

Lloré y me dije: ¡ilusa, idiota!, ¿no estás viendo que no le importas, que ya te hizo a un lado, que nunca te tuvo a su lado, que te ha sabido dejar sola dos veces?

Le llamé y le di la noticia, para saber que del otro lado del auricular, sólo escuché como se reía de mi llanto. «No te creo» – dijo él.  Su compañía sólo existió en un instante corto de tiempo.  Un instante tan corto que, casi efímero, fue suficiente para haberme desahuciado.

ADIÓS A MIS ENTRAÑAS

Febrero 15 de 2005.

Llevas exactamente en mí el tiempo que recorre en mis entrañas aquel ocho de febrero.

Siento debilidad, tristeza y cobardía

Siento desilusión, soledad y abatimiento

Siento engaño, ausencia y abandono.

Pero te siento a ti, aquí dentro de mí, hurgando en mi interior, apoderándote de mis sentidos y gobernando mis instintos.

Nunca podré entender por qué nos ha dejado solos, por qué no nos creyó.  Tú sabes que lo quiero, como a ti, lo quiero de una manera que no podría describir; me la jugué toda, arriesgando hasta mi propia vida por él…y por ti.

Perdóname si me embarga la melancolía, pero nunca fue ni será mi intención lastimarte ni hacerte daño; hay cosas que nunca podría explicarte.

Hoy te vi a través de un aparatito en blanco y negro, eres tan pequeñito que tan solo mides once milímetros.  No te imaginas lo que sentí, nadie podría saberlo; mis ojos se llenaron de charquitos por la emoción y la confusión, esta última dada por el hecho de sentirme tan sola.

Recuerda mi bebé que pase lo que pase siempre te amaré, porque viviendo en mí ya te llevas contigo mi vida.

Febrero 17 de 2005.

Ayer no fui capaz de nada, después que saliera de mi vida mi alma.

Ayer me quitaron la vida, la ilusión, la esencia, la alegría, la inocencia.

Ayer mi vida, definitiva y trascendentalmente, se partió en dos…y el corazón, en más de dos.

Ayer nunca se me olvidará que fue 16 de febrero.

Ayer nunca saldrá de mí…

Ayer fue más que el intenso frío, la fiebre, la piel de gallina, el temblor, el mareo, el vómito.

Quisiera que esta máquina del tiempo diera un salto entre lo que fue diciembre de ese año y febrero de este otro.

Quisiera poder sentir que lo odio por lo que me ha quitado.  Me han quitado la vida, el aliento y el suspiro.  Me ha quitado mi vida, su vida, nuestra vida, mi aliento, mi suspiro.

Sí, lo odio; creo que pienso en estupideces.  Se ha llevado todo, mis ganas, mi confianza, mi fortaleza. 

– Y ahora, ¿cómo puedo volver a creer? –pregunté al hada eterna –¿por qué me has puesto esta prueba? – pregunté a una vida ya sin vida.

…fue ese dieciséis el día más triste de mi vida, después de ese veintidós del quinto mes del año mil novecientos noventa y tanto.

Febrero 17 de 2005 –un minuto después-.

Ahora ya no estás…

Sólo tenías unas semanitas y tres días aproximadamente,

Solo tenías tiempo para decirme no, yo sólo tenía tiempo para decir…

Sólo era el tiempo el que podía decidir,

Sólo fue el tiempo excusa, amigo y enemigo a la vez

Y él decidió que aún no era tiempo.

Por eso te llevó con él,

Por eso te arrebató de mí y me dañó por dentro,

Por eso ahora estoy sin ti,

Por eso ahora triste, acongojada y sola siento que se me cerraron todos los caminos.

Febrero 18 de 2005.

Parece mentira que todas esas palabras y esos besos hayan sido míos.

Parece mentira cuando decías que sentías que yo era inalcanzable para ti.

Parece mentira que me abrazaras tan fuerte y sintieras que yo era la mujer con la que querías empezar una nueva vida.

Parece mentira cuando decías que te sentías tan enamorado.

Parece mentira que no querías que estuviera lejos de ti cuando estaba cerquita.

Parece mentira que quisieras fundirte en mí cada vez que me besabas.

Parece mentira que hiciéramos el amor con sólo mirarnos.

Parece mentira que después del café de la montaña, el día trece de enero estuviéramos en el 213  –y allí fue que nació la semilla.

Parece mentira que cuando me abrazabas te latía a mil el corazón.

Parece mentira que cuando estabas cerquita a mí, de sólo mirarme suspirabas tanto que decías que tú eras ‘la nena’ de esta relación.

Parece mentira, que por esta mentira yo haya perdido mi vida.

Parece mentira que en un abrir y cerrar de ojos me arrebataras la ilusión.

Parece mentira que después de tanto amor que nos dimos, sólo quede deserción.

Parece mentira que mi bebé se haya ido,

Parece mentira que por tu culpa se lo hayan llevado,

Parece mentira que desde ese día me hayas marcado,

Parece mentira todo lo que te he llorado,

Parece mentira que alrededor de tu vida hubiesen tantos secretos y que a tiempo no los hayas destapado,

Parece mentira que después de haberte creído me haya entregado,

Parece mentira que después de tanto y después de tan poco, tú me hayas engañado.

RELATOS DEL VIAJE.

Me aventuré en un viaje de largas horas, era demasiada la ansiedad que sentían mis entrañas, llegaban mariposas y se iban al rato, pero dejando fuertes corrientazos de ilusiones.  Llegué un seis de enero jueves, año dos mil más cinco, a la ciudad capital; tenía el pensamiento elevado y sólo había un punto, encontrar al hombre que había desatado en mí la intriga y la emoción.  Vino el siete de enero viernes, del mismo tiempo que el día anterior; él llegó a la 78 con 11, allí estábamos La Rola y yo ‘chupando’ cerveza y escuchando canciones de rocola.  Nos vimos, nos abrazamos fuertemente y ya.  Luego, con el pasar de unos cuantos minutos, las mariposas hicieron de las suyas y nos acercaron en un profundo beso que duró como cinco canciones, las cuales –y por obvias razones- no recuerdo.  De ahí nos fuimos para una fiesta fracasada en un club de militares resentidos, atendiendo a la invitación que nos hiciera un amigo suyo.  Nos dieron los anhelados pitos de navidad (expresión usada para decir que se hizo tarde) y por fin pudimos irnos de allí.  El camino nos llevó hacia la casa de la Rola, sólo íbamos él, ella y yo; llegamos y caminamos hasta la desilusión de no encontrar el licor, llamamos y lo pedimos dizque al “correo de la noche” y empezamos a ‘jartar’ con música para escuchar, cantar, bailar… y besos, abrazos, el baile, el acercarnos, el mirarnos…hasta el amanecer y un poco más allá.  Ya eran las ocho o nueve de la mañana del sábado ocho de enero, los cuerpos estaban cansados y deseaban reposo, dormimos y al cabo de un rato nos sorprendió la soledad a nuestro alrededor, los cuerpos un tanto ansiosos con el misterio decidieron acercarse y enredarse, él empezó con una tímida seducción rozando mi vientre con sus dedos y escribiendo en mi espalda lo que quería.  Se fue como a las 8pm y no volvió, por ese día.  Al día siguiente, ya domingo 9 de enero, salí con mi primo y su esposa a casa de mi tío; estando allí recibí la primera llamada del día y era él, con la voz llenita de emociones, de ganas de vernos.  Llegué a las 7pm a casa –de la Rola, que era donde me estaba quedando- y allí estabas, esperándome con los brazos abiertos y después cerrados alrededor de mi cuerpo, además del beso en mis labios.  Esa noche jugamos ‘mímica’, nos reímos muchísimo, muchísimo, y de nuevo dormidos, muy juntos.  .  Al siguiente día, ya miércoles 12 de enero, yo prepararía una cena especial para la familia de la Rola –mamá y hermanas- y para él.  Me vestí con traje de luces, tenía una falda, una camisa divina y unas botas color marrón de tacón muy alto, estaba hermosa.  Cuando salí de la habitación, él aguardaba en la sala por mí, me vio y casi se ahoga, el brillo en sus ojos lo decía todo y sus brazos extendidos para refugiarme también lo pronunciaron.

La cena fue espectacular, especial, inolvidable; quedaron algunos recuerdos de esa noche retratados en fotos, como casi todos los días de esta historia en que estuvimos juntos, y digo casi todos, porque de los días en que estuvimos más que juntos no hay retratos fotográficos, pero esos instantes aparecen dibujados intactos en el lienzo de nuestro recuerdo, sin fuga…en algún lugar que la memoria no arrebata.  Ya aparecería el jueves 13 del mismo mes, y este día prometía ser mágico, porque él me llevaría a un lugar sorpresa; me vestí con un pantalón rojo, una camisita roja y sobre ésta una camisa de encaje negra, que permitía ver un poco más allá de la imaginación; de nuevo la niña estaba linda, preciosa, como para que él se quedara prendado de su hermosura. No sólo era por la ‘pinta’, ella era una mujer transparente, delicada, femenina, glamurosa, sencilla, honesta, romántica, apasionada, de muy buenos sentimientos.  Nos habían dado permiso hasta las tres de la mañana.  Yo me fui solita en un colectivo hasta el Andino, que sería nuestro lugar de encuentro. 

Allí estaba él, fascinado al verme, con esos ojitos traviesos y pícaros y esa sonrisa de portada.  Me encantaba tenerlo cerca, sentirlo cerca, respirarlo cerca, abrazarnos, besarnos…mirarnos a los ojos para decirnos las verdades del corazón, las ‘verdades bailaditas’, no podíamos quedarnos quietos; perfectamente nuestros besos podían ser eternos, perfectamente nuestra mirada podía quedar congelada en el tiempo y el sentirnos uno con el otro era tan intenso que la piel quemaba para fundirnos en ella…en una sola.

Me llevó a un lugar que no puedo describir con palabras, simplemente fue el lugar, nuestro lugar, exclusivo por cierto; era una casita de cuento, todita en madera, chimenea, velas, los dos juntos, sentados sobre cojines en el suelo.  Nos tomamos media de ron y a la hora de la cena, comimos crepes casi iguales; siempre sucedía, había muchas coincidencias entre los dos.  Hablamos muchísimo de nosotros, de nuestras vidas, de nuestras historias, de cosas.  Seguimos el camino y éste decidió que aún no era hora de partir, por un instante cerramos los ojos y al abrirlos estábamos sumergidos en el 213. 

Allí nos encontramos más allá de la vida, tocamos el cielo, bajamos, subimos, deliramos, gemimos, reímos, sentimos, suspiramos, nos agitamos…más allá de lo pensado, de lo permitido, de lo anhelado, de lo esperado.  Recorrió mis caminos, mis andamios, mis señales, mis alarmas, mis peligros, mis avisos; me abrazó con su fuego y yo lo quemé con el mío, desgarrándonos, disfrutándonos, probándonos, descubriéndonos, amándonos.  Al día siguiente, viernes 14 de enero, me fui con la Rola para el café de Juan Valdez en la 13 con cuarta.  Allí fumamos uno que otro cigarrillo y tomamos granizado de café.  Al rato, una presencia masculina bajaba unas escalinatas en dirección a nuestra mesa, era él…mío.  Unos minutos después nos encontramos con un amigo suyo y nos fuimos a bailar los cuatro: él y yo, su amigo y la Rola, pero la noche no fue tan agradable, porque preciso cuando nosotros dos estábamos pasándola delicioso, la Rola se sentía incómoda con nosotros dos y le dio por armar un show de enfermedad y tragedia para que nos fuéramos de allí, como dirían en mi tierra “no pueden ver a un pobre acomodado”, dicho que hace alusión a que siempre resulta alguien que no puede verte feliz, que se molesta al ver que estás pasando un buen rato; al llegar a casa me daría cuenta de que todo había sido una de sus patrañas para evitar que él y yo nos acercáramos. 

Nos vimos de nuevo el lunes 24 de enero, fui a su trabajo –a la 13 con octava- a eso de las 5:10pm; nos encontramos y unos pasos adelante, me abrazó, con los brazos llenos de fiebre -una fiebre que olía a angustia y que traería infinito dolor- en aquella plaza donde queda el museo del oro, y acto seguido me pidió que le besara.  Ya mi regreso a Medellín era ese mismo día en la noche, pero a última hora decidí cambiar el viaje para el día siguiente en horas de la mañana; partiría de nuevo a eso de las 6:30 de la mañana del día martes 25 de enero.  Me pediste que me quedara contigo, que no me fuera, que me quedara en Bogotá; ojalá que las decisiones en la vida pudieran ser tomadas con un sí inmediato sin tener que pensar en nada.

Nos fuimos para el café Oma del Salitre Plaza, después fuimos a recoger mis cosas, mis maletas, mis recuerdos que guardé celosamente en el bolsillo, nos despedimos de la familia de la Rola –y de ella por supuesto- y luego partimos a nuestro encuentro en solitario.  Ambos lo deseamos tanto o más que en cualquier otro tiempo, ambos queríamos que fuera una historia importante.  Empezaste, con una música muy suave, a despojarme de mi ropa y de mis temores; nos mirábamos a los ojos como quien se encuentra hechizado por un sueño y quiere quedarse allí eternamente.  Nos amamos con sentido, con pasión, con locura, con desenfreno, con ternura, en extremo.  Entrelazaste tu cuerpo al mío, en perfecta unión y sincronía; me gobernaste, te goberné, me tomaste, te tomé, te bebí, me bebiste…entre nuestros pensamientos, más allá de nuestras razones, me pedías que no me fuera, que no te dejara.  Lo que sentimos fue infinito y está escrito en la piel, huellas que siempre quedarán. 

Nos despedimos con lágrimas en los ojos y nuestra última palabra fue un te quiero y el último pensamiento, un te espero.

Llegó la primera noticia que me contarías el lunes 31 de enero, como si nada y como de la nada la noticia me desmayó los sentidos, me estremeció hasta los intestinos, me desbarató los pensamientos…su ex novia estaba embarazada, sí, como para no creerlo, como para desmadejarse y salir corriendo en busca de aire para no dejarse morir; y eso sin saber lo que estaba pasando conmigo, muy dentro de mí.  Tú no supiste nada de mí, sólo de ti en esos días.

No podía darle crédito a lo que había acabado de escuchar a través de un simple y frío auricular, cómo era posible esto si él ya no estaba con ella, cómo había sucedido.  Quizás fue el miedo a abrir bruscamente los ojos y darme cuenta de una cruda realidad, la realidad de haber estado siempre engañada, de vivir una mentira adornada con una fantasía, la cual por venda de tela o de papel, me encegueció más allá de mi testaruda cordura. 

Empecé a sentirme mal de salud, del alma, del corazón y el mal también invadió mis pensamientos, mis sentimientos: me llené de una única e indescriptible soledad, abandonada a mi abandono…y pasaron otros días y otros más.

Abril 29 de 2005.

Sentí unos pasos…el viento acarició suave y levemente con un dulce roce cada parte de su cuerpo.

Caminaba lenta y sigilosamente; casi siempre tenía miedo, ella lo podía percibir, lo podía sentir como cuando el mar acaricia la arena.

Sedujo, enamoró, se embobó, se enamoró, se dejó seducir y atracó a ese corazón…ladrón de amor, amor del bueno.

Llegó a ella, la tomó, le hizo una zancadilla a la pasión, zancadilla de ocaso en primavera.

Y se posó sobre ella, al rato ella sobre él; hicieron un conjuro…y también más que eso, mucho más que eso.

Los separa un camino lleno de montañas, él en la Sabana, ella a casi ocho horas en el Valle; pero el amor es invencible, él se hace sublime, cuando ya ha palpitado el corazón, cuando ya han surcado esas mariposas en el estómago, estómago de los amantes, corrientazo de amantes, calambre de amantes, respiración agitada de amantes, piel de gallina de amantes, carita roja de amantes…hemos sido buenos amantes de ese amor.

Pero él, cobarde de ilusión, la ha querido dejar, eso ha hecho de todo: la ha matado con la voz, le ha extirpado el corazón, le ha perforado la razón, le ha tirado dardos a ese amor, coge su arco y ya ha lanzado más de 18 flechas; toma en sus manos aquella pistola calibre no sé qué, camina hacia esa mesita donde está aquella caja con los mejores momentos, con los mejores recuerdos de ella y por allí, entre papeles, entre sentimientos, entre emociones, él puede observar como se esconde el amor ‘cagado del susto’ y con mucho sudor porque presiente que Juan lo quiere matar; por más esfuerzos que hace por escabullirse entre tanto sentimiento, él –Juan- lo agarra por el cuello y lo lleva al aire libre, en un campo abierto porque en contados instantes se ha de presenciar un duelo, nunca antes visto, entre Juan y el amor –aquel que conoció un 18-; el amor ya está sin aire, se siente débil, a unos segundos de ser asesinado; camina con pasos de gigante hacia un tronco de madera que se divisa a cinco metros y medio, en una mano lleva su pistola y en la otra, aún sujetado por el cuello, lleva al amor.  Lo deja caer en aquel tronco, ya casi sin vida, cansado, flaco…cuenta uno, dos, tres hasta casi veinte pasos de vuelta hacia el lugar de tiro; carga su pistola, apunta y dispara; el amor se está desangrando y a pesar de todo su dolor no se resigna a morir, a ser vencido por el miedo, él es todo un guerrero, un gran luchador.

Días después, ya recuperado sigue revoloteando cerca de la casa de Juan, le pidió la escalera prestada a un vecino para meterse por la ventana, ya es de noche y el amor mira a través del cristal –y aguantando mucho frío- a aquel amante que fue suyo, éste se halla en la cama mirando al cielo, tiene lágrimas en los ojos pero no se permite llorar; el amor se mete y logra colarse por debajo de las sábanas, estira sus brazos y como algo furtivo decide ahogar a Juan con un abrazo, le dice: “no temas, soy verdadero, amor del bueno, amor sin fronteras, amor sin medidas, amor que no teme, amor que lucha, amor que enseña, amor que acalora, amor que alimenta, amor que ama, amor que sabe reír y que cuando toca también sabe llorar, amor de amante loco, amor que suspira, amor que inspira y que también respira, amor que vuela, amor que imagina, amor que crea y construye, amor que viaja, amor que recorre, amor que agita, amor que siente…amor que a gritos te dice: bienvenido”.

Y…ese amor que se resistió aquel día a ser vencido por el miedo, que no se resignaba a morir…ahora se encuentra tendido en una camilla de un lugar llamado “unidad de cuidados intensivos”; los doctores han dicho que la mayoría de sus órganos se encuentran estables, pero que algunos de sus signos vitales no responden.  No encuentran razón científica para tal desequilibrio, los aparatos muestran que sus emociones se manifiestan como una gráfica de ‘seno y coseno’ –un sube y baja porque eso es lo que le has dado-; su mente ya se halla en blanco, cansada de tanto divagar, sus latidos siguen siendo débiles…su corazón parece que ya no responde.

Ninguno de ellos –los doctores- puede explicarse qué es lo que pasa, por qué el amor ha llegado a este estado casi vegetativo…todos se toman sus cabezas con los brazos, tratando de entender el por qué de tal anomalía; unos caminan, otros aguardan por el deceso, cuando de repente aparece la respuesta a tal situación.  A lo lejos se oyen unos pasos, alguien se acerca agitado y asustado, atravesando puertas –como nunca- a lo largo de ese pasillo que lo conduciría a la verdad de lo que él mismo se inventó y que tradujo en agonía.

Ya no hay nada que hacer, los doctores ya han agotado todo lo que la ciencia puede ofrecer.  Juan se acerca, aún ella puede escucharlo, pero ya no puede verlo…el amor ha entrado en crisis, ya se le han desconectado todos los aparatos que la mantenían con vida artificial, porque para mantenerla con vida sólo existía un remedio; ni siquiera las inyecciones de pasión, de entrega, de esperanza, pudieron hacer algo para que siguiera con vida.

Ha empezado la cuenta regresiva, ahora es Juan quien se toma la cabeza con sus brazos y deja rodar sus lágrimas que ya ella no puede ver.  10, 9, 8, 7… ahora es él quien no entiende por qué quiso estar solo cuando ahora está perdiendo al amor que siempre había tenido.  6, 5, 4… ahora Juan aprieta fuerte la mano derecha del amor y le suplica: “no te vayas”, pero ya es muy tarde.  3, 2, 1 ——————- (¡el amor ha muerto!).  Ahora Juan trata de comprender lo que ha hecho y es ahora cuando realmente empezará a entender qué es estar y quedarse solo.

Febrero de 2006.  El día fatal, el día final.

Ya con los rezagos de un amor lastimado, fastidiado, humillado, jugueteado, saqueado… habíamos decidido irnos el fin de semana a una finca alquilada a las afueras de Bogotá con un grupo de amigos suyos, y digo suyos porque pertenecían a sus afectos, no a los míos.  Llegamos a eso del mediodía de un día sábado del mes de febrero del año 2006; la finca era muy bonita, enorme en sus estructuras, con árboles frondosos por doquier, habitaciones muy amplias de techos altos y baño en cada una de ellas.  La mejor parte de aquel recinto, sin duda, era la piscina, dado que el pueblo donde quedaba la finca era de clima caliente –en Colombia, el clima de los pueblos y ciudades depende de la altitud a la cual se encuentran-, ese sería el lugar de esparcimiento.  Escogimos la mejor habitación de todas, todo parecía que marchaba bien dentro de lo que cabía, ya que por momentos o por todos ellos, nunca sabía qué esperar de él ni con qué saldría, dado que me había metido de cabezas en una relación de escogencias múltiples en la cual yo siempre seleccionaba el “NS/NR”, es decir el ‘no sabe no responde’.  Todo el día estuvimos en la piscina, todos sus amigos con sus respectivas novias y ‘dos amigas’ de ellos, en total vendríamos siendo unas 15 personas; jugamos, hablamos, nos reímos, hasta que pasadas unas horas y después de llevar unos cuantos tragos encima comenzó a jugar uno de sus juegos para los cuales yo no estaba preparada, estando abrazados en la piscina de repente me soltó y se fue nadando hacia el frente en busca de una de sus amigas –que, como dije anteriormente, eran dos amigas que venían solas-, viendo como yo lo observaba, después de dejarme sola ya que todos estaban ocupados en sus propios mundos, la tomó por la cintura y acto seguido la sentó sobre sus piernas de frente a él; yo sólo podía ver como el agua se movía, sin saber qué podía estar pasando con las manos de ambos, ya que no las veía ni en el aire, ni en la superficie, por la oscuridad que se iba posando con la llegada de la noche; él sólo se reía, de una manera pícara, vulgar y maquiavélica, mirándome fijamente sin vacilar, mientras seguía de manera descarada y atrevida en su acto frenético y despiadado.  Quedé absorta y autista, no quería ver el espectáculo; me alejé de allí sin entender, sin responder, sin poder respirar.  Al cabo de unas horas, todos estaban disfrutando de la música moviendo los cuerpos al compás de los ritmos tropicales, pero ya con tragos en la cabeza, empezaba a caer más de uno en estado de borrachera; yo intentaba seguir disfrutando del paseo, la música y el baile, a pesar de lo que me había tocado presenciar horas atrás.  Juan se acercaba hacia mí, trataba de buscarme el lado como si no hubiera pasado nada, pero yo lo evadía sutilmente, ya que estaba muy molesta por su actitud; él seguía bebiendo licor de manera desenfrenada, cuando de un momento a otro se fue hacia nuestra habitación sin decir nada; como yo le estaba mirando,  le seguí, se tambaleaba sin poderse mantener en una sola línea, llegó a la habitación y se dejó caer sobre la cama.  Al rato, llegó uno de sus amigos y al ver que intentaba vomitar y no podía, ambos –su amigo y yo- intentamos ayudarle a incorporarse para que no se ahogara, a lo que él respondió con malas palabras; su amigo se fue furioso del cuarto después de escuchar los insultos de Juan, yo por el contrario,  me quedé con él insistiendo en ayudarle.  Fue instantáneo ese momento en el cual sentí que un puño de hombre se estrellaba contra mi cara, haciéndola girar bruscamente hacia un lado; no daba crédito a lo sucedido y antes de reaccionar decidí pensar que se trataba de un accidente ‘involuntario’ al tratar de levantarse de la cama, pero no, no fue así, la fuerza con la que me propinó el golpe decía todo lo contrario.  No hubo tiempo de reaccionar, a los pocos segundos del primer golpe pude ver que sus ojos estaban inyectados de furia y con toda esa maldad que por dentro tenía vi como se incorporó con todas las ganas y en un acto demencial y muy rápidamente, me propinó un cabezazo de frente a mi cara, que fue a estrellarse directamente con mis ojos y nariz; quedé tan aturdida que hasta la noción del tiempo se borró de mi memoria, todo se me nubló alrededor y sólo pude sentir que de mi nariz salía sangre a chorros.  Intenté, en un acto de defensa –yo indefensa- gritar, pero las palabras se quedaron mudas, no salían las lágrimas pues éstas habían sido suplantadas por la sangre que sí salía.  Recuerdo que lo insulté, pero sin fuerzas, que tuve un amago de darle una cachetada, pero la mano se desvió hacia la nada, así que salí de allí, del delito de una habitación que olía a maltrato, a desilusión, a rabia, a sarna.  Fui corriendo en busca de uno de sus amigos, el que más me apreciaba, porque quería que alguien le diera su merecido, quería sentirme respaldada, un poco apoyada; sentí que corrí horas enteras, cuando en realidad no habían pasado ni cinco minutos; el dolor que sentía era tan intenso, que ya las lágrimas habían recuperado de nuevo su lugar, haciéndole competencia a la sangre que seguía cayendo.  Todos quedaron estupefactos al verme en ese estado, nadie decía nada, sólo este amigo del cual hablo, que al ver mi cara no vaciló ni un sólo momento en ir a buscar al que me había puesto de esa manera.  Llegamos a la habitación y Juan se hizo el dormido, su amigo le gritaba cosas exigiéndole una explicación de lo sucedido, trataba de estrujarlo en un intento vago para que Juan saliera de su caparazón de cobardía, pero todo fue inútil, él nunca respondió.

Los hechos se dieron en la madrugada, así que tenía que esperar a que amaneciera para poder salir de allí, ya que a esa hora no pasaba ningún medio de transporte que pudiera salvarme.  Fue tal mi desespero y mi humillación, que me puse a contar los minutos uno a uno pensando que así se acortaría más el tiempo, a la vez que dejaba caer sobre mi cabeza el chorro de agua helada que salía de la ducha, agua que se mezclaba con sangre y lágrimas.  Llegó el amanecer y mi cuerpo desnudo seguía en la ducha, allí tirado sobre el suelo, envuelta en los despojos de lo que fue estar por tanto tiempo en el lugar equivocado; no sé cuantas horas pasaron mientras estuve allí tirada, acurrucada, desnuda, despojada, desmoralizada, indignada, ultrajada.  Cuando por fin saqué fuerzas de mi interior, nuevamente me incorporé, salí de la ducha  y me vestí, fue en ese momento cuando el espejo me devolvió la imagen de la humillación y el maltrato.

Regresé a Bogotá sola, en bus, tapándome con vergüenza la señal de lo que fue, sintiendo una profunda desolación.  Al día siguiente, las radiografías mostrarían un traumatismo del hueso nasal, no podía ni dejar caer agua sobre él, el sólo hecho de lavarme la cara ya suponía una tortura, por el dolor tan intenso que sentía; cogiendo muy suavemente la nariz con el dedo índice y pulgar, podía sentir como ella bailaba entre ambos dedos.

Nunca más le volví a ver, fue entonces cuando me disfracé de huida y en quince días tomé la decisión de dejar atrás treinta años de mi vida.

“…Y como toda enfermedad busca su remedio o todo veneno busca su antídoto, yo decidí por remedio o por antídoto comprar un tiquete de ida sin regreso, exactamente al día siguiente después de haber sido ultrajada, golpeada y maltratada…”

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus