Prólogo

La historia que os voy a contar tuvo lugar hace mucho tiempo. Antes de que Los Ángeles llegara a ser la gran ciudad que todos conocemos hoy en día.

Durante años, los colonos habían utilizado el sendero de Hardlow para desplazarse por tierras de nadie. Viajando de un pueblo a otro para vender las pieles de los animales que cazaban y asimismo comprando provisiones para el camino de vuelta a casa.

Pero ese camino no era ni mucho menos como las carreteras que tenemos hoy en día pues los principales problemas eran la falta de luz por las noches, los animales salvajes que se podían encontrar por el camino y el lamentable estado del sendero en algunos tramos, que obligaba a los colonos a hacer un alto en su viaje para despejar la maleza que les impedía el paso.

Aunque nada de esto impidió nunca el comercio a través de Hardlow, la gente por lo común temía hacer esta ruta cuando el sol ya se había puesto. Y es que eran muchas personas las que decían haber escuchado a altas horas de la noche un sonido como el de un caballo galopando que se acercaba y seguidamente una voz fantasmal pronunciando una advertencia: “Fuera de aquí”.

Incluso había gente que afirmaba haber visto de lejos la silueta del caballo y su jinete.

Ver a un viajero solitario sería común en esta época, de no ser porque todos quienes se habían cruzado con la misteriosa aparición, se habían fijado particularmente en los ojos rojos del animal y nunca habían acertado a observar cómo se alejaban el hombre y su caballo hasta desaparecer. Simplemente estaban ahí y un segundo después desaparecían. Como si nunca hubieran estado.

Pero eso no era lo peor. Lo que realmente preocupaba a los colonos era quedarse solos durante la noche. Porque si te quedabas solo y escuchabas al corcel acercándose era tu perdición y es que eran muchos los que se habían adentrado en el sendero a altas horas de la madrugada y nunca se les había vuelto a ver.

Por supuesto, si viajabas con un grupo de personas no tenía porqué pasarte nada pero aún así, la gente prefería darse prisa e intentar atravesar todo el camino durante las horas de sol.

Todo el mundo… menos uno, ya que siempre hay un escéptico.

Su nombre era Jack Buster y formaba parte de un grupo de cazadores que acababan de llegar a una pequeña ciudad donde venderían las pieles que habían adquirido, y se prepararían para volver a casa al día siguiente.

En principio, la idea era volver al pueblo de donde procedían ese mismo día pero debido a un problema con uno de los carros, tuvieron que detenerse y acabar llegando a la ciudad durante la puesta de sol. Así que decidieron quedarse en la ciudad aquella noche y reemprender el viaje por la mañana pues conocían la leyenda de Hardlow y temían que se produjera una tragedia.

Pero Jack no opinaba como sus compañeros. Él no creía que hubiese ningún espectro en el camino y así se lo hizo saber a los demás.

Como era de esperar, el miedo era más poderoso que la razón y Jack acabó marchándose aquella misma noche, atravesando Hardlow con el objetivo de llegar a su granja en un par de horas y de paso demostrarles a sus amigos que no había nada que temer.

Fue un error. Aquella fue la última vez que Jack fue visto… con vida. Tras abandonar la ciudad, estuvo desaparecido un par de días hasta que unos colonos que pasaban por Hardlow encontraron su cuerpo cerca del camino, estaba tumbado en un charco de sangre pues le habían apuñalado y a su lado, en el suelo, se podían ver claramente unas huellas que bien podían ser las de un caballo.


Capítulo 1

Se hizo el silencio en la sala en cuanto Boris Holden dijo aquella última frase de modo que causara cierta impresión a los once niños que se encontraban sentados, algunos en las sillas y otros en el suelo, escuchando la historia que contaba su anfitrión.

Era la noche de Halloween y como todos los años, se celebraba una pequeña fiesta en casa de los ancianos Holden a la que asistían amigos y vecinos. Se trataba de una pareja ya entrada en años y de excelente reputación en el barrio. Pues de todos era bien sabido que siempre dejaban su puerta abierta si alguien, conocido o no, necesitaba ayuda. Y además, en cada festividad, solían organizar pequeñas reuniones, como las llamaban ellos, a las que solían invitar a todo aquel que estuviese dispuesto a pasárselo bien y a escuchar las viejas anécdotas que allí se contaban.

Este era el motivo por el cual una docena de niños entre seis y diecisiete años habían ocupado todos los asientos que había en el salón, dispuestos a escuchar al dueño de la casa con gran entusiasmo.

El Sr. Holden se tomó su tiempo para escrutar cada uno de los impresionados rostros de sus invitados. Nadie se atrevía siquiera a pestañear, todos querían saber lo que pasaría después. Antes de que a cualquiera de los niños se le ocurriese pedir una continuación de la historia, el anciano prosiguió su relato:

―La policía del condado inició una ardua investigación que se prolongó durante semanas, luego fueron meses e incluso años. Pero no encontraban ninguna pista o posible explicación racional para la muerte de Jack. Y por eso, la gente comenzó a creer realmente queel jinete de Hardlow era algo más que una leyenda. Pues aunque se decía que ya había matado antes en el viejo sendero, hasta entonces no se habían obtenido pruebas de que dicho fantasma hubiera tenido algo que ver con los crímenes allí cometidos ― hizo otra pausa para crear tensión ―. Hoy en día, todavía se conoce esta leyenda gracias a que pasó de boca en boca a través de varias generaciones. Y os diré una cosa, el sendero Hardlow sigue existiendo y es, para ser más exacto, la carretera secundaria que atraviesa el bosque. Por lo que ya sabéis el motivo por el cual no debéis ir solos al bosque cuando cae la noche. Nunca se sabe cuándo el misterioso jinete volverá a hacer una de las suyas.

En la sala volvió a reinar el silencio pese a que muchos creían que el sonido de su corazón latiendo a toda velocidad podía ser escuchado. El anfitrión posaba su mirada fría en cada invitado como dando énfasis a lo último que acababa de contar. Las caras de los niños ya no mostraban intriga alguna sino un profundo temor a lo desconocido. Aunque no todos se creían aquella historia. El mayor de aquellos invitados se encontraba de pie, con un codo apoyado en la repisa de la chimenea, sonriendo y con una mirada desafiante en su rostro.

―Así que un jinete fantasma que mata gente, ¿eh? ―repasó el chico―. Pues a día de hoy dudo mucho que de existir, cosa que también me parece imposible, siga en el bosque de Hardlow dada la cantidad de vehículos que pasan por ahí a diario. Alguien lo habría visto, ¿no cree?

Holden se tomó unos segundos para responder. Aquella suposición le había pillado por sorpresa, los niños que solía tener de público nunca habían cuestionado sus historias. Hasta ahora.

―Como ya he dicho, el jinete sólo aparece por la noche. Y ataca con absoluta profesionalidad a quien viaje en solitario, por lo que nadie que se encuentre con él vive para contarlo.

―Qué oportuno ―rió su interlocutor―. Por cierto, no recuerdo haber oído nada acerca de una muerte reciente en esa carretera. De hecho, no recuerdo haber escuchado nunca un cuento siquiera parecido a ese con respecto al sendero.

La cara del anciano dejó de mostrar satisfacción personal y reflejó una ira repentina al darse cuenta de que aquel invitado ponía en duda sus palabras.

Se levantó de su butaca ante el asombro de los demás niños y se acercó al chico con intención de poner fin a aquel espectáculo que no le favorecía nada a la pequeña reunión.

―¿Se puede saber qué te propones? ―le preguntó visiblemente enfadado pero procurando no levantar demasiado la voz―. Le estás quitando misterio a esta celebración.

―¿Qué misterio? Está clarísimo que es una farsa. Lo único que le ha faltado decir es que caballo y jinete desaparecieron por arte de magia en una nube de polvo. Oh no, eso lo dijo. Le faltaron los efectos especiales quizás.

―Mira chico, no sé ni quién eres ni quién diablos ha tenido la desfachatez de invitarte. Pero que no creas en las leyendas populares no significa que tengas derecho a aguarles la fiesta a los demás.

―Me llamo Lennox y más que invitado, me han forzado a venir. Y no se altere tanto que tan solo he creído que era lo correcto decir la verdad en este caso.

Holden estaba a punto de replicar cuando una tercera persona les interrumpió:

―Es hora de comenzar con los juegos ―anunció la Srta. Ridgeway, quien se había asomado a la puerta y permanecía allí mirando inquisitivamente a su tío.

El anciano se volvió hacia ella. Por un momento pareció sorprendido por tan brusca interrupción. Luego echó un fugaz vistazo a su reloj de bolsillo y observó:

―Aún no son las ocho. Ni siquiera he acabado de…

―Los juegos y los respectivos premios para los ganadores también ―añadió cortante su sobrina, quien era evidente que tampoco estaba allí por gusto.

―Vamos, Kelly, esas cosas no irán a ninguna parte. Y es Halloween, he de prevenir a estas almas inocentes de los peligros de la noche.

Al decir esta última frase, muchos de los niños notaron que un escalofrío recorría su espalda, Lennox por el contrario, se vio obligado a contener la risa.

Pero a Kelly Ridgeway que desde pequeña había asistido como invitada a aquella fiesta y ahora, a sus más de treinta años debía ayudar a organizarla, ya no le causaban efecto alguno en el humor las artimañas de su viejo tío. Por lo que permaneció impasible y optó por dirigirse a los invitados directamente:

―Ya podéis pasar a la biblioteca para empezar con el juego de las manzanas.

Más que una sugerencia era una orden. Así que ninguno de los niños, ni siquiera Willie, el más aficionado a las historias de fantasmas protestó y salieron del salón en dirección al lugar indicado. Kelly dirigió una última mirada a su tío y Lennox antes de marcharse por donde había venido.

En cuanto desapareció por la puerta, el Sr. Holden con patente frustración y sin ganas ya de empezar un nuevo debate, le dijo al adolescente:

―Si has venido aquí obligado y no te vas a marchar a casa, hazme un favor y quédate en la cocina. Lo más lejos de mí como sea posible.

―Conforme.

Y así, Lennox abandonó la estancia dejando al anciano solo. Normalmente, él no era de esas personas que obedecían las órdenes de los demás tan fácilmente pero en este caso le pareció que su anfitrión ya tenía bastante con aquella antipática Kelly y que tal vez, por una vez podría hacer lo que posiblemente mucha gente hubiera llamado “hacer lo correcto”. Y es que la idea de aguantar a todas aquellas personas con las cuales no se llevaba demasiado bien no le hacía ninguna gracia pero sus padres pensaron que sería un buen modo de socializar con los vecinos y hacerles ver que el adolescente, no era tan distinto a los demás como se rumoreaba en el barrio desde hacía años.

En todo caso, al chico no le hacían gracia aquellos juegos de Halloween como el de las manzanas. Pero eso no se debía a su edad, a él nunca le habían gustado los juegos en general.

La casa del matrimonio pese a tener dos pisos no era muy espaciosa. De hecho, para llegar a la cocina no había más que salir al corredor y entrar al comedor por la única puerta que había al lado de las escaleras que subían a la planta superior. A la cocina se accedía por una puerta de dicho comedor.

Al entrar allí, Lennox se encontró con tres personas: la Muriel. Holden y una amiga de esta, Joanne Brooke  que estaban terminando de hacer los postres de Halloween que como siempre, repartían entre los invitados poco antes de acabar la fiesta. Y también estaba presente en la habitación un niño llamado Vincent a quien, por lo que el adolescente recordaba, el Sr. Holden lo echó del salón antes incluso de empezar a contar la leyenda del jinete fantasma debido a sus constantes preguntas y a su imperioso deseo de escuchar un relato cuanto más sangriento mejor.

Las dos mujeres miraron a Lennox cuando llegó pero no le dirigieron la palabra sino que continuaron conversando la una con la otra pues ya se imaginaban por qué estaba ahí. ¿Quién no se lo habría imaginado? Al fin y al cabo él no era ningún desconocido en la casa. Hasta el pequeño Vincent se lo imaginaba pero allí solo, sentado en una silla escuchando a las ancianas hablar de personas a las que no había visto en su vida y aburrido como estaba no se le ocurrió nada mejor que hacer que hablarle a aquel tipo tan extraño que había entrado por la puerta.

―Te han echado ¿a que sí?

―No me han echado ―aclaró el adolescente mientras ocupaba otra silla―. Me han pedido amablemente que me fuera.

―¡Ja! Viene siendo lo mismo. Aunque siempre es mejor estar aquí antes que en el bosque de Hardlow. Por el jinete asesino, quiero decir.

―¿Cómo sabías eso?

―Ya me lo habían contado antes, ¿sabes que leo a Poe? Yo creo que el jinete existe hoy en día y está esperando a que alguien indefenso pase por allí para matarle.

―Lo de Poe no me sorprende y para ser sincero lo otro tampoco. Pero mira que eres crédulo.

―Eh, que no soy solo yo. Willie piensa lo mismo y Sam también. Claro que te hablo de mis amigos pero apostaría lo que fuera a que todos los demás invitados creen.

―Pues yo apostaría lo que fuese a que en Hardlow no hay nada sobrenatural ―Lennox dijo esto sonriendo, como si ya hubiera ganado―. Es más, podría ir yo mismo por la carretera del bosque en plena noche y a solas para demostrarlo.

―Podrías ir esta noche ―dijo repentinamente Vincent―. Te apuesto toda mi colección de cromos de que allí hay algo.

―No lo decía en serio ―protestó el chico al darse cuenta de que el crío había tomado en serio lo de una apuesta.

―¿Tienes miedo? ―inquirió el niño metiendo el dedo en la yaga todavía más―. En ese caso estarías admitiendo que el fantasma existe y temes encontrarte con él. Así que habría ganado la apuesta.

Lennox se encogió de hombros y dijo con resolución:

―Lo haré, recorreré el camino esta noche y mañana te diré lo poco fantástico que me resultó el paseo.

Vincent sonrió complacido. Pero la verdad era que su interlocutor no tenía intención alguna de irse a casa atravesando el bosque en vez de usar la carretera nueva por la que siempre iba, en el caso de aquella noche, en el vehículo del Sr. Holden quien amablemente se ofrecía a llevar a los invitados cuyas casas quedaran más lejos a sus respectivos hogares. Y no era porque le asustaran los fantasmas sino porque odiaba los bosques durante la noche debido a algo que le sucedió cuando era pequeño y que pese a que se esforzaba, no podía olvidar. Solo había aceptado la apuesta para quedar bien ante los niños porque después de todo, ¿a quién no le gusta que le tomen por una especie de héroe?

De modo que el plan era marcharse a casa por el camino de siempre y al día siguiente reunirse con el crío y contarle que no había visto nada que mereciera la pena ser contado. Quizás, con un poco de suerte, el niño olvidaría la estúpida apuesta y no se acordaría más de ella.

Pero ese pensamiento hubo que descartarlo enseguida pues cuando Lennox salió de la fiesta una vez ésta hubo acabado, se encontró con un grupo de tres chicos, entre ellos Vincent, que insistían en acompañarle hasta la misma entrada del bosque para asegurase de que cumplía su parte del trato.

Debería haberlo imaginado antes, al fin y al cabo era un detective o lo más parecido a ello que podía ser un chaval de su edad al que le gustaba resolver misterios. Y de hecho, fueron los tres amigos quienes se ocuparon expresamente de decirle al Sr. Holden que Lennox iría a su casa a pie esa noche. También se encargaron de hacer que él no olvidase lo que debía hacer ni mucho menos por lo que fueron su escolta desde el mismo momento en el que salieron de casa de los ancianos hasta unas cuatro manzanas más adelante que era precisamente donde había un cruce de carreteras. Una de ellas, la que llevaba a Hardlow. La otra, la que a cualquiera con un mínimo de sentido común que hubiera escuchado a Boris contar su historia, hubiera escogido.

La fiesta tampoco duró mucho, una vez hubieron terminado los juegos también se podría decir que terminó la diversión y las ganas de continuar con el espectáculo otro año más. No, los anfitriones de aquella casa ya no tenían edad para esos trotes y más sabiendo que al día siguiente habría que levantarse temprano pues sería la mañana de todos los santos y habría que hacer una visita al cementerio con la correspondiente misa a la que habría que asistir. Eso como era de esperar, a los niños no les preocupaba. Al día siguiente no tenían clase y seguramente se quedarían en la cama hasta tarde o irían a montar en bici por el vecindario. ¿Qué importaba? Nada, ni siquiera el hecho de llegar tarde para cenar a sus casas. Lo único que querían aquellos jóvenes era conseguir sus respectivas bolsas de caramelos. Premio que según ellos merecían por haberse pasado la tarde en casa de los Holden sin haber podido salir con sus respectivos disfraces a hacer truco o trato.

Y allí estaban los cuatro chicos, contemplando desde una distancia prudente los primeros árboles de un bosque que parecía no tener fin.

―Adelante valiente ―le apremió Willie mientras se metía un trozo de regaliz en la boca.

Lennox suspiró. Ni siquiera se había molestado en pedirle a la Sra. Brooke una de esas malditas bolsitas. Era mayor para eso y de todos modos nunca le habían hecho especial ilusión los dulces. Se preguntó una vez más por qué había accedido a hacer aquello. Ya no se trataba de una apuesta ni de conseguir unos cuantos cromos que de hecho, tampoco le interesaban. Y no era el miedo a que dejaran de tomarle en serio como criminalista. No, era el hecho de vivir con miedo el resto de su vida o no. Aquello era algo que debía superar tarde o temprano. Un detective famoso no debería tener traumas infantiles, se repetía a sí mismo para tranquilizarse.

―Oye Vince, ¿cómo sabremos si ha llegado? ―preguntó Sam con cara de inocente.

El aludido hizo un gesto con la mano restándole importancia a la vez que respondía:

―Nos quedaremos aquí diez o quince minutos para asegurarnos de que no vuelve atrás. Mañana ya nos enteraremos de lo que hizo, solo tenemos que preguntarle a quien le conoce.

―Genial.

Los niños hablaban como si el adolescente no estuviera allí y eso le irritaba. Y por un momento, la ira fue mayor que el miedo cuando se encaró a ellos.

―Vuestros padres se van a preocupar si llegáis tarde, ¿no tenéis nada mejor que hacer, o qué?

―En realidad no, merecerá la pena retrasarme un poco si consigo ganar la apuesta.

Los otros dos chicos asintieron aunque no muy entusiasmados. Sabían que les iba a caer una regañina por retrasarse pero a la vez sentían tanta o más curiosidad que Vincent por saber si el hipotético detective podría afrontar este reto solo.

Y él se dispuso a hacerlo, empezó a caminar por el borde de la carretera en dirección al lugar acordado, más por las ganas que tenía de cerrarle el pico de una vez a aquellos pesados que por otra cosa. A medida que avanzaba, podía escuchar las exclamaciones de sorpresa pertenecientes a Willie y a Sam, quienes no creían que se atreviera a intentarlo hasta ese momento.

Lennox ignoró aquellos comentarios y siguió andando hasta que en una curva, ya en el interior de la arboleda les perdió de vista. Resolvió caminar unos cuantos metros más hacia el interior del bosque pues temía que a los niños se les ocurriera entrar a mirar si había continuado o no su camino. La realidad era que él tenía otros planes. Pensaba quedarse al borde de la carretera sentado, esperando a que pasaran quince o veinte minutos, el tiempo suficiente para que los tres amigos se hubieran ido y luego retroceder sobre sus pasos y llamar a alguien para que viniera a buscarle.

Así que eso hizo, encontró una roca al borde de la carretera lo suficientemente alta como para poder sentarse en ella. Y esperó a que pasara el tiempo. Mientras tanto, se distraía mirando a los coches que de vez en cuando pasaban a toda velocidad por delante suyo y que no reparaban en él, como si fuera un árbol más del bosque, tan falto de protagonismo como todos los demás.

La luz era poca, además de la de los faros de los coches solo estaba la que podía proporcionar la luna. Una luna llena en Halloween perfecta para un cuento de terror. Seguro que Holden estaría pensando eso cuando aquella noche comenzó a contar su historia. ¿Pero qué tenían los bosques para que la mayoría de sucesos extraños o inexplicables tuvieran lugar allí? Era la llamada de la naturaleza y no precisamente en todo su esplendor. Daba miedo estar allí a oscuras, en un lugar donde no había personas vivas en varios quilómetros a la redonda.

Pero era una estupidez pensar en eso porque la negatividad lo único que hacía era crear todavía más paranoias en el subconsciente. Y Lennox no estaba por la labor de consentir aquello, tenía que superar sus miedos costase lo que le costase. De modo que antes de haber pasado ni cinco minutos, se levantó de su asiento improvisado. ¿Qué hacía allí, esperando a que el enemigo se marchara como un gato asustado?, se preguntaba.

No podía volver atrás, eso significaría una derrota y ya indiferentemente de la apuesta y de que le pillaran haciendo trampas o no. Aquello era algo que debía hacer para sí mismo.

Empezó a caminar de nuevo pero esta vez, hacia el lugar donde se debería haber dirigido ya desde un principio. Más hacia el interior del bosque, lejos de Vincent y sus amigos tétricos. De lo único que se alegraba era precisamente de perderlos de vista.

A medida que avanzaba, notaba que cada vez pasaban menos coches por ahí. Podría ser porque ya se hacía tarde y aquello no era una autopista. Podía ser, no quería pensar en ello realmente. Pero lo cierto es que a cada paso que daba el silencio se iba haciendo cada vez más patente hasta el punto de que llegó un momento en el que dejaron de oírse los motores de vehículos aproximándose y lo único que se podía escuchar era el sonido del viento chocando contra el ramaje de los árboles y algún que otro búho ululando.

Ese silencio ponía nervioso a cualquiera. Y escuchar un grito agonizante de mujer procedente de algún lugar inexacto entre la vegetación en ese instante, puede tener un efecto incluso peor, sobre todo si quien lo escucha es alguien como Lennox, que se quedó paralizado por el terror por primera vez en muchos años.

Aquel no era su estilo, sin duda. Y tampoco podía quedarse allí parado escuchando atentamente pues el grito fue breve a la par que escalofriante y agudo. ¿Habría sido su imaginación? Sí, tenía que ser eso. Hiciera lo que hiciera no podía olvidar y los recuerdos seguían persiguiéndole cada vez que entraba en una zona de abundante arboleda a oscuras.

Se quedó quieto unos segundos, tratando de convencerse de que no había escuchado nada. Pero se equivocaba, un segundo grito, esta vez incluso más estremecedor que el último le hizo reaccionar. Era un detective. Puede que muy joven y nada profesional según algunos, pero un detective al fin y al cabo. Por lo que era su deber ir a averiguar si alguien necesitaba ayuda.

Pese a esto, el miedo que sentía era algo tan poderoso como real por lo que lo único que se atrevió a hacer fue a salir de la carretera no sin cierta cautela y a caminar despacio hacia donde le parecía que habían provenido los gritos.

Había una diferencia entre estar en la carretera de Hardlow y en lo que se podría llamar el interior del bosque en sí, donde la oscuridad se notaba todavía más a medida que uno se alejaba del camino creado por el hombre. Por eso Lennox debía pisar con cuidado, cualquier piedra o rama seca en el camino podría hacerle caer o incluso, alertar a quien fuera que estuviese allí acechando. Fuera humano o no. Aunque había un punto común entre estos dos lugares: todo daba miedo por la noche.

El detective acabó bajando por una pequeña pendiente que separaba el asfalto de la hierba y las hojas secas que cubrían el suelo del bosque. Después, con el mismo cuidado del que pisa un continente inexplorado, avanzó un buen tramo entre unos árboles que parecían todos iguales entre sí.

A cada paso que daba, las hojas crujían a sus pies y cada vez tenía menos claro qué estaba haciendo allí. Y al haber caminado unos cuantos metros más, se dio cuenta de que más allá, a unos pocos pasos de distancia, junto a un abeto, yacía un cuerpo que por la forma y pese a que se encontraba algo lejos, a Lennox le pareció una persona.

Iba a avanzar hasta ella pues le pareció que tenía algún problema. No se movía. No reaccionaba ni aunque el chico intentase llamarle la atención. La pregunta de “¿Se encuentra bien?” quedó suspendida en el aire, como el eco en una cueva. Pero no le dio tiempo a acercarse a ella pues un nuevo sonido hizo que el pánico volviera a apoderarse de él.

Comenzó a escucharse un ruido de pisadas cada vez más cerca, pero no unas pisadas cualquiera sino las de un caballo galopando a cada vez más velocidad.

¿Cómo era posible que justo aquella noche se encontrara algo así en Hardlow? ¿Sería el jinete del que el Sr. Holden les había advertido recalcando cada palabra que salía por su boca? ¿Había matado ya a alguien y ahora buscaba a su siguiente víctima? Todas estas preguntas carentes de sentido pasaban por la mente de Lennox cuyos sentidos habían comenzado a funcionar de nuevo y antes de la lógica o lo que es moralmente correcto venía el sentido común. Y el suyo le decía que debía huir. Ya volvería a indagar al día siguiente, a la próxima semana o tal vez nunca. Lo principal era salir de aquel bosque pues los pasos se escuchaban ya a pocos metros de él. Ya no era un galope sino un trote, como de alguien que va a dar un tranquilo paseo con su corcel. Pero un paseo a tales horas de la noche no era ni mucho menos normal.

Tampoco lo era el modo en el que apareció el jinete con su caballo, como de la nada, salido de una espesa niebla de la que por cierto Lennox desconocía su procedencia. Se detuvieron un momento, en un montículo del terreno cercano para observar a aquel extraño que habían invadido Hardlow sin su consentimiento.

El chico, durante un instante, también miró a estos extraños personajes. Luego echó a correr como alma que lleva el diablo con intención de salir de la arboleda y llegar hasta la carretera, lugar donde creía que se sentiría fuera de todo peligro. Lo malo fue que el hipotético fantasma debió intuir lo que pretendía y en cuanto lo vio moverse, azuzó a su caballo, partiendo una vez más al galope hacia él.

Y aunque el detective corría lo más rápido que podía, deseando haberse esforzado más en las clases de educación física para poder conservar su vida allí y en ese momento, no era ni de casualidad rival para un caballo. Así es que consiguió alejarse de donde estaba no más de quince metros antes de que tuviera un percance.

Con las prisas, lo poco que se veía en aquella zona y la tensión constante de tener a un ser no identificado persiguiéndole, había avanzado hacia el lugar equivocado y en cuestión de segundos tropezó y se precipitó por un pequeño barranco de no más de tres metros de profundidad por el que rodó y al llegar al fondo quedó completamente inmóvil debido a la caída. Como un segundo cadáver en el bosque.

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