Montserrat y el Santo Grial

Montserrat y el Santo Grial

Manel Hemis

10/10/2014

Tocaron completas en el monasterio y los cánticos Gregorianos, llenaron el silencio con sus plegarias. Hemis, dejó lo que sería su último trabajo en la biblioteca y salió al patio. La noche amanecía con todo su esplendor. Las estrellas, poco a poco, iban germinando el cielo como flores de un mágico jardín. Las siluetas rocosas recortaban el cielo y aparentaban gárgolas de granito en su castillo. Hemis, caminó sin rumbo observando el paisaje y la imaginación despertó sus fantasías mundanas.

Los poetas han descrito a esta montaña de Montserrat, como un navío: ¡Un castillo Archiciclópeo! Una catedral inconmensurable; sin embargo, son pálidas ideas de tan prodigiosa belleza esculpida en piedra. Si realmente existe Dios —pensaba para sí—, no es de extrañar que elija este lugar tan pintoresco; que sus peñascos parecen torres de alguna ciudad fantasmagórica.

Bajo éste marco incomparable, Hemis quedo hechizado cual estatua de sal. Observó la bóveda celeste, en busca de algún cambio, se sentía tan pequeño pero tan feliz; intentando interpretar las señales de los astros.

Empezó a rotar sobre sí mismo, hasta que vio a Venus en conjunción con la luna. Hemis, lo tenía claro, debía buscar sus orígenes y su madre era la llave. No creía que estuviera muerta como todos decían, él, la presentía viva; el cordón de plata entre ambos, no estaba roto. Tomó el camino de la ermita de Sant Onofre, para pasar la noche junto al ermitaño. Él, era el único que le hablaba de ella, pero, no se lo había contado todo y Hemis, lo sabía. Con paso ligero, se acerco al pie de los setenta escalones que conducían a la ermita; éstos, estaban escavados en la roca de forma desigual. Lo que producía al caminante, un cansancio sublime.

La luna, reflejaba la silueta escuálida de Hemis. Su pelo: rubio platino, brillaba cual luciérnaga. Su nariz aguilucha, surcaba el viento tras el romero. Y qué decir de sus ojos peculiares, más qué, uno es negro azabache y el otro rojo cobrizo. Algo que resulta extraño a primera vista, su mirada intimida, pero es muy cautivadora. Su forma de vestir: es clásica de (negro riguroso), con su sombrero de ala ancha, que contrasta con su pelo platino y su barba escasa. Su forma de andar y de moverse es lenta, arrastrando los pies, quizá, propia de su personalidad analítica y meditabunda. En contraste, su risa es escandalosa, jovial y contagiosa; como la de un niño.

Al llegar a la mitad del trayecto, paró a tomar aire y al alzar la vista, contempló la enorme barriga de la roca; donde se guarecían las dos ermitas, aprovechando una cueva o socavón de la piedra: Sant Onofre y la otra ermita, la de Sant Joan -san Juan-. Antiguamente una pasarela enlazaba las dos, pero más tarde fue retirada, por tal de evitar peligros en la vida solitaria que llevaban los eremitas. Por fin llegó Hemis al final del calvario y se detuvo unos instantes a mirar las estrellas; le parecía que podía tocarlas con los dedos, más su gesto fue inútil ¡Pero bueno! lo había intentado. El panorama era esplendido; dominaba todo el medio-cielo y en un día claro se podían ver las Islas Baleares. Como la noche era clara, pudo ver el jardín, el pequeño huerto y encima de éste, la cisterna escavada en la roca; con canaletas hacia la ermita. Desde allí no podía ver los peces; pero los había de todos los colores.

Entró con cautela en el santuario y se quedó observando el comedor, la mesa estaba puesta para comer y encima del blanco mantel; había medio pan de Pagés -pan redondo de pueblo-, un plato, las aceitunas de costumbre y un porrón vacío. En la sala de trabajo y estudio, estaba el viejo anacoreta, con su cara bondadosa surcada por los años y la abstinencia. Estaba sentado en una silla de brazos; virtuosamente trabajada, como un Trono Real. En su regazo tenía una servilleta y una escudilla de barro en la que amasaba algo. En el suelo, chispeaba un brasero; con un caldero de agua para el té. Hemis, se sentó en una silla igual a la otra y observó la librería de ejemplares selectos; cerca de la ventana había un reloj de pared -un cucú- para ser exactos. Que en ese preciso instante salió de su interior el cuco, con su pelaje castaño y su larga cola de color negro con pintas blancas. Sonó diez veces y Hemis, saludó:

— ¡Bona nit, Pere! -buenas noches, Pedro – ¿Cómo estás? ¿No habrás cenado? —exclamó jovialmente, mirando la escudilla.

— ¡Hola hijo! Llegas a tiempo para ayudar a éste viejo ciego —susurró con voz tenue, mientras amasaba el barro en el cuenco; desprendiendo un aroma floral embriagador

—. Estoy preparando un cataplasma para aliviar mis dolores, pero… ¡No te quedes ahí como un pasmarote! Y ayúdame a…

— ¡Ah…, claro que sí!, perdone, estaba pensando… —replicó meditabundo.

— ¡Ya! ya lo sé mi querido Hemis, sigues con tus cábalas sobre tú madre… ¿Verdad? —observó, dirigiendo sus velados ojos a los de Hemis

— Sí, no pienso en otra cosa, además ¡He visto una señal en el cielo! Ella está… —dudó unos instantes y cogió un palo para reavivar el caldero—… O quizás, se refieren a los sucesos de estos meses.

— ¡Bah…! Déjate de historias astrales, Hemis, o acabaras tan ciego como yo y tan loco como el Abad. Lo más seguro, que los astros se refieren a esta situación política. Ahora tenemos que pensar en nuestro futuro. Tienes que dejar el monasterio y yo la ermita, esto no es seguro…

— ¡Por supuesto! ¿Y dónde vamos a ir Pere -pedro-…? —dijo mientras anudaba la venda del cataplasma.

— ¡Oh…qué alivio! Ahora, ya puedes preparar esa liebre que tienes en la bolsa… —Hemis, lo miró con sorpresa—. Y no me mires así, estoy ciego, pero mi olfato es canino y aún no cené.

— ¡Me sorprendes, Pere -pedro-! A veces pienso, que no eres ciego: cómo cuando jugamos al ajedrez, no sé cómo puedes recordar los movimientos. —abrió la bolsa y dispuso la carne en las brasas del enorme brasero— ¡Ah…! ¡He traído un odre de vino para acompañar!

— ¡Estupendo…! —exclamó alegre—. Esto va a ser un gran banquete… ¿Qué celebramos?

— ¡Es mi cumpleaños! ¿Ya no te acordabas? ¡Eh…! —frunció el ceño, pero su tono de voz era de broma— ¿Quieres probar el Rioja? es….

— ¡Pues claro! ¡Brindemos hijo por la vida! —y estrellaron sus cuencos, en un sonido opaco—. Jamás olvidaré ese día, fuiste un milagro para mis oídos y al sentir tu calor en mis brazos, yoo… —su voz, se quebró en un susurro lleno de emoción. Hemis, llenó su cuenco y suplicó con cariño.

— ¡Por favor, tu prego Pare -padre-! —así lo llamaba él, cuando le pedía algo y la verdad, es que siempre fue lo más parecido a un padre, para Hemis—. Cuéntamelo todo, necesito saber ¿A donde fue? y….

— ¡Vale… Está bien, hijo! Te lo contaré todo, pero jura por la Virgen que no dirás nada al Abad, ni a sus acólitos. Es por tú bien, créeme —objetó con tono hermético—, aunque ya se marcharon ¡Volverán!

— Tu juru, Pare -te lo juro, padre – —asintió, tocando una miniatura de la Moreneta -morenita-, que había sobre la mesa—. Mis labios estarán sellados, como tus ojos. Pero… ¿Por qué tienes miedo…?

— ¡Chisst…! Calla y escucha: Cuando llegó al monasterio, ella, se presentó con el nombre de Anselmo, dijo que venía en peregrinación desde Inglaterra, para expiar sus pecados y entregar su alma a la Virgen Negra: Primero fue a Jerusalén y luego al no encontrarla vino aquí…

El Abad Simó Guardiola, recién elegido en el cargo lo acogió con agrado. Éramos muy pocos por aquel entonces; había mucho que hacer y lo más importante para el Abad, el dinero que le dio. Por eso permitió, que se alojara conmigo, aparte alegué problemas de salud —un sudor frío de angustia, floreció en la frente de Pere—. Pero la masacre y el asesinato de tres ermitaños en el 1809, había dejado huella en mí: uno de ellos el Prior Pastrana, mí tutor, fue fusilado por los franceses, con tres balazos a sangre fría ¡Oh… Hemis! todavía veo su rostro. Por desgracia, aun no había perdido la vista. Y nos obligaron a marchar.

Un año después regresé, acabé los estudios y me instalé en la Ermita de Santa Caterina, llamada la pajarera de Montserrat ¡Como ya sabes! Y en ese fin de año, fue cuando perdí la vista ¡Pero, diablos!, ya estoy mezclando historias de nuevo ¡A ver, a lo que iba!…

Era el año del Señor de 1814, apenas tenía diecisiete febreros cuando llegó Shelmi, de su romería. Había terminado la sangrienta Guerra de la Independencia. Enseguida nos hicimos amigos, hablaba mucho y hacía muchas preguntas. Entonces, descubrí su secreto, aunque la verdad es… Que lo supe desde el primer momento, pero una extraña intuición, me hizo callar ante todos —tomó un sorbo de vino y un pequeño silencio, lleno la estancia de recuerdos—. Hasta que una noche, mi lengua se desató y le dije:

— Podrás engañar a todos los que dicen ver, con sus dos ojos. Pero cuando me hablas y leo tú rostro con mis dedos, mi mente crea una imagen femenina ¡Así qué, dime la verdad! No puedes engañar a un ciego, además ¿Somos amigos, no? Confía en mí —ella se puso a llorar como una criatura desesperada Hemis. Y me contesto:

— ¡Tienes… Razón, Pere -pedro! —farfulló entre dientes— ¡Soy… Una… Mujer, me llamo… Shelmi! —su voz se tornó suave, melodiosa y un pequeño silencio se volvió a adueñar del ambiente.

Fue la noche más larga de mí vida Hemis, las palabras llegaron hasta el amanecer. Nunca había hablado tanto, con una mujer y mi corazón zumbaba como un enjambre de abejas. Desde ese momento, la quise como una hija: ¡Era una criatura Angelical! Ella, me contó su visión que además, era repetitiva.

Vio estas montañas, que le eran extrañas; con una Virgen Negra, en una cueva con todo lujo de detalles, pero le costó mucho encontrarla. Decía haberme visto en una ermita, pero en su quimera no era ciego. Después de su largo periplo, confirmó que su sueño, no era fantasía. También, en su visión un hombre le ofrecía un Cáliz, diciéndole: ¡Tomad y bebed! Sangre de mí sangre, que derramo para Vos y así germinará en tu vientre, lo que tanto anhelas.

Su primer viaje, le llevó en Romería a Jerusalén, junto a su Abadesa. Shelmi,, pensaba que estaría allí la Virgen Negra y su montaña aserrada. Pero, allí le informaron donde estaba ese lugar. Entonces, empaquetó sus pertenencias en una goleta y sin despedirse de su Abadesa, surcó el mediterráneo hasta Barcelona, pero antes de embarcar, se disfrazo de Anselmo.

Yo no dudaba de su visión, pero no podía creer que se pudiera cumplir tal milagro. Pensé que aquella criatura, no estaba en sus cabales, intente convencerla pero fue inútil, ella se reía de mis razonamientos.

*PERE: SE PRONUNCIA PERA, EN CÁTALAN Y *PARE: SE DICE -PARA- O SEA LA E SUENA A.

Cierto día, su curiosidad o la intuición le llevó a preguntarme, como había perdido la vista. Mi sorpresa fue tan evidente, que tuve que contárselo todo, pero la verdad es que sentía la necesidad de escupir aquella pesadilla, para liberarme de su tortura —Pere (pedro), tomó un sorbo de su néctar y sonrojó su palidez marmórea— y entonces le conté así mí peculiar historia, a mí querida Shelmi:

Cuando llegué a ésta montaña sagrada, no era más que un mozo escuálido de diez años y muy aventurero. Me gustaba descubrir nuevos caminos, sentir la paz, aislarme de tanta injusticia social y aquí encontré mí paraíso terrenal. Ingrese en los escolares del monasterio, durante siete abriles, luego me traslade a la ermita de Santa Caterina; con la compañía, de miles de pájaros risueños.

El día de mí cumpleaños, fui a dar un largo paseo en torno a les Agulles -agujas, grupo de rocas de esa forma- y vi una gruta en un peñasco. La curiosidad me llevó a un bosque siniestro, pero era joven e imprudente y no hice caso del temor, que infundía aquella floresta. De repente, nada más entrar en él, una oscuridad pegajosa se adueño de aquel paraje, sin embargo, el sendero parecía tener luz propia; cómo cuando hay luna llena y se pueden ver hasta las sombras de los árboles, aunque allí, no había luna ni cielo ni estrellas.

Así anduve por aquel laberinto… hasta que perdí la noción del tiempo y también del lugar. Me detuve en una pequeña explanada e hice un fuego para calentarme y descansar. Hacía un frío exagerado para esa época estival; parecía pleno invierno, pero el calor de la fogata me durmió. Algo me despertó, observé a mí alrededor pero nada vi… La oscuridad, sin embargo, había cambiado a un tono azulado; como un amanecer siniestro. Al principio pensé que había dormido poco, pero las brasas del fuego, ni siquiera estaban calientes. Al recoger la capa del suelo, me quedé boquiabierto al ver un panecillo; que aún estaba caliente. En ese momento, no reparé en su significado, tenía hambre y me lo comí. Me dije a mí mismo, que alguien viviría cerca de allí y me daba la bienvenida con ese presente.

Seguí el camino y de la nada… Aparecieron tres seres a caballo: Vestían un hábito negro, con una capucha amplia, que les cubría el rostro. Me acerque un tanto temeroso y el primero de ellos me dio el alto; extendió su mano derecha con rapidez y me detuve al instante, observé que en su mano izquierda, sujetaba tres puñales insertados entre sí ¡Dios mío!… —exclamé asustado— ¡Sois de la Orden de los… ¿Asesinos?! Su voz rugió cómo un trueno —¡Asesinos! ¡Nooo! Hashashin.

El miedo se adueño de mí y corrí como un poseso. Con la mala fortuna que caí al vacío, por suerte no era profundo; pero al abrir los ojos, una luz fosfórica tan fuerte como el sol. Fue abriéndose paso entre las tinieblas y una aureola mágica, se fue acercando como un meteorito. Una tormenta de luz, escupió de sus entrañas una claridad celestial y todo volvió a quedar oscuro. Casi desfallecí, pero una mano fría como el hielo, se encontró con la mía y un sudor frío cubrió mí ser. Sentí el roce de la ropa; de una fantasma bulliciosa y una voz, semejante a un leve soplo, con acento morisco susurro… —si te inspiro confiansa, síí…gueme.

Quede sin aliento, flaquearon mis piernas, pero la fantasma emanó una calidez resplandeciente y aunque no pude verlo, lo imagine. Me agarró con sus manos esponjosas; y me subió, no sé, si sobre una serpiente alada, escoba mágica o un cuadrúpedo tembloroso. De repente, me hallé volando sobre las peñas; como un halcón, que se columpia en el aire, buscando su presa. Fue todo tan rápido… Que llegamos al destino en un suspiro. Me dejó sobre un suelo embarrado, intente abrir los ojos, toque mis parpados y los note como ascuas. Entonces, cogí un puñado de barro hice dos pelotas y las aplique a los ojos ¡Que alivio sentí en aquél momento!, quise gritar pero mis labios no obedecían, entonces, escuche el susurro de la fantasma —Toma jhay (amigo), es bueno para tú.

Extendí la mano y cogí una bolsa de piel que desprendía un aroma embriagador —Incha’Allah (adiós Dominico)—. Dijo la fantasma y se fue con una risa burlona; en lo que fuera aquello que nos trajo. Me arrastre palpando el lodo con mis nuevos ojos y toqué la masa peluda de mi gata

—¡Hola, pequeña! Ya estoy en casa—, al oírme pensé… Ciego, pero, no mudo. La verdad es que no estaba en la ermita, la gata me estaba esperando en la caverna de Magdalena, donde me exilie por primera vez. Era mi escondite y ella lo sabía, igual que la fantasma. Como no sabía navegar en la oscuridad, ate un hilo al collar y con paciencia me llevó a la ermita. Después de contarle la historia, Shelmi me preguntó:

— ¿Entonces viste el Grial? ¿No? —dijo en un intento, de aferrarse a cualquier cosa que pudiera ayudarla— ¿Y qué significa Incha’Allah?

— ¡Sí…, supongo que existe! —repuse despacio, llevándome un dedo a los labios—. Y ya ves las consecuencias, pero no me quejo, ahora podría estar con los Santos Difuntos… Y, esa palabra, Incha’Allah: significa, hágase la voluntad de Dios.

— ¡Claro! —afirmo ella—. No hay mal que por bien no venga. Pero… ¿Qué es exactamente el Grial? y ¿Quién era, esa fantasma?

— ¡Eh…! Aguarda, no seas impaciente, pequeña. El Grial, era el gran secreto de los Cátaros, conocido sólo por los iniciados. Hasta la fecha, sigue sin aclararse: Si se trataba de un objeto, una piedra, un cáliz —que contenía algunas gotas de la verdadera sangre de Cristo—, o de su sangre misma, su descendencia; otros dicen que se trata de un tesoro o de ciertos conocimientos, en torno a cuestiones como; la prolongación de la Dinastía del Rey David, pasando por Jesús de Nazaret. Que según dicen, se casó con Magdalena y fue madre de su hijo biológico.

Así pues, tendría sangre real de la saga de David. En esta dirección apunta también, la teoría de que: Saint Grial o Sant Grial, debería leerse en realidad, Sangre Real. Éste, es el binomio que apuntan los franceses. Ya en el terreno de la alquimia, el Grial se identifica con la piedra filosofal y en la mitología, reaparece con los caballeros del Santo Grial, que asistieron a la mesa redonda, del Rey Arturo.

— Recuerdo aquella charla como si fuera hoy, Hemis. Mi querido Druida, me dijo —a ella le gustaba llamarme así. Quizá por mi forma de hablar—. Pero, ¿Qué me dices de la fantasma Asesina?.

— ¡No la llames así! —le repliqué un tanto colérico—. Me salvó la vida y aún, no sé por qué lo hizo. Hubiera sido más fácil matarme o dejarme allí presa de los jabalíes. Su verdadero nombre es ¡Hashashin! Los nazarenos de antaño les pusieron ese apelativo, porque les resultaba difícil pronunciarlo; en esa lengua tan gutural. Son miembros de una secta secreta de confesión, Chííto-Islamista. Se afirma que los seguidores, hacían acopio uso del Hachís. Dicen, que así podían ignorar al miedo y al dolor, proporcionándoles valor para ir a sus misiones o luchas… Así pues, nombrarlos con propiedad.

— ¡Ah! Ya entiendo, de modo qué la bolsa que te dio, era Marihuana, déjame que pruebe.

— ¡Noo…! —dije tajante— Tu no la necesitas ahora y no se puede fumar a la ligera. Es una droga al fin y al cabo. Todo tiene su dosis su momento y sobre todo, su porqué.

— Vale pero ¿Qué hay del… Panecillo…?

— Los panecillos calientes, mí querida Shelmi. Es el último aviso que dan los Hashahís. El hecho de estar calientes, demuestran que son capaces de introducirse en secreto, hasta los últimos rincones privados, normalmente en la cama —ilustre con vehemencia.

— ¡Menuda historia, Pare! —exclamó, Hemis, un tanto taciturno—. Yo siempre di por hecho que la ceguera, te había venido por alguna enfermedad, por eso nunca pensé en preguntarte. Por cierto ¿Por qué no debo hablar con el Abad? ¿Quizá, él sepa dónde…?

— ¡Ni se te ocurra! —gritó de angustia y rabia—. Olvídate de él, ya sabes que es Carlista y sabe Dios que más. Ese… Hombre es… Perverso, vanidoso, indiferente hacia todo y tan oscuro y siniestro, cómo el bosque que entré. Hazme caso, no te fíes de él, te ahorraras problemas ¿Por qué te crees, que estoy en esta ermita? Durante siete años en el monasterio, tuve tiempo de conocerlo, aunque por aquel entonces, no era el Abad, ya se las daba de ello.

— ¡Bueno, bueno! No te preocupes, te haré caso ¿Tú, crees en verdad, que mí madre consiguió llegar al Cáliz y quedar preñada de… Cómo su visión? —preguntó con cautela y dudoso.

— Mira, Hemis. Lo que yo crea, está todavía por demostrar. No soy un Oráculo, ni mucho menos, lo que sí sé ; es lo que vi y lo que me contó. Tuvo un.. Parthenogenesem —afirmó taciturno.

— ¡No me lo puedo creer! ¿Un parto virginal? Yo soy ingenuo ya sabes, pero tanto no. Y… ¿Qué viste? Si eres ciego por desgracia —le objetó, sin ánimo de ofender y con un tono lastimoso.

— No tengas compasión por mi ceguera, pues yo deje de tenerla. He visto más cosas y aprendí otras tantas sin mis ojos, que con ellos. Cada día doy gracias al Dios, por ver lo que otros no pueden; y por no ver lo que los demás temen. Además, perdí dos ojos ¡Sí!, pero gane once en su lugar, uno por cada dedo y el más importante: La mente, así pues, salí ganando —y como no quería contestar lo que vio, siguió con su plática para despistarlo.

También conseguí: imaginación, perspicacia, intuición, paciencia…, en fin, en lo que llaman sabiduría. Que eso no se aprende con los ojos y sí con los años ¡Sí… Soy ciego y viejo!, pero estoy agradecido por las dos cosas. Y ahora, sisplau -por favor-, haz otra sonrisa de María, que ya empiezo a razonar.

— ¡Vaya! Cómo siempre me dejas sin palabras, de buena gana me quitaría los míos para poder ver, como Vos, Pare —empezó el ritual y se escuchó un ruido en la puerta, cómo si rascaran con las uñas.

— ¡Ya está aquí la Nef! Ya abro yo y de paso haré un río caliente —al abrir la puerta, entró como un rayo la gata, Nefertiti. Su fiel amiga y  lazarillo; con su cascabel de oro blanco.

— ¡Hola, Nef! Has olido la hierba ¡Eh…! ¿A caso tienes hambre o vienés de cazar? —a Hemis, le gustaba hablar con todos los animales y hasta con las personas. Además los gatos siempre escuchan y en su idioma de gestos y demás, te contestan con cortesía y te dan todo el amor, que uno necesita cuando estamos solos— ¿Dime guapa?

— ¡Miau! —exclamó ella arrullándose entre las piernas de Hemis, mientras subía a su regazo. Ya he comido, ahora vengo a dormir —le demostró.

— Veo que no has perdido la buena costumbre, de hablar con los animales. Aunque muchos nos llaman…, locos solitarios —cerró la puerta y dejo en la mesa, un ramillete de menta o hierba buena, que son lo mismo—. Voy a preparar un té de roca ¡Que te vas a sorber los labios!

— ¡Oh, sí! Que buena idea y que bien huele la menta, es un olor…, nostálgico para mí. Su perfume me transporta siempre hacia el pasado, cómo cuando miras un retrato antiguo. La menta en particular, me trae al ojo de la mente cuando estuve en Tánger ¡Ay…!, que bonitos recuerdos y que bellas mujeres: Tras esos vestidos, tan vistosos y adornados con lentejuelas brillantes…

— ¡Diablos! Está visto, que no has nacido para monje —observó con una sonrisa burlona—. Yo…, nunca he conocido a ninguna Musulmana ¿Cómo son?

— ¡Mm, Pare -padre-! Se me hace la boca agua de pensar. Éstas y las Venezolanas para mí, son las más bellas, tanto por fuera, como por dentro y si encuentras las dos cosas, es un capricho de Dioses, como dicen los gabachos —observó en tomo despectivo —. Pero sería muy largo de explicar —entonces, miró por la ventana y estaba amaneciendo— ¡Venga! Vamos a pasear, hoy puede ser el principio de un gran día…

— ¡Pues…sí, vamos! Ya oigo los Ruiseñores trinar y ¡Mmmmm! El olor del rocío es tan fresco; cómo volátil y efímero. Te llevaré a un lugar que conoces, pero no creo que recuerdes. Es un… Bueno mejor será que lo veas de nuevo, allí me exilie contigo mi segunda vez.

¡Bueno, vamos a ver…! —cogió una tela cuadrada de estampados rojos y negros y la tendió en la cama—. Pan, queso, bull ¡Umm! —olió con gula el bull (la butifarra de pueblo)—. No, mejor del negro, unas almendras ¡Éstas, para el camino! Coge tú también y no te olvides el odre de rioja. Agua no nos faltara, ésta montaña es rica si sabes donde ¡Ya sabes! —ató las cuatro esquinas, lo inserto en un bastón de roble y como dos peregrinos, iban dispuestos a surcar las rocas.

¡Bueno, vamos a ver…! —cogió una tela cuadrada de estampados rojos y negros y la tendió en la cama—. Pan, queso, bull ¡Umm! —olió con gula el bull (la butifarra de pueblo)—. No, mejor del negro, unas almendras ¡Éstas, para el camino! Coge tú también y no te olvides el odre de rioja. Agua no nos faltara, ésta montaña es rica en eso ¡Ya sabes! —ató las cuatro esquinas, lo inserto en un bastón de roble y como dos peregrinos, iban dispuestos a surcar las rocas.

— Por lo que deduzco vamos lejos ¿No…? ¿A qué zona vamos? —cacareó cómo un gallo sin cresta.

— Tú y tus preguntas… ¡Ya lo veras! ¡Vamos Nef! ¿Quieres venir? ¡O qué! —¡marra miau!— ¡Pues, ala! Vamos y no te entretengas en los árboles, que ya sé que te gustan mucho los pájaros pecadora.

Así, anduvieron sin prisa pero sin pausa. Recorrieron los serpenteados caminos, entretenidos cada uno en lo suyo. Hemis, regalándose la vista con los parajes. Pera, olfateando y golpeando con su báculo druida el sendero. De vez en cuando se paraba a tocar los árboles y las rocas en los diversos cruces; para descubrir el rumbo. Otras veces, le preguntaba a Hemis lo que veía por no parar. La gata revoloteaba, ora delante, ora detrás; las más de las veces, se entretenía en los matojos en busca de… Ella sabrá qué.

Lo cierto es que era como un perrillo peludo y juguetón, no muy propio de un felino. Era una gata esplendida de pelo largo: gris y blanco, de morro chato, con un dibujo en su faz en forma de mascara de disfraces y las puntas de las patas, a modo de botines blancos. Lista, como cualquier persona desearía ser y cariñosa como la mejor amante o madre. Alzado el sol en su zenit, llegaron a una explanada redonda, embutida entre los pinos y coronada por ovalados dólmenes naturales. Allí, afluían tres caminos: uno por el que llegaron, otro que se dirigía empinado hacía la zona mágica, llamada de les Agulles y el tercero, bueno éste parecía no llevar a ninguna parte. Aunque la verdad todo camino va y llega a un lugar determinado. Pero éste, mejor dicho estaba cortado y acababa en un espléndido mirador, cuya roca simulaba un altar; por lo tanto, sí llevaba a un lugar.

Hemis, había estado cavilando todo el trayecto, en la información nueva que tenía y no daba crédito a sus oídos. Pero como él, era un tanto ingenuo y confiado, no dudo nada de lo dicho por el ermitaño. Ya qué, éste nunca mentía si acaso, omitía algunas cosas que no quería decir; pero la mentira no era su pecado, además, no sabía hacerlo. Si antaño lo hiciere la gente lo descubría al momento, como un zagal cuando lo hace, que se le descubre rápidamente.

A Pere, su viaje le llevo al recuerdo de tantos momentos maravillosos, tantas conversas con Shelmi , tanta alegría perdida, tantas añoranzas enterradas en su baúl. Empezó a pensar que podría ser cierto que ella, estuviera viva como decía Hemis. Él, tampoco había notado su falta total, le parecía como si estuviera de viaje y se encontrara perdida en otro país, en otro mundo paralelo quizás. Se prometió a sí mismo, recordar todas las palabras de Shelmi, para poder descubrir la verdad de lo que paso, o sino, al menos a donde fue.

Porqué ella, se marcho voluntariamente, cosa que no podía comprender ¡Dejar a una criatura! En un monasterio, bueno mejor dicho en una ermita con un ciego. Era algo que le había consumido por dentro, como un tumor maligno que poco a poco, le carcomía su discernimiento.

— ¡Pues sí que es un lugar paradisíaco! —rompió el silencio Hemis—. Aunque aquí, en esta montaña cualquier rincón es bonito y sorprendente. Yo creo que… Nunca acabaré de descubrir nuevos senderos: peñascos no vistos y sin nombre, arroyos, cuevas, en fin, un mundo en tan poco espacio ¡Aunque tiene veinte-seis kilómetros de perímetro!, pero como tú bien dices, es un laberinto incognoscible… Y además fue mi primera novia —miró a Pere y no lo vio.

— ¡Ven por aquí Nen -niño-! —por qué era un niño para él, y desplazando unos arbustos toco un pino— ¡No, aquí no es! A ver este otro ¡Sí, aquí! —se adentraron campo a través y llegaron a una caverna amplia, horadada en la roca —. Éste era nuestro refugio ¡Aquí está la ermita de Magdalena!

— ¡Es genial! Podemos quedarnos aquí ¿No te parece? Además, creo que se puede hacer fuego dentro, sin que se llene de humo ¡Oye! ¿Éste puede ser un buen lugar para escondernos, así no saldríamos de Montserrat? ¿No crees? —indagó suspicaz.

— ¡Por mí fantástico! Hace siglos que no venía, la última vez creo que fue cuando Shelmi, se marchó. Pase semanas esperando y buscándola. Al volver a la pajarera, me entere de los asesinatos y encarcelamientos de mis hermanos. Fue cuando me desterré aquí contigo y mi escribiente, el escalador.

Y, sí, se puede hacer fuego y el humo sale bien. Mira allí —señaló con el báculo—. Ese agujero llega hasta la cima de la roca. También hay ése manantial que posee un agua tan rica como el mejor vino. Pero, dejemos los víveres y las capas. Te mostrare la piedra de Dios.

— Perfecto, buscare un agujero y lo tapare. Para protegerlo de los animales —así lo hizo y no tardo en descubrir, un nicho en la pared ideal para eso. El bulto entró justo, como hecho a medida— ¡Por cierto! Ahora que pienso ¿Por qué te llamó Dominico la fantasma? Si, ni siquiera te consideras, benedictino.

— Ella, mí salvadora es musulmana y los que vamos con hábito, para ellos somos domini cannis: O sea dominicos, que significa perro del Señor, como bien sabes ¡Se estaba burlando de mí!

Regresaron a la redonda, tomaron el camino de la derecha, el que iba al mirador. Llamado la piedra de Dios; ya que al final de la senda se disponía una gran roca, a modo de trono gigante, donde podían sentarse varias personas y contemplar tal creación. Se decía que allí se sentó Dios, para admirar su génesis. Ahí se acomodaron y no se dijeron palabra durante un tiempo impreciso, pero largo.

La sierra hablaba por ellos, un águila imperial navegaba en el cielo y sus chirridos hacían eco en las rocas. Ya más cerca, otros pájaros buscaban comida para sus crías. Éstas, piafaban en los árboles al verlas llegar y desesperadas cogían los gusanos y demás. El aroma floral, les llenaba los pulmones de infinitas clases y les traían recuerdos fútiles, pero entrañables para cada cual. La gata, se hizo de su almuerzo con un roedor despistado, primero jugó con él, lo dejó a los pies de ellos y al poco se lo comió.

En fin, la vida estaba en todas partes y ellos, se sentían tan integrados en ese universo; pero, a la vez, se veían tan diminutos en tal inmensidad. Que incluso les parecía ser diminutos Dioses, contemplando ese gran milagro. Hemis, acariciaba con sus dedos el medallón de su madre. Siempre pensaba en ella al tocarlo y le parecía verla, junto a él ¡Susurrándole al oído! Entonces, le pregunto a Pere.

—¡Está medalla…! Perteneció a mí madre ¿No…? ¿Pero, que significa? —preguntó mientras miraba el ánima de Shelmi, con un suspiro nostálgico.

— ¡Sí, ya te lo dije! Ella siempre lo llevo, hasta que lo puso en tu cuello. Decía que era su amuleto. En sí, parecen sus iniciales, pero no estoy seguro. Me comento que fue de su madre y ésta se lo dio la suya, así sucesivamente hasta el principio de su estirpe.

—¡Nunca me dijiste nada de eso, Pera! ¿Por qué has sido tan reservado con las historias de madre? —repuso un tanto indignado, pero con voz suave.

—No te he hablado mucho de mi… Shelmi! Por qué… El dolor y la melancolía que me producían, me hacían sentir culpable ¡No sé! Pero el silencio se acabó, lo contaré todo a partir de ayer ¡Salé! Yo…También la creo viva, como tú —replicó con energía.

—No sabes ¡Cuan feliz me haces! Tengo que saber tanto y tengo tanta prisa. Por cierto ¿A que te referías con la estirpe? ¿No dijiste que era huérfana? —y con los nervios, empezó el ritual de la María.

—¡Sí, claro! Pero tuvo madre y padre… Ella, como te dije nació en Inglaterra, en Argost ¡Donde nació el famoso, Merlín! Pues bien, su apellido es Wledig, de la estirpe real de Macsen Wledig, portador de la famosa espada de Inglaterra. Así, como después lo hizo el Rey Arturo… Tú abuela murió en el parto y al poco tiempo, tú abuelo perdió la vida, en la guerra con Francia.

No quise preguntarle, porqué tenía el apellido de su madre. Eran nobles y por lo tanto ricos, por eso tu madre pudo costear su vida y me dejó el resto para la tuya; que es mucho más de lo que tiene cualquier Conde. Y aquí precisamente, ésta escondida tú herencia. Éste, es el lugar más seguro, ni el Abad Blanch, sabe de éste escondrijo —esputó su nombre con desdén, ya qué nunca lo nombraba.

—¿Y por qué no llevo su apellido? —exclamó sorprendido, pero el dinero no le pareció importante.

—¡Bueno, ya sabes! El Abad, no sabía nada de que Shelmi; no era Anselmo. Ella, lo compro por sesenta Onzas, que son unos… Veinte mil Reales. Le dijo que era todo lo que tenía, pero era una ínfima parte de lo que poseía. Yo, por otro lado, le dije al Abad, que te había encontrado en un camino, el camí dels pelegrins, ya sabes, cerca de Monistrol… Fue una mentira piadosa y como era septiembre, no se sorprendió que te hallara vivo, además en aquellos tiempos, recién pasada la guerra del Francés, era común encontrar niños huérfanos, y como le dije que yo me haría cargo, no tuvo problema.

—¡Claro claro, lógico! Pero…¿Quieres decir, que no es mucha casualidad..?¿Qué si madre, es de sangre real…? ¿No tendrá algo que ver con las deducciones, del Santo Grial o Sangre Real…? —matizó con síntomas de alegría, intentando aferrarse a algo certero y casual—. Así pues, parece que tenemos a la Dama de ajedrez, en su sitió —comparó con sutileza, Hemis.

—¡Pues…, sí! Eso pensé en su día ¡Pero no sé… Todo esto es muy subliminal! Tendremos que descifrar todos los detalles y meditar los posibles movimientos. Como bien has dicho; la ficha ya está colocada, pero es sólo el principio. La Dama blanca, está en su color. El Rey, no sabemos quién es, pero quizá eso es lo de menos, no juega hasta el final de la partida. Y en este supuesto, tú debes de ser el Caballo ¿No crees? —y una sonrisa iluminó su barba nevada en canas.

—¡Lo más probable! Tengo que saltar mucho para llegar a mí destino, pero ¿Y tu…? Yo diría que eres una torre —empezó a divagar en su juego imaginario.

—Creo que sí. La Torre, representa lo viejo y sus movimientos son: Norte, Sur, Este y Oeste…Más propios para un ciego como yo —replicó con un dedo formando una cruz.

—¡Pero…, nos quedan muchas fichas por conocer!, en este juego quimérico. Solos, no podemos jugar y ya estamos sin Reina, eso será difícil, pero motivador…

—¡Por supuesto! Pero, recuerda que un peón, puede salvar a la Dama y esa puede ser la clave. Lo que hay que tener cuidado son con las fichas negras, esas son las primeras que tenemos que descubrir; quienes son y cómo juega o perderemos la partida ¡Esto va a ser divertido! y nos puede ayudar, para ir atando cabos —expresó lentamente, Pere.

—¡Pues, sí…! Creo que los peones están claros, aunque sean negros. Pueden ser los Hashashin o… Asesinos —objetó con voz queda, para no ofender a su amigo. Pero éste, no pudo ver su sonrisa.

—¡Es probable, pero olvida esa palabra repugnante! Recuerda que a mí me salvaron… ¿Por qué lo harían? ¡Ostia! Es vedad…, pueden ser amigos o enemigos. Ellos, en teoría defendían el Grial y…

—¡Claro, buena idea, sí! Hay que buscar a los nuestros, para poder luchar contra los negros. Puedo volver a Tánger, allí tengo amistades ¿No crees?—exclamó haciendo castillos en el aire.

Pere, quedó pensativo mientras bebía un poco de vino y aclaraba sus ideas. Comparaba la partida imaginaria, con esa parcela del siglo en que vivían. Los Apóstoles y Carlistas, se designan a sí mismos los blancos, claro que era para distinguirse de los Liberales o negros—como los llamaban—Todo empezó bien con la primera constitución de 1812. Hasta que la quitó Fernando VII y coincidió con la tercera invasión de los franceses. Y luego con el trienio de 1820-23, una comisión del gobierno, exigió los bienes del monasterio. Así, que hicieron un informe de toda la comunidad: treinta y nueve monjes, siete de los cuales vivían en—Barcelona, Madrid, Valencia, México y Nápoles, en casas de la comunidad—, diez hermanos, cinco ermitaños y trece escolares.

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