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No hay tiempo.

El tiempo es oro y escasea.

La pobreza espesa el ánimo y encoje el alma, pero el alma no entiende de pobrezas ni de razones, ni siquiera de sinrazones. Lo razonable es beber de las fauces de la voracidad del tiempo.

El tiempo todo lo agota, todo lo consume, todo lo bambolea.

En su titilar todo se oscurece y se engrandece.

La luz azul que me domina asoma por la ventana del éxtasis y se deja acariciar por la declamación efímera de los momentos. 

Cuando la necesidad primaria desaparece empiezan las sensaciones placenteras que enriquecen tanto al cuerpo como al espíritu.

Abrirse a nuevas experiencias es todo un reto y hay que hacerlo desde la valentía y la inocencia del niño que está empezando a caminar.

Hay que dejarse conquistar por las nuevas sensaciones, por las nuevas texturas, por los nuevos sabores … abandonar el miedo y descubrir el nuevo mundo.

 No quiero encontrar el mundo perdido.

No quiero echarlo a perder.

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