Esa persona entrañable, que se sienta en el mismo sillón desde hace ya unos años, con su piel trabajada, deslucida, arrugada y que traspira amor.

Él reconoce nuestra voz, interpreta nuestro calor y el tono, la atención entrega su vida en nuestras manos.

En la habitación, su mundo se paraliza, vuela con sus pensamientos por la ventana, recorriendo su vida que ya se le escapa, sueña despierto… ahora vuelve a ser joven otra vez, se imagina en confidencias con su amor, sus hijos, familia, riendo en un lugar de su memoria donde habitan los recuerdos, que son su presente en estos momentos. 

Días que pierden su identidad en la antesala, de final, se deja llevar por el fluir de nuestras actuaciones, al deambular por su alrededor; él se desnuda ante un extraño, se deja asear, tocar, observar, vestir y hasta diagnosticar.

Unas manos ágiles, lo manipulan y te reconoce entre todas, y aun sin llegar a verte, te llama por tu nombre, unas manos que le descubre el amor, le devuelve la esperanza, le incita a creer que todavía puede ser feliz que alguien le cuida con dulzura.

Una sonrisa para iluminar, sus sombras que irrumpen por momentos su bienestar. 

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