La voz del violín se pierde en el vaivén acompasado de mi abanico y entorno los ojos negando tu ausencia.
Mi noche se derrama sobre el mantel, lo mancha con pintura indeleble y dibuja la sombra de un grillo que está agonizando.
Descubro por fin, que la lluvia no moja, pasa que trae escondidos en cada gota recuerdos y la melancolía humedece los ojos y el alma.
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