LAS PENAS CON PAN
"Las penas con pan son menos"
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"Las penas con pan son menos"
En el corazón de un barrio antiguo, la panadería de Antonio es más que un negocio; es el alma de la comunidad. Durante más de cuarenta años, Antonio ha horneado pan con devoción, creando un alimento que simboliza esfuerzo, esperanza y solidaridad. A través de las historias de sus clientes, como Doña Carmen y Javier, y los actos silenciosos de bondad, como dejar pan para los necesitados, se revela cómo la panadería sirve como un pilar de apoyo en tiempos difíciles. Incluso tras una devastadora tormenta, la comunidad se une para reconstruir la panadería, demostrando la resiliencia y el espíritu colectivo del barrio. La panadería de Antonio no solo alimenta cuerpos, sino también almas, manteniendo viva la tradición y el sentido de pertenencia en un mundo cambiante.
Correteo por el jardín viendo a los niños jugar. Les llamo, «niños es hora de merienda». El pan tierno, la mermelada, las frutas. El olor de pan recién hecho, que me traslada a mí infancia, a mí lejana tierra, al jardín de mil secretos. Es el aroma de mil recuerdos, de una bella infancia. Veo...
Cuentan que Honorato, el hijo del panadero, fue concebido en la cocina una noche de deseos urgentes. Fue tal la intensidad del momento que Simón y Jacinta terminaron apanados con harina y huevos. Tal vez el semen fermentó con la levadura y el útero sirvió de horno. Y como era de esperarse, unos meses después...
Cuando vas a comprar el pan de cada día, te subes al camión por esa lejanía. . Ni modo de irte caminando, el trayecto te cansaría, por eso sin pensarlo, a el te subirías. . Y luego ese camión que pasa, siempre lleno a reventar, no te queda mas remedio que tenerlo que tomar. ....
Tenía tantas horas sentada que su espalda se empezaba a confundir con la silla, sus ojos estaban hinchados por la cantidad de tiempo frente a la pantalla. En ese punto se le había olvidado como era la luz del sol y hablar con personas reales. Hacía meses o ya creía que años que vivía de...
Su pasatiempo favorito era estar con sus abuelos los fines de semana. Era un niño muy consentido esto porque fue criado por ellos. Cuando el llegaba a la casa de sus abuelos, se pegaba a la persona que más amaba, su abuela. Quien le prepaba un rico café, pero sobre todo lo que más amaba...
El robusto asistente del turno de la tarde apareció de improviso. —Lo voy a llevar al solcito, don Gilberto…, —dijo. Y con la maestría de la experiencia, trasladó al octogenario en su silla de ruedas a través del amplio patio y lo ubicó junto a un macetón, en el que ostentaba su lozanía un geranio...