Pan a ‘futuro’

Pan a ‘futuro’

En una ciudad gris y fría, en un futuro no muy lejano, donde las máquinas controlaban casi todo, había una única cosa que aún permanecía intacta: la elaboración del pan. Era un arte antiguo, transmitido de generación en generación, y solo unos pocos elegidos conocían sus secretos. Entre ellos, un pequeño grupo de mafiosos que gobernaba el mercado negro del pan.

El pan no era solo alimento; era símbolo de poder y control. Las masas se peleaban por un pedazo de aquel pan crujiente y dorado, cuyo aroma impregnaba las calles grises y monótonas, transportando a los transeúntes a tiempos mejores, tiempos en que la vida era simple.

Don Vito, el más antiguo y respetado de los panaderos-mafiosos, guardaba la receta como su mayor tesoro. La masa madre que utilizaba había sido alimentada durante siglos, y el horno de ladrillo, una reliquia del pasado, era lo único que quedaba en pie tras las guerras tecnológicas que habían destruido casi todo. Don Vito no solo era un maestro del pan, sino también un hombre de negocios astuto y despiadado. Controlaba la distribución del pan en la ciudad y no permitía competencia alguna.

Una tarde, cuando el sol apenas asomaba entre las nubes perpetuas, Don Vito recibió una visita inesperada. Se trataba de Luca, un joven mafioso ambicioso, conocido por sus habilidades para hacer que la gente desapareciera sin dejar rastro. Luca quería entrar en el negocio del pan, y estaba dispuesto a todo para conseguirlo.

«Don Vito,» comenzó Luca con una sonrisa que no llegaba a sus ojos, «todos saben que su pan es el mejor, pero creo que es hora de que me pase parte del negocio. Podríamos asociarnos. Usted aporta la receta y yo, la distribución.»

Don Vito lo observó en silencio, sus ojos, hundidos por los años, no mostraban emoción alguna. Después de un largo momento, habló con voz ronca: «El pan es más que una receta, Luca. Es tradición, es respeto por lo que fue y por lo que será. No es algo que se pueda comprar o robar.»

Luca se inclinó hacia adelante, su expresión se endureció. «Con todo el respeto, Don Vito, no estoy pidiendo. Estoy exigiendo.»

El silencio llenó la pequeña habitación, solo interrumpido por el sonido del fuego crepitante en el horno. Finalmente, Don Vito se levantó y caminó hacia la mesa de trabajo. Comenzó a amasar la masa con manos expertas, mientras hablaba: «Este pan que ves aquí, Luca, no es solo harina, agua y sal. Es una historia, una vida. Pero si estás tan decidido, te invito a que pruebes.»

Luca observó con desconfianza mientras Don Vito moldeaba el pan y lo metía en el horno. El aroma que llenó la habitación era embriagador, casi hipnótico. Pasaron los minutos en un silencio tenso hasta que finalmente Don Vito sacó el pan del horno. El pan, dorado y perfecto, parecía brillar bajo la luz tenue.

«Prueba,» dijo Don Vito, ofreciéndole un trozo.

Luca tomó el pan con escepticismo y lo mordió. El crujido fue perfecto, y el sabor, inigualable. Pero entonces, algo extraño sucedió. Luca comenzó a sentir una opresión en el pecho, una sensación de vacío que no podía explicar. Era como si cada bocado le robara un poco de su alma, dejándolo más frío, más vacío.

«¿Qué… qué le has hecho al pan?» logró decir Luca, con la voz ahogada.

«Este pan,» respondió Don Vito con calma, «es el legado de mi familia. Quien lo toma sin merecerlo, paga un precio. No es solo pan, Luca. Es vida, y es muerte. Has tomado algo que no te pertenece.»

Luca intentó levantarse, pero sus piernas no respondían. El pánico llenó sus ojos mientras caía al suelo. Don Vito lo observó con una mezcla de tristeza y resignación. Sabía que el poder del pan no debía ser tomado a la ligera.

La puerta trasera se abrió y entró Marco, el hijo de Don Vito, con una expresión de preocupación. «¿Qué ha pasado aquí, padre?»

«Solo justicia, hijo,» respondió Don Vito, mientras se inclinaba sobre Luca y lo miraba a los ojos. «El pan no es solo comida. Es nuestra vida, nuestro legado. Nadie lo toma sin pagar el precio.»

Luca, en su último aliento, entendió el verdadero poder de aquel pan. No era un simple producto; era la esencia misma de la familia, un poder que solo aquellos dignos podían manejar. Y él no era digno.

Cuando finalmente Luca exhaló su último aliento, Don Vito se levantó con esfuerzo. 

Miró a su hijo y dijo: «El pan, Marco. Nunca olvides lo que realmente significa.»

Marco asintió en silencio, entendiendo el peso de las palabras de su padre. Sabía que un día, él sería quien tendría que proteger ese legado, y estaba dispuesto a hacerlo, a cualquier costo.

El aroma del pan recién hecho seguía llenando la pequeña panadería mientras el cuerpo de Luca era llevado por los hombres de confianza de Don Vito. Afuera, en la fría y gris ciudad, la vida continuaba, sin que nadie supiera el verdadero secreto detrás del pan que todos anhelaban.

El pan que horneas con devoción,
es más que harina, más que sazón.
En su crujido, historias residen,
en su aroma, vidas se cuiden.

Quien con ansias lo pretende,
sin respeto, en traición se enciende,
pagará el precio en su corazón,
pues el pan no es solo alimentación.

Es herencia, es vida y muerte,
un juramento hecho en el horno caliente.
Así que, joven, no traiciones la masa,
o perderás más que tu simple casa.

La lección es clara, en la masa y en la vida,
la traición deja un alma vacía y perdida.
Respeta el pan, respeta el fuego,
y mantendrás tu honor entero.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS