Dejó la bolsa de tela azul encima de la mesa. Abrió la puerta del armario de pared y sacó la cafetera grande. Cerró la puerta, levantó la mano y se rascó debajo de la nariz, la volvió abrir y sacó un sobre de té. Lo colocó al lado de una taza junto al microondas. Empezó a trajinar en la pequeña cocina. Los muebles de la cocina estaban alineados a la derecha entrando por la puerta y enfrente, a la izquierda, una mesa con dos sillas y una estantería de madera que le servía de despensa. Sacó los dos panes de la bolsa, uno plano y ovalado, el de nueces, y otro redondo, el del espelta. Cortó varias rebanadas de cada pan y las colocó en una fuente. Dispuso sobre la mesa dos platos, dos tazas, los cubiertos y dobló artísticamente dos servilletas. Sacó miel, azúcar y mermelada. Abrió el frigorífico y cogió la mantequilla y al lado puso una aceitera. Miró su obra con aprobación y se sentó en la silla que daba de cara a la ventana y de espaldas a la puerta, y pendiente a los ruidos. Por fin oyó que la puerta del cuarto se abría y que ella entraba en el baño. Un rato más tarde ella salió del baño y volvió a entrar en la habitación. Anabel se levantó y se acercó a la puerta. Cuando escuchó que su invitada salía del cuarto, Anabel salió al pasillo y la llamó:

—Inés. Buenos días. ¿Cómo has dormido? He preparado el desayuno. Es mejor que comamos algo. Hemos quedado a las 10, 30. Aún podemos desayunar. He bajado a comprar pan a una panadería que elaboran su propio pan.

Inés murmuró un buenos días y la siguió hasta la cocina. Prefería café, eligió pan de nueces con mantequilla y miel. No parecía tener buen despertar como Anabel que desde que se levantaba irradiaba energía. Tenía los ojos medio cerrados como si les costase desprenderse del sueño y la boca recta.

—No hay sacarina.

—No tengo. Más tarde compro. No sabes la ilusión que me hace que te quedes estos días en mi casa. Isabel nos ha hablado mucho de su amiga de la universidad y, en cuanto dijo que quería invitarte, y me preguntó que si podías quedarte aquí, yo le dije que sí encantada. Hoy tenemos un día muy largo y muchas cosas que hacer. Isabel, unas amigas y yo te vamos a mostrar la ciudad, tenemos luego comida de amigos y esta noche ¡la despedida de soltera! ¡Lo vamos a pasar genial!

# # # #

Anabel fregaba algunos vasos y platos que habían quedado del día anterior sobre la encimera. La lavadora en un programa corto ya centrifugaba. Colocó los vasos bocabajo y dos platos apoyados en uno de ellos en el escurridor. Se quitó los guantes y los guardó debajo del fregadero. Fue al armario alto y sacó la cafetera. Y de la panera sacó uno de los panes al que le faltaba casi la mitad. Con el cuchillo en la diestra y el pan apoyado en el vientre fue a cortar una rebanada, pero se lo pensó mejor, y dejó el cuchillo en la encimera y el pan lo colocó junto a la tostadora como víctima de un futuro sacrificio. Y se sentó a la mesa. De cara a la ventana. Inés entró en la cocina.

—Buenos días. Esta tarde es la boda. ¿Tienes planes para esta mañana? —dijo Anabel.

—Me gustaría ir a la peluquería.

—Hay una en la esquina. Acércate ahora. ¿Desayunamos primero? Preparo el café y las tostadas.

—¿Y la sacarina?

—Esta mañana la compro.

# # #

El sol daba de lleno en la cocina cuando entró Anabel. Sacó la cafetera del armario alto. Fue a la panera donde quedaban todavía casi un tercio de los panes de nueces y espelta. Cogió uno de ellos y lo miró y lo golpeó contra la encimera. Tiró ambos trozos a la basura. En la estantería había un paquete empezado de galletas, el plástico retorcido sobre sí con una goma. Anabel lo miró con fijeza, se rascó con el índice debajo de la nariz. Le quitó la goma y lo olisqueó, como si el olor le diera alguna pista de cuándo pudo empezar el paquete. Cogió una galleta y la mordisqueó. Dejó el paquete sobre la encimera. Y de la estantería alcanzó otro paquete; este sin empezar. Mojó las galletas en el café. Retorció el plástico y lo cerró con la goma que antes cerrara el primer paquete de galletas descartado y guardó el que acababa de abrir detrás del arroz y las legumbres. Era un estante alto y no se veía. Estuvo a punto de tirar a la basura las galletas empezadas de no sabía cuánto tiempo atrás, pero después de rascarse la nariz, las dejó sobre la encimera. «A falta de pan, buenas son tortas», murmuró. Salió de la cocina.

Cuando entró Inés en la cocina, la mesa estaba despejada, la cafetera sobre la encimera junto a un paquete de galletas abierto.

—Anabel. ¡Anabel!

Entró en la cocina Anabel.

—Hola, Inés. Ya he desayunado. No hay pan, lo siento, para tostadas. ¿A qué hora sale tu autobús?

# # #

El ruido en la cafetería les obligó a levantar la voz. Había mucha clientela; los clientes que ocupaban las mesas del café se unían a los que despachaban el pan, la bollería y los pasteles.

—¡Cuánta gente! —exclamó Anabel—. Pero atienden rápido. No podremos hablar mucho, porque solo tengo media hora de descanso, pero como tenías tanta prisa por hablar conmigo. Debemos quedar otro día, Isabel, para hablar largo y tendido. De todo. De tu viaje. De tu vida de casada…

Llegó el camarero y les tomó el pedido: café y molletes con sobrasada.

—Te agradezco mucho, prima, que dejaras quedarte en tu casa a Inés. Pero por algo que me comentó tengo la impresión y, ella también, de que estabas molesta por algo.

—¿Yo? ¿Molesta? Yo creo que Inés se lo pasó bien los dos días que estuvo en la ciudad para la boda. No sé qué te ha contado; fui correcta con ella y no le dije nada malo porque era mi invitada.

—Así que es cierto. Te pasa algo con ella. Es buena gente, de verdad. Tú no la conoces. Es muy sincera. Es cierto que un poco escéptica y un poco cínica. Pero es muy divertida.

—Ya que has mencionado lo de la sinceridad, al pan, pan y al vino, vino. Me temo que tu amiga es de las que entienden por sinceridad que es su deber decir que unas faldas te hacen el culo gordo; en cuanto a sus otras cualidades, lo que tú entiendes por cinismo, yo entiendo, prejuicios y críticas; y lo que tú, por divertida, yo por alguien que se ríe de los demás, a costa de los demás. Y en este caso se metió con mi madre, mis tíos, incluso hizo algún comentario mordaz respecto a los novios y al convite.

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