La panadería «Pin Pan» se encuentra en un pueblo de la Ciudad de Madrid, allí se elevan las paredes de ladrillo y adobe, su estructura es fuerte y a la vez es humilde. Dentro Octavio mira como Elvira da forma a la masa.

Toma con sus manos suaves un trozo, lo modela, lo estira, amasa, espolvorea la harina a su alrededor. Cuánta sutileza para un paladar fino, porque el resultado es de un sabor exquisito. No por ser su esposo y compañero de vida pero ella sabe lo que es amasar, lo hace con amor, la pasión que le da al pan es inigualable.

Hace ya 4 años de su fallecimiento, los recuerdos acuden a mi mente sin tocar a la puerta, yo los dejo pasar, porque recordarla me da vida. Mi memoria evoca sus últimas palabras: «nunca olvides todo lo construido». Es cierto, con la panadería llegaron los hijos, los nietos, y la felicidad de la familia y el encuentro. Reíamos porque en un «Pin pan» de ojos se había transformado nuestras vidas. Así era el humor, impregnaba nuestros días, mientras el pan daba cosechas. 

El nombre fue elegido por mis tatarabuelos, una empresa familiar, que se fue transmitiendo de generación a generación, se fue modificando el sabor, cada persona daba su sello particular a la masa y en ese conglomerado de Dones se iba elevando el amor familiar.

«Don Octavio», me llaman aún mis clientes, todos me conocen y saben que en ese trozo de pan hay un significado especial. «Siempre trabajando Don Octavio» me dicen. Yo he pensado que nunca se pierden las ganas de seguir transmitiendo el amor. La constancia de seguir mostrando el valor familiar que tiene esta panadería. Pin Pan diría Elvira, es mi pasión. 

Ella era testigo de que la panadería motivaba mi deseo a vivir. Era mi preocupación levantarme temprano, recibir a los proveedores, revisar y controlar los hornos, los empleados convertían la masa en producto final. Así como el trigo se desgrana para que la tierra siga cultivando, el resultado final es producto circular. Todo termina y vuelve a empezar. Cómo nuestro amor Elvira es infinito. Todo continúa para seguir dando vida a la empresa familiar.


Hoy mi hijo César es arquitecto y ha erigido un restaurant al lado de la panadería, lo ha llamado «Elvira». Los días se vuelven muy alegres para mí al poder ver los comensales saborear las recetas de mi esposa. La juventud que llega quiere conocer sobre ella y la historia familiar, y a mi me llena de orgullo y me duele el pecho de emoción. 

Sus pastas, sus sorrentinos, se deshacen en la boca de los comensales, yo veo sus rostros expresar el placer al saborearlos, y a un lado una rodaja de pan de la panadería Pin Pan hace honor a sus platos. 

Cada tanto llegan periodistas desde diversas zonas, yo los recibo con alegría. Nunca pensé que se transmitirá nuestra historia a nivel nacional en los diversos canales de tv.«Don Octavio cuente otra vez el comienzo de Pin Pan» expresan los periodistas, luego de sentarse a la mesa a probar nuestras delicias.  «Que felicidad que las recetas puedan viajar a otros países». 

Octavio mira sus manos arrugadas sentado sobre un banco de madera, hace un balance de su vida. Piensa en sus tatarabuelos, a quienes no ha conocido en persona, pero sabe que una cualidad similar los unía.

La constancia y perseverancia de seguir un deseo. Cuando hay amor se construye la vida sobre el valor. 

En otra ocasión podré contarles sobre el valor, yo lo llevo conmigo a donde vaya, porque nací con él, está en mis genes, en mis huesos, en estos músculos que han logrado tanto. 

«Pin Pan» me ha dado mucho valor a la vida. 

Octavio respira profundo, sus pulmones se expanden, con su caminar un tanto cansado se acerca a las mesas, quiere conocer quienes son parte de la familia que hoy se ha erigido en ese pueblo de Madrid. Mientras mira sus manos y da una bocanada de pan con placer. Se dibuja una sonrisa plácida en su rostro. Ha hecho realidad sus sueños. 

Un ave abre sus alas a su lado, toma una migaja de pan y sale a volar. 

«Vuela» dice Octavio: «¡ve, lleva tus sueños a volar!».

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