Se amasa el pan en la cotidianeidad de la vida. Bajo el sol de un nuevo día. Al unísono de la elevación del calor el horno cocina, se eléva la masa, suda, se expánde, se arrúga para volver a crecer. Así como el ser humano envejéce para cosechar madurez. El pan en su resultado final es fruto, es cosecha terminada.

El pan es irremplazable, y a la vez siempre hace falta, en todas las mesas, para todas las comidas, aún así no haya nada, este lo es todo, nos alimenta nutriéndonos, como cuando envejecemos podemos ser alimento mental de otros, aconsejándo, brindando un espacio de escucha para continuar.

A mí edad a los 93 años, pude notar que el pan es sabiduría, siempre se cuentan historias alrededor de él, es el centro de la mesa cuando otros hablan, es lo que se comparte, la solidaridad con amigos, hermanos, familia.

En el campo, es trigo, semilla que ha de germinar. Es esfuerzo y valor cuando hay que trabajar la tierra. Es abrigo y esperanza para las aves que han de volar. Es conexión sentimental entre pares. Cuando se da y recibe pan el alma rejuvenece, es la espera tanto soñada del día al despertar.

Trabajé 80 años siendo panadero, en un pueblo de España, y he visto todas las edades con una sonrisa al venir a pedirlo, más allá de las dificultades que las hay, porque las hay. Sin embargo, hay un motivo para continuar, el pan nos da migajas de ilusión cuando las fuerzas parecen desgranarse. Porque el trigo al desgranarse, pierde forma, pero gana consistencia, el trigo sabe que sera cosecha, germinación de nuevos sueños. De historias por contar.

A mí la panadería me dió vida, quién más quisiera llegar a mi edad. Yo nombró el pan, símbolo de Dios. Es la fe, la creencia errática de continuar más allá de la adversidad.

Las aves llevan migajas debajo de sus alas, yo las llevé a cuestas toda la vida. Me han dado la ilusión de que la mesa tenga alimento transformado en valores, sacrificio al ver mi familia que mis brazos ya estaban cansados por la edad, y también por el amasar.

No es fácil, yo todos los días conmemore el día del pan, lo celebre cuando estaba terminado, el orgullo del pueblo me ha nombrado: «el panadero del pueblo». Las pastas fueron acompañadas por el sabor inigualable del trabajo realizado cada mañana. No hay un pan igual a otro, cada uno lleva su sello particular. Cada uno tiene historia, de lucha frente a la guerra cuando han tenido que enfrentar la batalla, y estuvo en manos de todo aquel que confío en vivir. El pan vibró con la vida y con la muerte en campos amurallados. Aun así este tiene el valor de lo nuevo, de lo novedoso que hay en cada uno.

Porque confiar es el paso para el progreso. Mi abuelo me decía: “Octavio come pan, así tus huesos y músculos se volverán muy fuertes”…no se cuánto de verdad hay en su frase, pero me enseñó el oficio a los 9 años de edad, y para mí fue más que un oficio. Me motivo a ser quien soy hoy. A mí edad los huesos y músculos ya han perdido fuerza pero no ha sido por el pan.

Espero poder comer mi ultimo trozo de delicia antes de morir. Mi valor, mi fuerza en los últimos tiempos, cuando yo acepte mi partida, me despediré con la semblanza de saber que he amado. Dejo la panadería como el lugar que cumplió mis sueños y a mis hijos más preciados y con ella el pan, mi recuerdo para ellos, para que sepan que estaré presente como el alimento de cada día.

Mi hijo me dijo que el pan seguirá teniendo el mismo sabor del encuentro, de la comunidad y del valor cuando yo no esté. Porque llevará mi sello, el recuerdo del esfuerzo, Ya que tiene historia, es fruto del amor, del amor invencible que mantuvimos con tu madre César, porque sin ella el pan no hubiese sido lo que fue. 

Alguien podría imaginarse lo que es, el pan es más que un trozo, un bocado que se deshace en la boca y se olvida. 

Yo ya he vivido muchos años y aquel estuvo presente en todos los festejos, es alegría, es bienestar, conexión con lo vivo, con el vuelo, con los sueños que se hacen realidad. 

El pan me acerca a la bondad, a Dios, cuando la ostia, toma mi perdón y yo puedo ser yo mismo con honestidad.

Cuánto se puede decir sobre él, el pan es nacimiento. Cuando un niño lo come, su sonrisa enorgullece. En sus primeros pasos con una bocanada de aquel, sus pies toman fuerza y van hacia adelante, como nosotros los viejos. Los viejos nos dicen mucho «los viejos son como los niños», y nos dan de comer cuando quieren distraernos, porque el tiempo pasa y ya no hay más esfuerzo ni trabajo que podamos hacer. 

El pan calma ansiedad, es alimento para la angustia, cuando no hay palabras que puedan reponerla, como lo fue el fallecimiento de mi amor, Elvira: ¡yo añoro tanto su presencia!

El pan es más que un pan, es recuerdo, es una añoranza que no vuelve, es perdida, dolor, tristeza, pero también es valor, esfuerzo y lucha.  

También es bendición, para que mi familia este siempre bendecida. 

Aprendiendo del pan,  es responsabilidad, presencia, y cuando es ausencia, el pueblo se moviliza para que deje de serlo. Ese pueblo que me vio nacer junto al pan. Dicen: «nació con un pan debajo del brazo» se puede decir que sí, como el dicho lo llevo dónde voy, es parte de mi esencia. 

Quisiera que quién lea estás hojas nunca pierda el valor y si lo pierde que pruebe un trozo de pan de España, para que vea el sabor que tiene. 

Este nos enseña a ser fuertes, mi madre me lo decía cada día, y yo escuché sus palabras, porque ella también vivió muchos años:

«Que mis hijos encuentren ese legado de amor»

«Valor y trigo en los campos, 

Valor y pan en el pueblo, 

para que cada día recuerdes

quien era yo»

Las manos arrugadas ya no pueden trabajar la masa, cuanto daría yo por tener fuerzas para seguir dando valor a mi vida. El cuerpo no me lo permite, mi edad, mis huesos ya deteriorados, el cansancio que me invade, mis alas heridas por la adversidad, cuánto daría yo por darte un trozo de mi pan, mi Elvira Bella. Cuánto daría por ese trozo de pan que tanto nos une. 

Cuando en mi boca se disuelve el sabor del encuentro y de todo lo vivido. Esa historia de amor ha dejado un legado que hoy se inscribe en las paredes de esta panadería. Y las aves vienen cada día a buscar las migajas que harán realidad sus sueños, porque están cargadas por todo el amor que nos tuvimos y que nos tenemos Elvira

Valor y trigo: pan.

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