Regala las cañas

Regala las cañas

Arbey Matabajoy

18/06/2024

Uno debe enriquecerse  de cada historia que sé escuche o sé viva, un buen día un amigo de otro amigo, me contaba cómo: en un emprendimiento de panadería, el buen Arnubal  destinaba varias sacas llenas, (sacas son: empaque de bulto hechos en fibras plásticas), de todo el pan duro, el quemado y el descartado, y estos restos eran regalado por él novato panadero, y todas las semanas salían pará servir de comida a los chanchos; un regaló que el porcicola no despreciaría,  más al ser gratis. 

Bueno resumiré el relato; su historia estaba centrada en cómo cuando empezó con una pequeña panadería en el barrio, algo artesanal y muy amateur, tanto que era en la cochera de la casa familiar; y por ser tan nuevos en ello y desconocer el mundo del «pan», por éso regalaban esa clase de descartados del producido. ¡Pero! y es el punto del relato, que… Hay una delicia de las panaderías de mi país llamadas «Cañas»; son  unos biscochuelo de dos tonos, uno claro y otro  oscuro; con un botón de dulce de azúcar fundido en el centro de la cara de arriba; y de sabor dulce- salado. Aunque, diré que está escueta  descripción no hace justicia a esta delicia de las panaderías de barrio de mi región nariñense.

Un buen café con dos o más cañas, éso es todo lo que está  bien en la vida. Ahora, volviendo a el tema, mi relato comienza con un consejo, y, es que esta delicia pastelera que les describí en un par de renglones, tiene en el centro  de la receta cómo ingredientes principales,  los panes duros y lo panes algo quemados; y es que los más versados panaderos aprovechaban éstos descartes de pan para hacer algo un manjar cómo  lo es una deliciosa caña.                    Es más una panadería nueva, tiene mucho más descarte de está materia prima para hacer muchas de estos redondos manjares (es lo lógico, por la falta de experticia o de ventas sale más despojos);  y ahí está el centro de la enseñanza del buen Arnubal, que con la boca llena de risa y muecas  revuelta con asombro. —Decía: Mi amigó botaba sacadas de pan y lo regalado por no saber los secretos de un buen panadero, o por falta de asesoría, talvez; y se agarraba la cabeza. Y replicaba: ésto lo hizo por un año enteró ¡¿cuantas cañas pudo haber vendido!?, El que no sabe, es cómo el que no ve. Es la moraleja de una buena anécdota que llegó a mis oídos ávidos y siempre curiosos por aprender. La panadería que regalaba manjares no fabricados, que gran relato.

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