ENTRE DOS MUNDOS

ENTRE DOS MUNDOS

  Hoy inicia un nuevo día. Despierto, pero no quiero abrir los ojos… aún no. El reino de Morfeo me seduce, me atrapa, me embelesa. Desde niño aprendí a dominar mis sueños, a elegir qué soñar cada día. Basta con cerrar los ojos, despejar mi mente y atrapar una idea que me traslade a un momento relacionado con el mundo al que quiero viajar; lo demás se da por añadidura. 

      Siempre sentí curiosidad por  saber qué era aquello que me fascinaba al grado de no querer abandonar el  extraordinario mundo onírico que me hacía vivir en dos mundos muy diferentes: uno diurno y otro nocturno. Algo debía de haber que me atrapaba al grado de llegar a confundir mi vida “real” con aquel lugar lleno de misterio y fantasía. 

  Muchos días despertaba llorando, cuando mi cruel realidad se anteponía a mis fantásticos sueños, donde la dulce Gaby aparecía en ellos. Entonces algo extraño ocurría. Cuando estaba a punto de tomar su mano, despertaba súbitamente retornándome a mi realidad. Con el tiempo noté que si no abría los ojos, podía seguir soñando por unos segundos más. Así fue como aprendí a dominar los sueños lúcidos. Aunque aún hay ocasiones en que despierto empapado con un sudor frío, estos días están cada día más ausentes. Sin embargo, no puedo aún cantar victoria y decir que tengo dominada por completo esta situación. Cosa de tiempo, pienso yo. 

 Hoy en día me ocurre algo muy extraño. Es como si viviera dos vidas muy diferente: una de día y otra por las noches. Así como si en mi “vida real” dejo una tarea inconclusa y el día siguiente debo concluirla, lo mismo me sucede con mis sueños. Al cerrar los ojos me pongo a hacer memoria sobre qué fue lo que hice en mi sueño anterior, y contínúo ese sueño. La verdad esto es algo que me encanta; mi doble vida, sobretodo por que hoy en día  ( o mejor dicho en la noche), llevo una vida perfecta,  pues todo aquello que no puedo realizar despierto lo hago estando dormido. ¡Es maravilloso!, aunque no todo es perfecto. Si, por hallarme muy cansado Morfeo logra atraparme antes de planear mis sueños, entonces suelo caer en un estado subconsciente, fuera por completo de mi control, y todo se va a la mierda, y mis “dulces sueños” se convierten en pesadillas. 

 Mucho años tardé en descubrir  qué era aquello que facilitaba dar vida a mis sueños. Porque había veces en que Gaby lucía  más bonita y cariñosa, y otros que era más apática conmigo, cual vil bloque de hielo. Algo había yo hecho mal ese día, de eso no tenía la menor duda. Solo restaba encontrar de qué se trataba; ardua misión. 

 Cierto día, o mejor dicho cierta noche , sucedió algo muy extraño, algo maravilloso: logré, por fin tocar a Gaby, tener contacto físico con ella. Acariciè su dorada cabellera y le di un fugaz pero muy dulce beso en sus tiernos labios. Mi cuerpo reaccionó como nunca antes lo había hecho en sueños. La realidad se sobrepuso y abrí los ojos de inmediato, siguiendo aún dormido. Estoy seguro de que, por tan solo una fracción de segundo,  logré transportarla a mi mundo real y ver su delicado rostro. Lo que sucedió a continuación es algo muy difícil de contar; había logrado romper la barrera entre mi mundo “real” y el onírico, y lo digo así porque había ocasiones en que ya no diferenciaba en  cuál de mis dos mundos me encontraba. 

 Este hecho me causaba mucha felicidad, pues ahora podía yo estar con Gaby cuando así lo decidiera, aunque había algo que me aterraba. Si en lugar de un buen sueño tenía una pesadilla, corría el peligro de quedarme atrapado en ella, y esto sucedió en varias ocasiones, o más bien estuvo a punto de suceder, al grado de terminar, por un largo periodo de tiempo, postrado en el diván de un psiquiatra, dependiendo de enervantes para poder seguir viviendo. Caí en una fuerte depresión que duró más de una década. Por fortuna ese tiempo quedó atrás. Aprendí, pagando un costo muy alto, lo peligroso que es no darle la misma importancia a ambos mundos, tratando de vivir dos vidas que deben ser, por naturaleza, diferentes entre sí, aunque puedan ser complementarias. 

 Hoy en día, llevo una vida normal, con una esposa y tres hijos, aunque Gaby sigue presente en mis sueños, pero nunca volveré a permitir que intervenga en mi vida real, pues entonces la compararía con mi esposa y, aunque Gaby sea mi gran amor platónico, es mi esposa la que me ha regalado lo mejor que puede tener un hombre; la paternidad, algo que Gaby nunca podrá darme. 

 El dejar los enervantes no fue tarea fácil. Debía encontrar un sustituto a los mismos. Algo que me proporcionara aquello que mi cuerpo necesitaba para sentirse vivo. Algo que, al contrario de las pastillas, me conservara despierto, feliz,  una alegría por vivir real, verdadera, 

 Entonces encontré aquello que tanto buscaba,  que al comerlo, su sabor me transporta  a otro universo. Algo que me hace sentir vivo al degustarlo. Algo que, a partir de entonces, nunca faltará en mi mesa y que comparto feliz con toda mi familia. Algo que me permite convivir, al mismo tiempo, con las dos mujeres de mi vida, con quienes ahora puedo sentarme a la misma mesa charlando de forma muy agradable, dando a cada una el lugar que le corresponde. Algo que mi esposa sabe hacer muy bien, pues heredó la receta de su abuela. Esto tan maravilloso es, simplemente, el pan. 

Me di cuenta de que mis encuentros felices con Gaby ocurren  siempre después de haber degustado un exquisito pan. Los elaborados con masa de hojaldre son mis preferidos, Su olor, crujiente tacto y exquisito sabor, me trasladan más allá de lo logrado por el Prozac y la Quetiapina.  Son, para mí, un tipo muy superior de droga. 
El placer que siento al saborear un pan recién horneado acompañado de un buen expreso, solo se compara a los ratos que comparto sentado en la playa junto a Gaby, sin tocarnos, sin hablarnos, sin pensarnos, tan solo mirando una tranquila puesta de Sol. O aquellos de intimidad con mi esposa, libres de tiempo y de preocupación alguna.

El pan es, sin lugar a dudas, mi mejor terapia.  

–FIN–

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