Despertó dulcemente.
El canto de los pájaros le hizo sentir bien, descansado. Despertó a sus dos hijos y tan pronto recogieron sus cosas, se pusieron en marcha. El más joven murmuró que tenía hambre. El hermano mayor se llevó el dedo a la boca indicándole que debía guardar silencio.
Caminaba con paso firme, entre un bosque de altos árboles y densos matorrales verdes. Los pequeños le seguían a escasa distancia. A esa hora de la mañana, el rocío hacía que todo brillase como en un sueño, como si todavía yaciesen dormidos al pie del inmenso árbol que les había cobijado.
A lo lejos comenzó a escuchar apenas un murmullo de agua, cada vez más nítido. Al llegar a la orilla, vio un riachuelo que serpenteaba entre las piedras que, cubiertas de musgo, se confundían con la vegetación. El agua era tan cristalina que podía ver el fondo, donde varios pececillos nadaban de aquí a allá sin rumbo fijo.
Se sentó encima de una de esas piedras y se lavó la cara. Bebió de la misma y se quedó mirando como sus hijos le imitaban. Suspiró con tranquilidad y pensó que rápido había pasado todo. Llevaba varios días allí y aun tenía la misma sensación de paz y plenitud…
Les ofreció unas frutas que aún conservaba y por fin el pequeño sonrió con la boca manchada de pulpa. Su hermano señaló un árbol y allí miró. Una ardilla inmóvil roía confiadamente. Después de un rato siguió su camino con un gran salto hasta el árbol siguiente.
Retomó la marcha ascendiendo por una ladera muy escarpada, y comenzó a resoplar antes de llegar a la cima. El bosque terminó, dando paso a una pradera de hierba alta que se movía a merced de un suave viento. Miró a los chiquillos y con un gesto cómplice comenzaron a correr.
Los persiguió, los abrazó, les hizo cosquillas, se escondió, rodo por la ladera, se rio hasta no poder más…
Y en ese momento sonó…
Un zumbido molesto, artificial, neurótico, triste…aquello terminaba. Abrió la mochila y sacó el pequeño terminal, mirándolo con odio y desesperación. Pensó en coger una piedra y destrozarlo, como antes muchos otros. Pero no, confirmó el protocolo y miró a los pequeños con una tristeza apenas disimulada. Notó como comprendían poco a poco la situación. Al cabo de un rato comenzaron a acariciar la hierba que cubría sus rodillas.
- – ¿Volveremos algún día? – Los escuchó decir.
- – Una vez más, cuando tengáis hijos.
Se tumbó y con toda la fuerza de sus manos agarró las hierbas a su alrededor y se dejó tragar en un ultimo intento de llevarse algo con él. Inspiró profundamente y memorizó todos los olores, las sensaciones, la luz y el aire, la humedad…
Notó como los hermanos le imitaban y cuando los miró vio que no sabían muy bien porque se tumbaban, pero aun así les gustaba…
Se oyó el zumbido del transporte. Volvió a mirar el terminal y está le informó de que en apenas un par de minutos dejarían los prados, los bosques, la tierra.
Al subir a la cápsula notó lágrimas en sus mejillas, y se dio cuenta de que sus hijos no dejaban de mirarle. – Tranquilos, estoy bien- les dijo.
Miró como se cerraba la maldita puerta y quedaron casi por completo a oscuras. Sintió la aceleración en el estómago y les cogió la mano a los dos.
El trayecto duró 2 horas. Estuvieron totalmente callados los tres hasta la llegada a casa. Al llegar arrancó la fotografía de un árbol que tenían pegada en una pared y siguieron unas horas más en silencio…
Una pequeña risa turbó su estado. Se acercó y vio a los pequeños escondiendo algo. Los miró con firmeza y ellos se llevaron el dedo a la boca, rogándole que guardara silencio…abrieron una pequeña caja cerca de un pequeño proyector de luz y se lo mostraron…
Era una hormiga.
EN EL AÑO 2120 SE DECLARÓ PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD TODO EL PLANETA TIERRA, PROHIBIÉNDOSE CUALQUIER ASENTAMIENTO PERMANENTE.
TODO SER HUMANO TENDRÁ EL DERECHO DOS VECES EN SU VIDA DE VISITARLO DURANTE 7 DIAS.
UNA COMO HIJO, UNA COMO PADRE…
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