Guillermo no solía repostar en aquella gasolinera, pero fue a parar a ella aquel día al quedarse en reserva cuando volvía de almorzar con sus amigos. Tras parar el coche y bajar la ventanilla, rebuscó el efectivo que le quedaba en la cartera, y mientras esperaba a que le atendieran, escuchó una conversación que mantenían la conductora del vehículo de delante, y el empleado. Sin alzar todavía la vista del billetero, convencido de que llevaba más dinero, y sin prestar especial atención, le pareció que la chica tenía una voz infantil más por lo gracioso en su modo de expresarse que por el tono. Sonaba alegre y cálida. La voz del empleado, sin embargo, no le resultó agradable. No era muy varonil, más bien aguda para ser de un hombre, con un punto de ronquera y algo gangosa, que le definía como alguien de bastante edad.

-Buenos días. Disculpa la molestia, pero es que voy en reserva y no llevo la cartera –le dijo la chica al empleado- me la he debido dejar en el centro donde trabajo o en casa, y no tengo suficiente gasolina para llegar ni a un sitio ni a otro- le explicó- ¿Podrías ponerme cinco ó diez euros y yo te dejo mi DNI y te los traigo mañana?- le pidió muy amablemente con su voz simpática.

– Mira, lo siento pero no. Aquí no se fía, así que si no tienes dinero no te puedo poner nada-respondió muy secamente.

– Vaya, pues no sé que voy hacer. ¿No me puedes poner lo mínimo para que pueda llegar al centro? Soy profesora del instituto de Villalonga y el de… – su voz sonaba ahora más triste, más grave sin poder ocultar su bochorno y desazón. Quizás el nudo que había empezado a oprimir su garganta, y la cambiara por completo, fue lo que hizo que por primera vez Guillermo alzara la vista de su cartera. Sólo le quedaban veinte euros, y la esperanza de que apareciera otro billete escondido entre los tiques, se había ya disipado.

– Ya te he dicho que no- le cortó sin dejar que acabara.

– Si vengo casi siempre a poner gasolina aquí- insistió la chica dulcemente pero visiblemente preocupada.

Entonces Guillermo reparó que a pesar de tener el pelo totalmente blanco, el empleado era un hombre bastante joven, contrariamente a lo que su voz le había indicado minutos antes.

– Bueno pues me tendré que quedar aquí a vivir- le dijo ella intentando bromear.

– Haz lo que quieras. Yo, si me dejas, voy a seguir trabajando- le contestó él sin reírle la gracia.

Guillermo ya había bajado del coche. No sabía en qué momento, pero ya había decidido que pagaría su gasolina con tarjeta. Ella le miró algo cohibida. Estaba entre enfadada y ofendida. Él lo supo por el rubor de sus mejillas y el rictus de su boca. Sintió su desamparo en la humedad que pudo percibir en sus ojos a través de los cristales caramelo de sus gafas de sol.

Era una mañana de abril cerca de la costa valenciana y ni el olor a combustible y a tubos de escape podían enmascarar el perfume a azahar, a primavera, a pascua y a verano que otorgaban la brisa del mar y los campos de naranjos que rodeaban aquella gasolinera. Sin embargo cuando se acercó a entregarle el dinero a la dulce desconocida lo que percibió fue un cítrico aroma a tarta de limón, a verbena y a hierbabuena que le resultó familiar.

– Buenos días- intervino entonces Guillermo- Yo te dejo 20 euros, tranquila ¿Seguro que tendrás suficiente?- dijo mientras sacaba de su cartera el billete y se dirigía hacia ella.

– Sí, sí, claro. Eres muy amable. Muchas gracias- contestó algo nerviosa – ¿Cómo quieres que te lo devuelva? ¿Te doy mi número de teléfono o prefieres que te de mi mail para que me pases tu número de cuenta? ¿Quieres mi DNI?- le preguntó.

– No te preocupes. Si quieres me llamas y sino tampoco pasará nada- le contestó mientras le daba una tarjeta con su nombre y su teléfono- pero lo que desde luego no merece la pena es que te tengas que quedar aquí a vivir, si con 20 euros se puede arreglar – bromeó mientras miraba al empleado.

– Muchas gracias por confiar en mí. Siempre te estaré agradecida. Te llamaré a lo largo de esta misma mañana – le dijo ella, se dirigió al empleado y después de pagarle añadió- Siento mucho haberte molestado. Que tengas muy buen día- se subió al coche y se despidió de Guillermo con la mano.

Días más tarde le preguntarían si sabría describir la ropa que vestía ese día aquella desconocida, que dejó de serlo cuando su olor a limón y sus manos de niña se quedaron para siempre en él. Tan sólo recordaría su aroma y los colores claros de su ropa que la envolvían de luz.

Ese mismo día Guillermo se presentó a comer en casa de su hermana con un ramo de flores en la mano.

-Muchas gracias Guillermo, son unas azucenas preciosas- le dijo entusiasmada Patricia mientras le daba un beso.

-¿Ah sí? Pues me las acaban de regalar. Pasaba por delante de una parada de flores del mercado, y la señora que las vende me las ha regalado. Yo no tenía ninguna intención de comprar flores, ni de qué flores son- contestó Guillermo evitando todo tipo de sentimentalismo.

-Ya me extrañaba a mí que te presentaras con un ramo de flores – se rió su hermana- Por cierto he pensado que como el lunes los dos acabamos pronto podríamos comer todos juntos y así que tus hijas vean a su primo- le propuso Patricia- ¿Quedamos a la una en tu instituto?

-Vale – le dijo- Me están llamando, espera un momento, que es un número desconocido y debe ser la chica de la gasolinera.

-¿Qué chica de la gasolinera?- le preguntó su hermana.

-Ahora te cuento- y tras mantener una breve conversación telefónica, le explicó- Nada, que esta mañana, en la gasolinera, el empleado no quería poner gasolina a una chica que se había olvidado la cartera- le explicó- y al final yo le he dejado dinero.

-Clarooooo. Por eso luego te han regalado las flores, es el Karma, tú has ayudado a alguien y el universo te ha hecho un regalo- le explicó Patricia muy convencida.

-Patricia…es una casualidad, y ya está.

-Valeee. Pero bueno, ¿era ella? -preguntó Patricia.

-Sí, era ella. ¿Y sabes qué? Olía a limón como tú- le contestó Guillermo.

-Es impresionante el olfato que tienes- le dijo Patricia

-Bueno, me ha dicho que pasará el lunes por mi instituto sobre la una y me dejará el dinero. Ah, y que se llama Azucena.

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