—Ya está oscureciendo. Quedémonos aquí. Nos camuflaremos detrás de ese árbol.

— Pero si llega la noche, ¿cómo vamos a poder caminar? No tenemos linterna.

— No te preocupes, conozco el camino. Lo puedo ver con mis manos y mis pies. Descansaremos hasta que salga la luna llena. Eso nos ayudará andar más rápido.

 — Pero ¿si nos encuentran? Tengo un mal presentimiento que esto no va salir bien. Debí haberme quedado en el campamento.

— No seas ave de mal agüero. descansemos aquí. Nos taparemos con hojas. No nos descubrirán. Confía en mí. Te acuerdas cuando éramos niños y vivíamos en el barrio. Te defendía de la pandilla que se parchaba todos los días en la terminal del bus.

 — Sí, sí me acuerdo. A veces teníamos que planear estrategias para tomar el transporte que nos llevaba al colegio, que no fuera justo en el terminal, porque si no, nos quitaban el dinero. Bueno al final la policía logró capturarlos y por fin se acabó esa pesadilla.

 — ¡Silencio!, no hables. agáchate. Se escuchan ruidos. Quédate ahí quieto, voy a mirar.

— Tranquilo, no es nada. Eran roedores.

 — Sabes Antonio, yo te saqué del campamento porque me enteré que ellos no te iban a liberar. Te necesitaban como médico. Aunque seamos de clase y pensamiento diferente, fuiste mi amigo en el barrio, además aquí me salvaste la vida. Siempre me ayudaste en los momentos difíciles con mi familia. Ahora me toca a mí sacarte de este embrollo donde te han metido.

— Todavía recuerdo, fue horrible. Estábamos atendiendo un parto cuando llegaron ellos. Entraron a la sala de cirgugia  del hospital y me sacaron a empujones. No me dejaron terminar el trabajo. Me quedé sin  saber lo que sucedió con la joven y su bebé, me horroriza pensarlo. Cuando salimos de la carretera me entregaron unas botas pantaneras y me pusieron a caminar por el risco. Caminamos tres días sin descanso. Unas veces caminábamos por los arroyos y otras veces por el monte. Íbamos escabullendo al ejército por entre los árboles. Por momentos  pensé que ese era mi último día. Si se armaba una balacera, ¿quién iba a imaginar que yo era un secuestrado? Cuando llegamos al campamento me explicaron porque me sacaron a la fuerza del hospital: para que atendiera unos heridos y si todo salía bien me dejaban ir. !Oh! Sorpresa, cuando vi que uno de los heridos eras tú.

— Bueno, gracias a vos estoy vivo. Pero mejor no hablemos más, durmamos un rato para que mañana logremos caminar bastante y si es posible llegar al primer comando del ejército que encontremos en el camino. Pero te dejo ahí y sigo.

 —¿Por qué no recapacitas y te entregas?. Yo te ayudo. Testifico a tu favor. Si te vas tendrás que estar siempre  escondido. Vamos piénsalo.

—Descansa, lo pensaré.

 — ¡Arriba! ¡Levántate!, nos están buscando con los perros, si corremos rápido hacia el río y logramos cruzarlo, podemos estar a salvo, por lo menos el resto de esta noche. Corre, no te quedes.

— No puedo más, déjame aquí. Sigue, que me alcancen… Que sea lo que sea.

 — Cómo se te ocurre. Súbete, te puedo llevar en mi espalda un tramo. Ya falta poco para llegar al río.

 — Pero igual no sé nadar.

—Vamos, adelante. Mira abajo, ya los oigo… Los perros se oyen cada vez más cerca.

—Ya estamos en la orilla. Ponte boca arriba en el agua, yo te arrastro hasta el otro lado.

— ¡Lo logramos!, ¡lo logramos! Los perros no nos podrán olfatear. Metámonos en estos matorrales. Descansemos otro rato. Yo traje panela y arroz. Come un poco para que recuperes fuerza. Respira despacio. No te preocupes, cuando vuelvan a encontrar nuestro rastro, ya habremos logrado la meta. Anímate. Falta poco.

— Cóntame, ¿qué pasó con aquella chica del barrio, de la cual estabas perdidamente enamorado, La que vivía al frente de los Salazar?

—No pasó nada. Ella se quedó con Alirio. A mí no me dio ni la hora. Hasta se llegaron a casar… Tuvieron un hijo. Pero ya están separados. Ahora tengo una novia, fuimos compañeros de estudio. Si salgo de esta, le propongo matrimonio. Pero vos ¿por qué llegaste a la guerrilla? La última vez que nos vimos estabas estudiando química.

 — Esta es una historia bastante larga. Te la cuento cuando estemos a salvo y nos encontremos de nuevo en la ciudad, en alguna cafetería.

— Ya está amaneciendo, debemos seguir caminando. Come más panela y arroz. Cojamos por este sendero, por aquí encontraremos viviendas campesinas, a lo mejor alguien nos ayude. Pero hay que caminar rápido.

— Caminar por aquí  Alberto,  me recuerda cuando nos subíamos a la montaña que quedaba detrás de las casas del barrio y jugábamos a policías y ladrones. Bajábamos con el poniente del sol: sucios, embarrados, pero felices.

—Te propongo que caminemos sin hablar, necesito escuchar el camino. Toma este palo y agítalo alrededor de tus botas.

— ¿Qué haces?, ¿para qué te enrollas esos ajos?

— Para espantar las serpientes. Hacelo vos también… Vamos, pero rápido. No sé porqué te ha dado por la habladera. Concéntrate en el camino.

— Mira el humo que sale de las chimeneas, creo que estamos llegando a un poblado. Ahí habrá un puesto de policías. Si es así, te dejo  y sigo.

— Pero al fin, ¿No te entregarás?

— No, no confió ni en el ejercicito, ni en la policía de esta zona. Son todos paramilitares. Seguro me entrego y me matan. En este caso tú no me puedes garantizar la vida, como lo hiciste en el campamento, cuando curaste mis heridas. Incluso si te pones de mi parte también corres riesgos. Pienso que así cada uno recobra su libertad.

— Llegamos. Quédate aquí. No te muevas. No te dejes ver. No hables con nadie. Voy a inspeccionar, que no haya moros en la costa… Ubico el puesto de policía o ejército, te dejo y nos separamos.

 — ¿Qué pasó?

—  Chist… corre, ellos llegaron primero. Están preguntando en los bares, en los negocios por nosotros. Aquí no hay puesto de policía. Vamos toma aire. Sigue. Nos tocará pasar otra noche en el monte mientras desisten. Se tienen que cansar de buscarnos.

— Ya llevamos 3 días caminando siento que no voy a volver a casa, si no nos matan ellos, nos matará el hambre y la selva.

— Escondamos aquí hasta que llegue la noche. Ahí volvemos a caminar… Es más seguro. Todavía nos queda algo de comida.

— Fue linda la fiesta de 15 de Lucrecia, ¿te acordás Alberto? Recuerdo que fuimos juntos a comprar el vestido. Casi que no logramos encontrar unos zapatos que te quedarán a la medida. Todos fueron en parejas menos nosotros. Nos la dábamos de galanes, que íbamos a conquistar. Tú te enredaste con Carmen y bailaste toda la noche con ella. Yo en cambio  baile con todas. De ahí salimos con Carlos y le dimos serenata a María. Por poco y vamos presos. Nos echaron la policía por bullosos.

— Sí, yo Salí con Carmen hasta que entré a la Universidad. Luego me en liste en un partido de izquierda, que me trajo hasta aquí. Dejé todo, a Carmen, los estudios, mi familia. No sé qué es de su vida. Ella estudiaba medicina. Seguro también como vos estará haciendo el rural en algún pueblo. Espero le esté yendo mejor. A veces me la imagino casada y con hijos. Sé que le cause mucho dolor.

— Ya esta atardeciendo, comámonos lo poco que queda. Y salgamos. No olvides el palo y los ajos. Las culebras salen en la oscuridad. Mira allá abajo hay un paisano con una canoa. Quédate aquí. Yo me lo converso. De pronto nos saca por el río. Nadie se espera eso.

— ¡Alberto!, toma éste dinero que traigo escondido en mis zapatos. Palabréalo con plata.

— Listo, vamos que él te va llevar en la canoa hasta su casa y mañana, apenas despunte el alba, te sacará al puerto en su motor. Seguro se encontrarán a la armada en el camino. Los van a parar. Les cuentas la historia. Estarás a Salvo.

— Como así, porque no vienes conmigo. 

— No puedo. Me atraparían. Te prometo que apenas todo esto acabe nos vamos a encontrar de nuevo. Yo te buscaré.

 Dos años más tarde.

—  Amor, mira lo que salió en el periódico de hoy:

“Alberto Gonzales, el segundo al mando de la guerrilla, fue abatido en combate por el ejército. Éste ha sido el más duro golpe, dado en este año a este grupo insurgente por el gobierno nacional”.

— ¿Él no fue el amigo de tu barrio, que te rescato cuando estuviste secuestrado?

— Si él fue.

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