El Sr. Torre se dirigió aquella mañana a la Universidad de Miskatonic. Debía dar una conferencia sobre las costumbres, creencias y otras curiosidades de los Afar; una etnia africana. El día anterior había regresado de esta región y había traído consigo un curioso recuerdo. Una daga que encontró, en parte por su afán de explorador y en parte también, movido por un extraño impulso, en una de las pozas termales inexploradas de esta inhóspita región.
No podía negar que, aparte de ser un gran antropólogo, era también un explorador nato; le gustaba viajar solo y descubrir nuevos lugares insólitos, nuevas civilizaciones y culturas. Este viaje no había sido diferente; quiso empaparse bien de esta cultura y de lo que escondía su extraordinario paisaje. Afar es sorprendente, parece enteramente otro planeta. El día que encontró la daga se había perdido andando en una llanura plagada de pequeños montículos de lava fundida en donde se encontraban también repartidas pozas termales de diversos tamaños; tenían una coloración muy extraña; el agua de estas era verde turquesa enmarcada por bordes gruesos de sal y otros minerales sulfurosos, que se entremezclaban, en un colorido baile entre tonos distintos de amarillos y rojos.
Un deseo repentino le hizo sumergirse y sentarse en una de estas pozas; al recolocar su trasero en el fondo de la poza, se percató de que una piedra se había desplazado y debajo de esta había algún objeto. Metió la mano instintivamente, al igual que se había sumergido hasta el cuello en aquella poza de salitre, y posiblemente, con una alta concentración de ácido sulfúrico. Palpando primero y asiéndolo después, el mango de una pequeña daga que tenía una inscripción en un idioma cuneiforme parecido al sumerio.
— Pero ¿qué hacía aquella daga allí? ¿Y esa extraña inscripción? La antigua Sumeria se encontraba en la zona de la actual Irak. No tenía sentido.
Notó que le picaba un poco la piel y salió rápidamente, maravillado aún por el hallazgo. —¿Cómo era posible que la daga siguiese brillando impoluta, con cero deterioros? ¿Qué metal extraño debía ser aquel? Era ligero como una pluma y no se veía en absoluto rayado ni hendido; resplandecía como platino nuevo. La llevaría a la Universidad de Miskatonic y estudiaría tanto la inscripción como su composición. Una vez en la ciudad de Arkham, se dirigió directamente a la Universidad, antes incluso de pasar por casa. Algo le decía que debía averiguar lo antes posible qué decía aquella inscripción. Consultó un viejo libro de escrituras y culturas ancestrales en la biblioteca de la universidad. Resultó que la inscripción era una curiosa mezcla entre escritura cuneiforme sumeria y egipcia demótica. La empuñadura decía: “Promesa de poder”, en una primera parte y bajo de esta: “Se postrarán ante ti, te transformarás y todos caerán”. Estaba siguiendo la última línea con su dedo índice cuando, al acabar, tuvo una extrañísima visión; se vio a sí mismo con una túnica negra, y con una capucha que le cubría parcialmente el rostro. Estaba en un altar ante una multitud de encapuchados con túnicas idénticas a la suya, que le vitoreaban y aclamaban.
En la visión, él levantaba la daga con su mano derecha, con la otra mano lanzó a la multitud una túnica blanca con el emblema de un sol en el pecho y la multitud se apresuró a agarrarla y a olfatearla como si fuesen sabuesos olisqueando un hueso. Se sintió realmente eufórico, muy poderoso, era una sensación indescriptible. Después de esta visión algo asustado, se armó de valor y sujetó la daga de la misma forma en que se había visto a sí mismo sujetarla en la visión. Esta vez vio que sus seguidores se hallaban en una encrucijada; unos encapuchados vestidos de blanco, con el emblema del sol en el pecho, los tenían acorralados, en lo que parecía un templo. Había estatuas de piedra gigantes y columnas enormes que sujetaban unos techos altos y abovedados. Todo parecía muy realista; él no se podía ver a sí mismo en esta visión, pero estaba allí, sintiéndose parte de ello, deseoso de que se librasen de los encapuchados blancos. Se sentía fuerte, poderoso; la daga le estaba susurrando al oído, le ofrecía la vida eterna, ser Rey, a cambio de ejecutar su plan, de acabar con los encapuchados blancos de la superficie. La vida en la superficie debía desaparecer para siempre y él iba a liderar al grupo de encapuchados negros, convertidos en endiabladas bestias de las profundidades, que lo lograrían. El Sr. Torre se transformaría en el Rey Topo, convirtiéndose en un monstruo temible por todos los seres de la superficie. Pudo verse a sí mismo un instante antes de soltar la daga. Con la capucha negra caída y a rostro descubierto; se había transformado en una gran bestia peluda que se sentía tan fuerte y poderosa como un titán. Su cuerpo era mitad humano, mitad topo, su rostro era temible, a la vez que horrendo.
Estaba realmente aterrorizado; pensó que esto ya no era una simple cuestión de explorar e investigar una civilización antigua y deleitarse aprendiendo de ella y compartiéndola con sus alumnos en la universidad. Este era un asunto espeluznante; una magia oscura había marcado aquella daga diabólica y pretendía arrastrarlo, comprar su voluntad con poder y una promesa de liderazgo.
Las extrañas visiones, el sitio en el que la había encontrado, su inconsciente reacción al sumergirse en la poza, su sentimiento de poder y euforia durante las visiones, el estado de la daga sumergida en aquel salitre ácido que no la había llegado a corroer ni tan siquiera un poquito… Todo olía a guerra y caos místico.
Pensó que debía deshacerse de ella, encontrar la forma de fundirla o romperla fragmentándola en varios pedazos y después enterrar sus restos en tierra santa. Esa podía ser una forma. Tanto para la cultura sumeria como para la egipcia, los lugares que rendían culto a los muertos eran dignos de muchísimo respeto. Claro que, en este caso, la fulminada sería la daga. Pero aun así ¡Ojalá funcionase!
Ahora debía llegar a su casa; estaba cansado y había pedido que le enviasen el equipaje, que llegaba aquella misma tarde. Eran ya más de la una del mediodía. Emprendió el camino a casa, se dio una ducha en cuanto llegó, después, dormitó un poco en el sofá inquieto, recepcionó su equipaje y pensó en las diferentes formas de destruir la daga. Había metido la daga en su mochila antes de salir hacia su casa; no iba a dejar que esta cayese en malas manos; contenía un poder maligno, quién sabe lo que sería capaz de lograr en manos de una persona más ambiciosa que él o menos precavida ¡Qué le mostrarían las visiones para intentar seducirla! Debía esconderla, cuantas menos personas supiesen de su paradero, mucho mejor.
La daga seguiría en la mochila colgada en el perchero de la entrada de su casa hasta la mañana siguiente; no pensaba tocarla para nada. Daría la conferencia a primera hora la mañana e iría luego a los laboratorios de la universidad a someter a la daga a temperaturas extremas, hasta conseguir fundirla. Si no lo lograba con el calor de los hornos de fundición de metal, intentaría quebrarla con hidrógeno; se valdría de los recursos que encontrara a su alcance. No tendría problema en entrar a los laboratorios, pues el doctor en física, Xavier John, era un buen amigo suyo y le había permitido el acceso en otras ocasiones.
Aquella noche, el Sr. Torre, no pudo pegar ojo, inquieto toda la noche, dando vueltas en la cama sudoroso; la única vez que pudo cerrar los ojos para intentar descansar, tuvo una horrible pesadilla en la que se cumplía el plan que profetizaba la infernal daga. Él transformado en el Rey Topo acabando con toda la vida sobre la superficie, liderando a los hombres topo que, obedeciéndolo fielmente, emplearon la violencia con una fuerte y despiadada brutalidad. A su alrededor, todo lo que vio en su pesadilla fue sangre y fuego.
Llegó al fin la mañana y estaba agotado, como si hubiese librado de verdad aquella batalla, pero cumpliría lo prometido, daría la conferencia sin extenderse en exceso.
Una vez en la sala de conferencias, le sucedió algo extraño: revivió el momento de los vítores, de los aplausos, vio a sus seguidores encapuchados de negro en aquella sala. No sabía qué estaba pasando, pero se sentía pletórico; dio la conferencia como caminando sobre una nube, como si los pies no le tocaran el suelo. Al mismo tiempo, en algunos micromomentos se sorprendía a sí mismo de cómo se estaba sintiendo. Todo fue muy extraño; sabía que era cosa de aquella daga maldita. Trataba de poseerlo, llenándolo de un ego y un poder desmesurados. ¡Era tan tentador¡; de aceptar, embeberse de su gran poder, no volvería a sentirse inseguro e insignificante nunca. En un mundo tan desconcertante, tan cambiante… era algo, que tantas veces, ¡le había parecido tan irremediable …! Pero, no, recapacitó, él no quería ese poder, por momentos, este tipo de tentativas le atraían a hacer cumplir la voluntad de la daga. Siempre había sido un luchador, de voluntad férrea, debía hacer lo correcto, era su sino; ¡aquella estúpida daga no decidiría por él!
Fue al laboratorio, le pidió la clave de acceso a su colega, el Doctor Xavier, entró en la zona en la que se experimenta con los metales e introdujo la daga en la fundición a mil quinientos treinta y ocho grados centígrados, y nada, la daga continuó intacta. Probó sumergiéndola en hidrógeno líquido; entonces la daga pareció por un momento que se quebraba, pero no fue así. Al extraerla, seguía en perfecto estado. Era algo imposible; debía estar volviéndose loco. Dejó la daga sumergida en el hidrógeno líquido y salió del laboratorio cerrando la sala. Sabía que en la biblioteca de la universidad había una zona reservada a estudios arcanos. El acceso era restringido, pero tal vez Agnes, la bibliotecaria, le dejase entrar; solo debía ser amable y argumentar la urgencia de buscar un libro para alguna de sus clases o sus conferencias.
La buena de Agnes accedió a dejarle consultar los libros de esta zona, pero entró junto a él y le indicó dónde se hallaban los libros sobre sectas y cultos místicos de los cuales, él le dijo, debía documentarse para una ponencia que debía dar la semana próxima en el museo de historia.
El profesor se arriesgó un poco, confiando en la inocencia de Agnes, y le preguntó si sabía algo sobre una secta que vivía bajo tierra y de un tal Rey Topo. Agnes le respondió con gesto de extrañeza: —Existe un antiguo mito sobre el Rey Topo, aunque solo es eso, un mito, nada que tenga sentido en realidad. ¿Pero… por qué lo preguntas? ¿Dónde has oído hablar del Rey Topo? Es un mito muy antiguo y desconocido. Hace más de mil años, se contaba en Egipto, formaba parte de su tradición cultural, pero hace mucho que desapareció y muy pocos saben lo que cuenta el mito. Es, además, algo bastante inquietante, un caos de vida y muerte, de monstruos viviendo bajo tierra que se rebelan contra los habitantes de la superficie que envenenan el suelo en el que ellos viven.
El mito cuenta que hechizan a un hombre de la superficie, que es conducido hasta la daga; alguien sano, fuerte, de mediana edad y que se encuentre cerca de ella. Alguien capaz de asumir la transformación que poco a poco va provocando la exposición a la daga imposible; esta le seduce, lo llena de poder y de ambición, consiguiendo que traicione a su raza, transformándose en el Rey Topo, liderando a su séquito hasta conseguir aniquilar a toda la raza humana; mediante sus artes oscuras, en una peligrosa mezcla de violencia y magia psíquica. El Sr. Torre, al escuchar esto, se queda pasmado, pero disimula, mirando los lomos de los libros que tiene delante, como si no le interesase demasiado. Agnes, antes de girarse y marcharse a su puesto en la biblioteca, encuentra el libro frente a ella, sonríe satisfecha y se lo da al Sr. Torre. —Tome, por si tiene curiosidad; la historia es espeluznante y va ilustrada, es un tesoro de la literatura arcana. (Parece que el mito le resulta apasionante) El Sr. Torre, cuando se queda a solas con el libro en su poder, lo examina primero por fuera, en donde no ve gran cosa que llame su atención, una encuadernación de piel suave en color negro con un título impactante: La supremacía del Rey Topo. Luego, dentro en sus páginas, encuentra el dibujo de la daga imposible. En las siguientes hojas explica el poder mágico de la daga, también su origen, que se remonta a las catacumbas de Kom el Shoqafa en Alejandría, describe experimentos macabros y magia negra para transformar a los enfermos incurables y repudiados en individuos que sobrevivieron bajo tierra, los denominados hombres topo. A los que la daga dota con el poder de la larga vida y una fuerza y resistencia físicas sobrehumanas, además de otras habilidades mentales como la telequinesis. Y todo gracias al gran Kom, el primer poseedor de la daga imposible.
El Sr. Torre comienza a desesperar; lleva ya un rato leyendo sobre la historia de la daga y los llamados en este libro “hombres topo y Rey Topo o Kom”. ¡Pasa unas páginas al azar y eureka! Encuentra algo, no para destruir la daga, pero sí para anular su poder y mantenerla lejos de la humanidad.
Lo malo es que necesitara ayuda, pero lo tiene claro: no puede ser otra que Agnes; conoce el mito perfectamente, es experta en lenguas antiguas y seguro que reconoce la daga imposible si la tiene delante.
El Sr. Torre sale de la biblioteca intrigando a Agnes, pues le promete que volverá con algo que le va a parecer increíble.
En menos de media hora se planta de nuevo en la biblioteca y le muestra la daga a Agnes. Está alucina; la toca y ella también tiene una visión extraña, en el mismo templo que había visto el Sr. Torre en su última visión. Agnes, reconoce el templo, lo ha visto en las ilustraciones del libro “La supremacía del Rey Topo”. En el libro se muestra el templo como un refugio y lugar de culto para la resistencia de los encapuchados blancos que defienden como pueden la superficie de los ataques del Rey Topo y su ejército de encapuchados negros.
El Sr. Torre, al darse cuenta de que ella sabe ya, que se trataba de la auténtica daga imposible, le dice que la necesita para acabar con el poder de esta. Ella asiente, aún consternada; se dirigen hacia donde se encuentra el libro; Ya tienen todo lo necesario. Supuestamente, debe ser fácil; se trataba de leer una inscripción en voz alta y meter la daga imposible en el número de página que se obtenga de sumar el día, el mes y los dos últimos dígitos del año en el que se encuentran. Y así lo hacen: Agnes lee la inscripción, y el Sr. Torre mete la daga en la página cuarenta y cinco, sujetándola, prensando el libro entre sus manos. Mientras Agnes lee en voz alta, la biblioteca comienza a dar vueltas. Se sienten ambos muy mareados, parece que el edificio va a caerles encima. Ven como las paredes de la biblioteca se abren con grandes gritas y comienzan a caer escombros del techo y cuando Agnes pronuncia la última palabra, ocurre algo insólito: todo se calma, vuelve a su lugar de origen y la daga desaparece como absorbida por las páginas del libro.
El Sr. Torre nunca vuelve a ser él mismo, sufre toda su vida de terrores nocturnos; las pesadillas sobre hombres topo monstruosos y sobre el Rey Topo nunca cesan y acaba internado en el manicomio de Arkham. En cuanto a Agnes, esta experiencia también la marca de por vida, aunque no con la misma intensidad que al Sr. Torre. Desde aquel día no volvería a tocar el libro jamás, pues sabía que podía estar a un paso de perder totalmente la cordura si se le ocurría hacerlo. Jamás volvería a entrar en la zona reservada a los libros de conocimientos arcanos.
Muchos años después la policía encontraría a Agnes flotando en el río Miskatonic, junto al Sr. Torre, que había desaparecido del manicomio de Arkham la noche anterior. El Sr. Torre tenía agarrado entre sus manos inamovible por el rigor mortis: “La supremacía del Rey Topo”. Nadie averiguó nunca qué asuntos se llevaban entre manos aquel par de locos.
La policía supo que el Sr Torre había escapado por una ventana que encontraron rota. Estaba obsesionado con Agnes y con aquel libro con el que le encontraron. La policía sabía que Agnes tampoco andaba lejos de estar tan loca como él, pero resultaba más discreta e inofensiva. La auxiliar de biblioteca y compañera de Agnes a la que la policía interrogó dijo: “ Agnes, era una buena mujer, pero no estaba bien, la última vez que hablé con ella me pidió que le ayudase a destruir el libro que llevaba el Sr. Torre en las manos cuando murió. Tenía miedo de que él escapase del manicomio, ella había ido a verle por primera y única vez hacía una semana. Él le dijo que conseguiría salir de allí, creo que esto le hizo perder la cabeza del todo. Entro por primera vez desde que estoy aquí a la zona de conocimientos arcanos y tomó dos libros de la estantería; uno era “La supremacía del hombre Topo” y el otro “Como deshacer hechizos y maleficios”. Esta claro que tenía mucho miedo, pero un miedo absurdo que ha acabado tristemente con la muerte de dos dementes.
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