UNO, DOS, TRES…

UNO, DOS, TRES…

Yajaira Martinez

22/09/2022

Marielena avanzaba por la calle empedrada, sin hacer el menor ruido con sus botas para el frío. Aquellas que había comprado hacía unos meses atrás en un mercado de cosas usadas. Mentalmente sacaba cuentas usando los dedos para contabilizar las horas trabajadas y saber cuánto sería su salario de la semana. Al utilizar los dedos recordó una estrofa del palabreo escrito por uno de los grandes poetas de su tierra Andrés Eloy Blanco …“El hambre lleva en sus cachos algodón de sus corderos tu ilusión cuenta sombreros mientras tú cuentas muchachos una hembra y cuatro machos subida, bajada y brinco y cuando pide tu ahínco frailejón para olvidarte la angustia se te reparte uno, dos, tres, cuatro, cinco” …

El rostro de Marielena se iluminó con una amplia sonrisa, nada era más placentero que recordar de dónde vienes para reconocer tu verdadera esencia. Miró sus manos un poco arrugadas producto del frío, sumado al trabajo duro; antes perfectamente cuidadas pues su trabajo lo ameritaba, aun cuando entre sus miles de responsabilidades una de ellas era ser ama de casa, siempre había tiempo para cubrirlas con un barniz, que ayudaban a que sus manos se vieran listas a la hora de firmar los expedientes que nunca dejaban de llegar.

Los dedos de los pies casi ni los siente ya, quizás se deba a las horas trabajadas de pie, sumadas al entumecimiento que causan las bajas temperaturas. Le cuesta dar un paso más por qué siente como se resquebrajan, pero aun así parar no puede ya.

Cuanto le había cambiado la vida, hacía doce años su carrera de Derecho pudo culminar. La Universidad Central de Venezuela, patrimonio de la humanidad fue su casa de estudios, pues para ella no había en todo el territorio venezolano quien la igualara en antigüedad. Así llevaba la vida Marielena Escorihuela una chica de la cuidad.

Hasta que un buen día al llano fue a parar, era una tarde de verano y cuando creyó que ya nada la podría impresionar, a galope conoció al hombre que la supo desposar.

Consiguió lo que creyó era el empleo ideal, Tribunal Supremo de Justicia que de eminente nada le queda ya. Escalando posiciones sin dejar de trabajar, ni la maternidad logró que desistiera y su carrera profesional pudiera continuar. Tres cesáreas en cinco años, jamás la alejo de hacerla brillar.

Poco a poco la buena vida fue mermando sin parar, por la subida de la comida que ajustaban su tarifa de la noche al despertar. El salario que un día fue suficiente ahora apenas alcanzaba para cubrir los gastos de una buena guardería que incluía hasta la tarea escolar.

Emigrar fue su única salida para no morir en el intento y evitar que su prole pereciera en la miseria.

El ingeniero se convirtió en jardinero y, ella la magnífica “Doctora” como le decían en su tierra, la misma que de cuando en cuando el reloj siempre miraba rogando que fueran las tres para correr a la salida sin volver la vista atrás. Ahora rogaba que no se acercará la hora para multiplicar el dinero quién sabe si hasta por tres. La vida se la ganaba picando cebolla, pimiento y cordero. Para luego salir corriendo, haciendo hasta de niñera, que muchas veces pasaba incluso después de las diez.

El frío siempre presente haciéndole compañía, con su ropa de segunda que en verano compraría. Trabajaba en algo que muy bien le salía, aparte de ser Abogada, ser niñera era su única salida. Cuántas veces fregar los pisos le tocaría, en aquel restaurante de comida que en su vida había visto y tampoco probaría. La liga de coco, picante y curry era algo que no le apetecía.

El idioma también hacía lo suyo, recurriendo hasta las mímicas cuando las palabras no encontraban la salida. Lo que nunca imagino que a sus treinta y siete años un cambio y un nuevo país a su vida llegaría.

La vida de una persona puede cambiar en un día, ayer era ejecutiva hoy le toca limpiar incluso hasta las bacinillas cubiertas de orina, mierda y uno que otro gargajo de unos niños que no le pertenecían.

Muchos libros, muchos cursos y un postgrado en la central, pero cuando el hambre es tu compañía ni la sabiduría te ayuda en esa nefasta agonía.

Su angustia crecía un poco más, pues un año ha pasado ya. La situación legal la acorrala sin dejarla descansar, aun cuando había metido sus papeles la visa le habían negado ya.

Que caro salía ser venezolana en el país donde los Beatles comenzarían a brillar. Cuarenta años atrás todos querían llegar a ese paraíso terrenal, donde su economía no tenía otro rival. Ese era el País del cual ella tuvo que salir con mucha tristeza y sin poder mirar atrás.

Mientras recorría la calle para llegar a donde vive, miraba de vez en cuando a ver si le hacían compañía.

Quien sabe cuándo inmigración llegará para decirle que hasta ese día ella podría estar. Marielena sonreía amargamente recodando las palabras que en el cine un día escucharía, si llegaba la migra hasta allí su alegría duraría.

Lo que Marielena no sospechaba era que, en un pueblo tan pequeño al norte de Inglaterra, los de inmigración quizás no llegarían, sin duda era más interesante cuidar las cercanías del Big Ben, que ir corriendo tras una mujer que solo quería sobrevivir mientras llegaban sus papeles, ganándose un dinerito para ayudar a sus hijos y a su familia que aún en Venezuela vive en una constante y aplastante agonía.

Y así continúan los días y Marielena recorre las calles contando para sus adentros uno, dos, tres….

Dedicado:

A tantos venezolanos que viven en la ilegalidad sobresaltados por el miedo, pero sobre todo por aquellos que asumen con valentía, comenzar una nueva vida, nuevos retos y cambios. Alguien muy sabio un buen día me dijo “nunca es tarde para comenzar, solo hay que ser valiente y tener las ganas para hacerlo”, ese ser sabio es mi padre. J.S.M.R

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