Dejo caer mi brazo derecho sobre el teclado, dejando caer sobre el los 9 largos años en los que he cargado sobre una bandeja mucho más de lo que creía que podía cargar la primera vez que me hablaron de ella.
Veo como la fluidez de mis dedos es mucho mejor a antaño, en gran parte gracias a los 9 años que pase gritándoles que fuesen mas rápidos, que tropezasen menos y se coordinasen mejor. Aún puedo ver como cada 10 segundos, uno de ellos tiembla por simple costumbre, al presionar una tecla que sabe que no tenía que presionar, y esperando la reprimenda su tensión cede, pero esta vez no hay gritos enfadados que transmitir, porque este es mi campo de trabajo, y yo soy mi propio jefe.
Recuerdo la inocencia con la que crucé la puerta de esa barra la primera vez, por fin había llegado el momento que hacen que odies toda tu infancia, el momento de agachar la cabeza y seguir órdenes, el momento de dejar salvaje, dejar de ser caos, y servir al orden.
9 años después he vuelto a salir de esa barra por la fuerza, y con la cabeza bien alta, no me he girado a escuchar lo que los que creen dirigir necesitaban decirme, pienso que un buen líder no necesita hablar, un buen líder te enseña a caminar mostrándote como da sus pasos. He decidido no darles la espalda al salir, ya que sería dársela a mi yo de hace 9 años, cuando poniendo su primera caña pensó que había nacido para eso, para llenarle el vaso a la gente que viese el suyo medio vacío, sería darle la espalda a los sueños que se rompieron cuando vio que no todos lo veían así, que la mayor parte de la gente, prefiere tomarse el trago de quien no tiene, y seguir llenando el suyo aunque este rebote. Los miro de frente haciendo honor a la promesa de ese niño que limpiando la última lágrima de un llanto, esa que guarda en su reflejo la lección del golpe, se juró a si mismo que jamás la opinión de un superior incapaz de dirigir su propia vida, haría mella en su manera de ver las cosas.
108 meses, en los cuales quisieron atar a la bestia que habita en mi en 2 metros cuadrados de madera, rodeado de alcohol del que más que curar, agrava las heridas. En este tiempo pude ver como el hombre más fuerte era derrotado por un vaso de cristal templado llenado y vaciado una y otra vez, de una mezcla de destilados con tónica, he visto como una persona que entraba por la puerta con la cabeza gacha, sin tener mucho contacto con nadie, solo moviendo los labios para beber cerveza, con el paso de las horas y las cañas, era capaz de salir de allí con la que todos consideraban la reina del baile, he visto bien y he visto mal, todo, desde la barra de un bar.
Tras tanto tiempo aguantando un peso que no me corresponde hoy lo apoyo suavemente sobre el mármol ante rostros con máscara, una máscara tras la que ocultan el miedo a aceptar sus propios fallos, dejando que seamos nosotros, la primera línea de batalla, la que carguemos con ellos, no teniendo ya bastante con los nuestros. Se que no tengo que decir nada, solo necesito dejar a la vista lo que ellos no quieren ver, dejar de cargar con ello mientras intento poner buena cara a personas que no siempre son capaces de comprender por lo que esta pasando la persona que va a darle de comer, cosa que a veces olvidan, ya que si no respetas a quien te alimenta, no respetas la vida misma.
No siendo suficiente los calambres y dolores por la sobrecarga en muchas etapas, en las que incluso te hacían dormir en el suelo, allí mismo, entre las mesas del comedor de la cárcel en la que trabajabas siendo a la vez recluso, no siendo suficiente el no tener tiempo para los tuyos, ni mucho menos para ti, no siendo suficiente todo eso y más que tardaría otros 9 años contar, ellos no dejaban la oportunidad de utilizar el látigo en mi espalda cada vez que subía la cabeza, querían burros, no jirafas. Las cicatrices de los cortes acumulados aquí y allá no hacen la mínima representación de los cortes que tengo por dentro, por todas esas veces en las que tuve que dejar que mi espíritu fuese doblegado ante la certeza de saber que no era yo el problema, el problema era que aquel que no se siente líder, siempre va tratar de liderar con la fuerza, aquel que no quiere evolucionar no va a dejar que tu des un paso en su presencia, por miedo a que seas mejor que el, su autoestima siempre pende de un hilo a merced del filo del miedo.
Esa parte de la población que esta deseando que lleguen las máquinas a hacer el trabajo por ellos, esa gente que cree que deberíamos ser como autómatas, trabajar dejando a un lado quien seas, tus sentimientos y tus ideas, esa misma parte de la población que el día que eso ocurra, se despertaran una mañana sin nada que hacer y tendrán que hacer frente a los demonios que ahogan en los vasos que hoy les devuelvo en una vieja bandeja de plata.
9 años portando una bandeja de miedos que quería ocultar siendo camarero, para poder ayudar a otros a ahogar sus problemas tal y como yo lo hacía, me han servido para ver que no somos lo quieren que lleguemos a ser, me he dado cuenta que antes que camarero, encargado o director quiero ser persona, ya que solo así lograré entender a las personas que me rodean.
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