Un hermoso trabajo

Un hermoso trabajo

Me licencié en Medicina con la inconsciencia propia de una persona de 23 años, sin saber qué rumbo tomar ni hacia donde me llevaría mi destino. Poco tiempo después comprobé que iría errante, de pueblo en pueblo de mi gran Extremadura, como D.Quijote, sin ser D.Quijote ,con mi maleta siempre llena de ropa y libros de texto, que parecían de caballería, de lo que pesaban.

Mi periplo comenzó en Lobón, pueblo próximo a Badajoz, con mucha zona de regadío y ¡con los melocotones más grandes que he visto en mi vida!, sabía poco de medicina y el miedo que tenía era descomunal. Si se moría alguien, yo sería culpable de homicidio por imprudencia, si no se curaba o le sentaba mal cualquier medicina sería llevada ante los tribunales por impericia médica, me quitarían la carrera de un plumazo (como si fuera eso tan fácil, pero yo no lo sabía) y aquí acabaría toda mi vida profesional, amén de la deshonra que le infligiría a mi familia. Esto lo piensa cualquiera que acabe Medicina, aunque no lo haga de una manera tan explícita.

Tan es así que para aliviar mi sufrimiento me refugié como hospedaje en la vivienda de dos monjas seglares, viejas ya como momias, una enjuta y otra oronda, pero de una bondad infinita. Me alojaron en una habitación con dos camas, una serviría para dormir y la otra para aposentar todos los libros de caballería, digo de medicina, pero se me ocurrió que lo mejor era tenerlos abiertos por especialidades y así la consulta sería rapidísima ante cualquier urgencia.

Mi dormitorio, ya por fin organizado, daba a otra estancia cuya puerta estaba cerrada y le pregunté a la monja si podía abrirla para que entrara más luz en el dormitorio. Asintió y cual fue mi sorpresa al ver todo el amplio cuarto lleno de figuras de santos, varias vírgenes y un sinfín de cachivaches, al parecer era el depósito de todo lo ya inservible de la iglesia del pueblo. Durante el día todo se ve con otra luz pero al meterme en la cama, ya de noche, todas las figuras celestiales cobraron vida, los policromados se transformaron en negro carbón y las vírgenes inmaculadas me miraban desde todos los lados. Pasé la noche más tenebrosa de mi vida.

A la mañana siguiente asistí a “mi consulta”, quédate tranquila me decía a mí misma, te has preparado durante años, has sido alumna interna de Medicina Interna, te has pasado parte de los veranos en el Servicio de Urgencias de la Residencia de la Seguridad Social de Badajoz y sobre todo llevas “una chuleta gigante en el bolsillo” con el Vademecum ( libro que contiene todos los compuestos farmacéuticos y sus nombres comerciales) que has elaborado con Marisol ( mi amiga y compañera de estudios, con la misma incertidumbre que yo).Pero los nervios no cesaban de presionar al unísono el corazón y el cráneo.

Empezó la consulta, resfriados, dolores articulares “reuma decían”, revisiones de curas de heridas, esguinces, cólicos nefríticos…todo lo iba superando.., ¡feliz estaba con mi larga chuleta apoyada en el muslo de mi pierna!. A la semana atendía las urgencias a domicilio, y las guardias de los pueblos de alrededor, sabiendo ya de memoria el vademécum improvisado y perecedero.

Me salvé de los temidos Tribunales porque tuve suerte de ver, más por intuición que por pericia, un cuadro de meningitis en un niño de tres años y varias fiebres tifoideas, tras el consumo de agua en mal estado de un pozo de la comunidad. Me quitó la gran inseguridad que da los primeros pasos en el ejercicio de la Medicina. Un descubrimiento amoroso se reveló por la Medicina Preventiva y en general por la Salud Pública, ¡el bien tan enorme que hacen a la comunidad!

Todas las reflexiones las hacía, siendo yo tan niña (como lo veo ahora después de treinta años de profesión) en un bar de carretera a la salida del pueblo, donde paraban a comer y cenar los camioneros que hacían la ruta hacia Portugal. Allí me hospedé de manutención durante aquel largo verano al abrigo sentimental de los mesoneros y de los camioneros, que recibían muestras de mi cariño con los melocotones, tomates, sandias, que me regalaban los del pueblo (un herida suturada a deshoras, una consulta intempestiva, un consejo y lo que suelen hacer los médicos de cabecera, que dedican toda la jornada a los paisanos).

En ese estado pensaba yo en mi futuro, de lo más incierto, una profesión hermosa en un trabajo precario.

Me esperaban otros pueblos más, Ibahernando y sus alrededores, Robledillo de Trujillo, Santa Ana, La Cumbre, todos de Cáceres. La Zarza, Alange, Villagonzalo, Higuera de la Serena, Zalamea de la Serena, todos de Badajoz, con la misma temporalidad hasta que decidí hacer Oposiciones … ¡Otro camino difícil donde los haya!.

En esta precariedad nos movimos siempre todos pero ahora veo a mis hijos y los amigos de mis hijos, que con el doble de preparación que la mía tiene el doble de precariedad que la mía y un tercio del sueldo que yo tenía…Se mejora solo en apariencia, la podredumbre social yace en el fondo de esa precariedad, luego hay que armarse de nuevo caballero como D. Quijote, deshacer entuertos y acompañarse del Sancho hermano y amigo que se conduce con el sentido más común de los mortales.

Tras años de profesión pienso que antes solo sufría las consecuencias de un trabajo itinerante, en el fondo vivía sin más, no importaba el calor en el verano de Lobón y en mi pueblo, ni el frío seco de la Comarca de la Serena, solo importaba aliviar, curar a los pacientes y eso se hacía mirándoles a los ojos, escuchando sus palabras que salían de un corazón sufriente. Ahora me apena pensar que los ojos del enfermo son la pantalla fría del ordenador y las consultas son on line. ¡Hoy sí que me daría pánico acabar en los Tribunales!.No tendría argumentos para defenderme.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS