Historia de una máquina de coser

Historia de una máquina de coser

Lily Alva

25/08/2022

Me levanté temprano porque no pude dormir, sentía un hormigueo en mis manos en pies, temblaba a pesar de estar en comienzos de verano, estaba convencida de que en algún momento tropezaría  y caería debido a mi excesiva torpeza, con toda esa ansiedad repartiéndose en mi cuerpo tome el bus y en menos de lo que creí ya había llegado a mi destino.  Todavía es muy temprano así que espero otros diez minutos en la puerta, maldita obsesión por la puntualidad.

Finalmente he tomado el ascensor y estoy frente a la puerta, hoy es mi primer día de trabajo ¡es el trabajo de mis sueños! me recibe la encargada con un cara de cansancio  y total indiferencia,  realiza un recorrido rápido del taller hasta señalarme mi lugar de trabajo,  casi de inmediato me entrego un brasier con pedrería a medio terminar, me indica como bordarlo después de unas simples instrucciones, pero antes de irse me advierte: Son para un concurso de belleza, procura que te queden perfectos. ¿Qué? Los nervios han vueltos con más fuerza que antes, respiro profundamente intentando calmarme con una técnica de respiración  que aprendí el día anterior, no esta funcionando.

Después de un par de horas llega una clienta para una prueba de vestuario, la supervisora nos ordena a todas que dejemos lo que estábamos haciendo y fuésemos a ayudar  a poner el encaje, cinco chicas al rededor de un vestido en una posición incómoda, no podemos evitar chocarnos, pero entonces  la clienta lanza un gritillo, todas nos miramos entre sí, ten más cuidado me dice una de mis compañeras, yo estoy confundida ¿he sido yo? Como fuera, ahora estoy nerviosa, otra vez, mis manos están tensas y esta vez si soy yo quien la hinca con la aguja, la clienta me dirige una mirada furiosa, pero no dice nada.

El día aun no ha terminado y como no logré acabar el brasier que me habían pedido previamente, recibo otra advertencia por parte de la supervisora, la parte más débil de mi quiere rendirse y echar a llorar, pero, no se supone que haga eso, debo comportarme como una adulta. Ya en la tarde llega la diseñadora al taller trae consigo un montón de telas, las cuales debemos clasificar; las horas van pasando y empieza a anochecer, se supone que debo irme, ya ha terminado mi horario, miro a mi alrededor en busca de una señal, pero nadie se mueve de su asiento. Las horas siguen pasando y nadie ha abandonado el lugar, mi estomago reclama atención, me arrepiento de no haber comido más durante el almuerzo, tontamente creí que saldría rápido y comería en casa.

Cerca de la medianoche por fin terminamos de organizar todas las telas, al salir el frio de la noche golpea contra mi rostro, estoy temblando, de frio y de miedo. Todo esta tan oscuro, de reojo miro a todos lados rogando por no encontrarme con nadie en el camino,  finalmente llegó a la parada de autobús, espero durante varios minutos, que parecían interminables. Después de un viaje de retorno de media hora al fin he llegado a casa, lo primero que hago es correr hacía mi habitación y coger mi almohada y abrazarla con fuerza mientras suelto las lágrimas que he estuve conteniendo durante todo el día. Lloro por lo patética que me siento, lloro por la impotencia, por creer que finalmente me había convertido en una adulta y seguir sintiéndome como una niña, y así desahogo mi frustración hasta quedarme dormida.  

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