Negros y enormes nubarrones cuál siniestros sicarios, se acercaban velozmente por el Norte. Venían enfundados en fúnebres capotes que el viento hacia sonar con acompasada monotonía. Con cada ráfaga de viento que los sacudía, semejaban lejanos tambores con sus lonjas rotas, incitándonos a luchar valientemente en pos de una guerra que no era nuestra. No era de extrañarse, pues es algo muy corriente y humano, por cierto.
Todo ello nos dejaba en el corazón un feo presentimiento, algo como un funesto augurio.
Así había amanecido ese fatídico 27 de Junio de 1973, donde comenzó la dictadura Cívico Militar, en mi amado Uruguay.
La central obrera de los trabajadores metalúrgicos, ( a la cuál yo pertenecía) nos mantenía informados del acontecer, tal y como iban ocurriendo en el día a día.
Además desde Argentina llegaban diarios que narraban todo como de un hecho consumado
¡ Habíamos entrado en una dictadura !
Se habían disuelto las Cámaras y los militares eran los que estaban al mando del país.
Para entonces yo tenía 23 años y hacía 5 que trabajaba allí.
Los mas veteranos nos enseñaron a organizarnos para ésta triste y nóvel ocasión.
Se repartieron las tareas; unos a mantener la higiene, otros para la cocina a pelar verdura, otros de vigilancia por los perímetros de la empresa ya que esta era muy grande.
Y a mi tocó acompañar al abogado de la enpresa a lacrar las maquinas para saber que no fueron utlizadas y/o saboteadas.
Para las siete de la tarde de ese primer día con la democracia fallecida , una espesa niebla pobló campos aledaños ocupándose de confundirnos un poco mas de lo que ya estábamos. Fue una noche fría, de manos en los bolsillos y corazones rotos.
Pero afloró el compañerismo y olvidando tontos agravios políticos partidarios, estábamos todos dispuestos a ayudarnos, sobre rodo a los muy jóvenes que necesitaban de contención.
Esa noche descansamos poco, y lo hicimos todos acurrucados para darnos mutuo calor
Así dormitamos un poco y como almohada usamos el mas ancestral de los temores humanos, el miedo a la muerte.
Y entre esos hombres rudos y fornidos, bebedores de blanca caña brava; esa que está hecha de trompadas embotelldas para entrar en calor en los crudos inviernos sureños; surge el hombre asustado.
Entonces libre de falsas vergüenzas, oré en voz alta a mi Creador con fervor de niño.
Y pronto 130 oraciones se hicieron eco de una sola, donde alguno de esos rostros curtidos dejó escapar una lágrima.
Ya sabíamos que el ejército nos vendrían a desalojar y en medio de la noche, un jóven compañero de trabajo dijo; » El viernes sali de casa en la mañana enojado con mi madre por una estupidéz y le corregí vez de decirle que la amaba. ¡ha! si hubiese sabido que esto pasaría, otro gallo cantaría»
Algo más lejano otra voz reclamaba ;» Yo reprendí a mi hijo que pillé fumando, cuando yo había comenzado más jóven que él»
Y así cada uno hizo su ímtima confesión y sin imaginar que para algunos sería la última. Entonces a las 7 de la mañana del décimoquinto día de ocupación, asoman a los portones de entrada , varios camiones verdes lleno de «yerbas» camuflados… como personas..
Pero no me engañan, sé quienes son
Bajaron del camión y se tiraron al suelo esgrimiendo sus armas con unos enormes perros
junto a ellos.
Nosotros no teníamos ni piedras, aunque no nos eran necesarias ya que teníamos la verdad flameando como la bandera de los «33 Orientales» rezando en mayúscula como en un imaginario silencioso grito de «LIBERTAD O MUERTE»
Nos subieron de uno en uno y a palos los 21 escalones hasta los vestuarios, donde nos preguntaban quienes eran nuestros líderes sindicales
Nadie dijo nada, pero como revisaban todo, hallaron una urna con listas de votación y los nombres de los 8 miembros elegidos en esa ocasión de hacía tres meses….¡Maldita suerte!
Y así los fueron llamando de a uno, les quitaron la camisa y los acostaron con el torso desnudo sobre las cajas de los camiones que tenían una capa de arena y pedregullo mojado.
Nunca supe más nada de ninguno de ellos.A veces por las noches sobre todo las de tormenta, recuerdo las horas jugando ajedrez con un vizcaíno llamado Don José que huyó de la guerra para verse en unaque no era suya
Mis charlas filosóficas con Don Quiroga, un comunista de la vieja escuela, político pasional quién jamás deseó influir en mi pensamiento político, nunca.
Por ello cuando a veces mis nietos grandes me preguntan como era mí vida en el Gobierno de Facto, les digo que solo fuí la sombra de grandes hombres que influyeron en mi vida, de diferentes manerasLos más pequeños nada saben de esos tiempos y por lo tanto no preguntan sobre ello y por eso doy gracias a mi Creador.
Algunas veces paso por el lugar donde trabajé por 42 años, entonces allí corretean en los laberintos de la memoria los 12 años de obscuridad en la que vivimos hasta que en 1985 renació la Democracia.
En loco tropel, los recuerdos se empujan por salir primero y tambien entre ellos se cuela el olor a los guisados que hacían los más jóvenes y de los cuales estaban orgullosos.
¡Y de solo pensar en ellos ya necesito un digestivo !
Allí es cuando pienso en mis viejos compañeros y me invade el olor a pedregullo y arena mojada, a camaradería más allá de los sentimientos partidarios, a fuerte tabaco negro y brava caña blanca en porrrones de barro
Han pasado 37 años y cada uno lame sus propias heridas, pués aún….¡nadie ha sanado!
FIN
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