Marujaaa haga el favor de venir a mi despacho, gritó don Aniceto nada más llegar a la oficina esa mañana, y Maruja atenta y cumplidora como siempre se presentó poco después donde había sido reclamada. Dígame jefe, ¿qué se le ofrece? respondió la empleada desde la puerta del despacho de su superior. Pase Maruja que tengo que decirle algo importante y no tengo mucho tiempo para ello: Está usted despedida. Verá, hemos comprado un programa informático que realiza su trabajo en mucho menos tiempo que usted y sin errores, por lo que podemos prescindir de sus servicios a partir de hoy. Nos hemos dado cuenta con esto del aislamiento pandémico que vamos a dar un giro a la actividad de la empresa. Suprimiremos el trato directo con clientes. Todo será venta online o vía telefónica. El papeleo se reducirá en su mayor parte por lo que el trabajo que venía usted haciendo hasta ahora carece de contenido a partir de este momento.
Maruja se dejó caer en uno de los sillones de la sala de Juntas anexa al despacho de Aniceto. Se le vino el mundo encima. ¿qué iba a hacer a partir de ahora?, ¿dónde iba a encontrar empleo a sus cincuenta y cinco años?, ¿quién la iba a contratar si toda la vida se la había pasado ordenando papeles y no sabía hacer otra cosa? Sacó las pocas fuerzas que quedaban de su extenuación y las aplicó a la vía del reproche.
No le da a usted vergüenza don Aniceto que, tras casi treinta años de trabajo en esta empresa, poniendo lo mejor de mí misma cada día se me reconozca este esfuerzo y dedicación con un “está usted despedida Maruja”. Esta es su manera de agradecer las muchísimas horas extras sin gratificar en aras de alcanzar el mínimo de ventas que garantizase la viabilidad del negocio. O esos arreglillos que me pedía hacer en la contabilidad para engañar a Hacienda o a los demás trabajadores. En fin, como veo que la decisión ya la tomó, ¿no tendrá, en ese nuevo concepto de empresa que dice haberse ideado, algo que yo pueda hacer para ayudar a que mis hijos puedan terminar sus estudios e independizarse? Se lo suplico ¡ayúdeme!
Don Aniceto rascándose el cogote, con la cabeza gacha, y mostrando el remordimiento del culpable, musitó: ya veré, quizás necesitemos una limpiadora a media jornada, pero, eso sí, contrataremos el servicio por lo que usted deberá darse de alta como autónomo y pagar sus propios seguros sociales e impuestos.
De esta manera Maruja pasó de un día para otro, por obra y gracia de la revolución tecnológica, de la oficina de contabilidad con horario de ocho a tres al cuchitril del cuarto de limpieza de siete a once y reducción del sueldo a menos de la mitad. No hubiera pensado nunca tener que vivir esta situación. Todos pensamos que el futuro será mejor, que no vamos a vivir contrariedades y que el porvenir siempre nos favorecerá. En fin, ¡qué chasco!
El carácter voluntarioso y cumplidor de Maruja hizo que quitar el polvo y limpiar diariamente no fuese una actividad tan oprobiosa. Pasaban los días, cumplía con su trabajo cada jornada y volvía a casa con la satisfacción del deber cumplido.
Un día al llegar pudo ver desde lejos que el pequeño mostrador de recepción vacío desde la reordenación de personal que supuso el despido generalizado de trabajadores por obra y gracia de la revolución tecnológica, estaba ocupado por una persona. Esto le enfureció, ¿cómo es que han cubierto un puesto de trabajo y no le habían dicho nada a ella después de tantos años en la empresa? Subiría de inmediato al despacho y le cantaría las cuarenta a don Aniceto.
Sin mirar siquiera al nuevo empleado, cruzó por delante del mostrador y con movimientos rápidos y enérgicos que mostraban su enojo se dirigió al ascensor. Antes de subir en él escuchó: “buenos días Maruja, ¿cómo está usted hoy? La rabia, pasó a desconcierto y, por último, al asombro. ¿Quién es esta persona que me ha reconocido y que, además, parece tan amable?
Retrocedió unos pasos hasta situarse justo delante de su interlocutor. Parecía un hombre de mediana edad, correctamente vestido, un tanto inmóvil, que se presentó con educación: “me llamo Jacinto y a partir de hoy me encargaré de mostrar a los visitantes la estructura y los diversos departamentos de la empresa. Aclararé las dudas de cuantos visiten este centro. Para ello he sido programado”
Maruja no pudo reprimir gritar. ¿Qué era eso? ¿cómo podíamos haber llegado a ese punto? ¿de dónde habían sacado a ese, ese…? No sabía cómo nombrarlo. Era una máquina, pero parecía una persona.
Don Aniceto, que acababa de llegar, al oír el grito de Maruja se le acercó. Veo que ya conoces a tu nuevo compañero Jacinto. Es nuestro robot humanoide que estamos probando para evitar esperas a clientes y proveedores. Resolverá pequeños malentendidos, reclamaciones y evitará pérdidas innecesarias de tiempo de trabajo. Acumula gran cantidad de información, rutas de viajes, pedidos, facturas, agenda del día. En fin, andaré con cuidado para que no me quite el puesto este bribón, terminó de decir con ironía, y se marchó a su despacho.
Pasaban los días y Jacinto parecía coger más confianza con Maruja. De los buenos días pasó a está usted radiante esta mañana; ese conjunto le sienta de maravilla; me equivoco o ha pasado por la peluquería porque parece usted otra persona. Maruja se quedó con el contenido de los mensajes galantes prescindiendo de quien diariamente se los dirigía. Empezó a ir al trabajo con más alegría, mejor arreglada cada día y deseosa de escuchar otra nueva galantería. Cuando limpiaba el polvo del mostrador de Jacinto sentía un leve nerviosismo, pasaba el plumero por los hombros de Jacinto como acariciando su figura. Era el momento más placentero del día. Jacinto le estaba haciendo sentir valorada como persona y como mujer. Esto es de locos, pensaba Maruja, pero bendita locura.
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