Demasiado buena en su trabajo

Demasiado buena en su trabajo

El mullido impacto de los tacos contra la tierra impulsaba a una extenuada Júlia con cada pisada. Se apartó el flequillo sudado de un manotazo y buscó alguna aliada entre la marea de camisetas rojas. 

– ¡Jugadora 09, pase a  tu diagonal derecha! Jugadora 02 entre las oponentes 03 y 11 – exclamó la voz metálica de su entrenadora.

Júlia buscó rápidamente los números. En efecto, entre dos atléticas jugadoras se encontraba la escurridiza Laura, haciendo señas desesperadas. Júlia calculó la partida, pero una tercera compañera escarlata le pisó el borde de la zapatilla. Se llevó la pelota al otro pie y aceleró todavía más. << ¡Se me está cerrando el ángulo, no puedo triangular! >> Estaba ya muy cerca de la portería y una barrera humana bloqueaba cualquier posibilidad de Gol.

– Jugadora 09– alertó de nuevo la entrenadora – Pie izquierdo a 90 grados, pivota a 70 con el derecho  y golpe con el empeine ¡En 1,2 segundos!

La joven casi trastabilló por la precisión de la orden << No me va a salir, no soy zurda>> Pero rápidamente apartó ese pensamiento, las jugadas de la entrenadora siempre salían bien si se cumplían a la perfección. Nerviosa, trató de calcular las milésimas de segundo, cerró los ojos en una mueca de esfuerzo y, con todo su ímpetu infantil disparó el balón hacia su compañera. Tan boquiabierta como el público, vio como la pelota voló a través del bloqueo de sus dos contrincantes y aterrizó en el pecho de Laura, que aprovechó el salto  para esquivar la ofensiva de otra rival. A escasos cinco metros de la portería, el estruendo del público se elevó, y el tono recto de su mentora se entremezcló con las órdenes iracundas  del otro entrenador. Siguiendo cada una de las directrices, Laura chutó con un grácil salto y Regina, la más alta del equipo, se coló entre las filas y de un cabezazo mandó el balón al interior de la portería, dejando a su guardiana tocando el aire con los dedos.

Un aullido colectivo llenó el estadio y los oídos de la niñas, y Laura, entusiasmada, se mordió la camiseta y corrió alrededor del campo en señal de júbilo.

El equipo se aglomeró junto a su entrenadora y saltaron a su alrededor al canto del OéOé mientras ella daba palmas y arrebujaba las cabelleras de sus queridas alumnas. De pronto, un objetó voló sobre el campo e impactó contra la cabeza de la entrenadora, produciendo un ruido similar al toque de un Gong. Las miradas se dirigieron a un hombre de las gradas vestido de rojo.

– Este partido es injusto, no se puede poner a competir a un entrenador humano con un robot, ¡No están en igualdad de condiciones!

– Tiene razón, una máquina puede hacer cálculos mucho más precisos, no tienen error humano.

– ¿Qué dices? Sus parámetros están ajustados para que sea una competencia justa contra otros entrenadores.

– ¿Estás tonto? Una persona jamás podría procesar tantos datos como esa cosa ¡Este juego es está amañado! Que retiren a este colegio del campeonato.

De un momento a otro, las gradas se convirtieron en el escenario de una pequeña batalla campal en la que los familiares de las chicas se lanzaban todo lo que tenían a mano . La entrenadora, confundida, miró las caras asustadas de sus jugadoras. Recogió la lata que le habían lanzado y abrió la boca hasta que dobló su tamaño, alojó la lata en su interior y la aplastó como una prensa industrial. Un chorro de cerveza estalló en todas direcciones, empapando a las niñas, y estas estallaron en carcajadas. La entrenadora sonrió y agachándose, abarcó a todas las que pudo con sus brazos.

– No os preocupéis mis niñas, yo sólo os digo cómo tenéis que hacer las cosas, pero sois vosotras quienes vais tras el balón, el éxito es todo vuestro. Llegaréis muy lejos, estoy segura.

Júlia recordó ese momento  que le había marcado hacía ya tantos años, y no pudo evitar que un cosquilleo de emoción le recorriera la espalda. Irónicamente, tras 20 años, había sido la propia entrenadora la que había llegado más lejos de todas ellas. Siendo el equipo Benjamín de su colegio el primero, poco después la ficharon para equipos alevines, y en menos de 4 años, equipos profesionales. Con una tasa de éxito del 97%, llevó a 14 equipos a ganar la Eurocopa y 6 ganaron el mundial. Los países se peleaban por ella, llegando a pagar cifras exorbitadas a la compañía de su patente. 

A Julia tampoco le había ido nada mal, y actualmente era la centrocampista del equipo femenino con más victorias de España hasta el momento, posición (y dinero) por la cual  tenia opción a ciertos favores, como una pequeña audiencia privada con la propia entrenadora. El director del museo del Camp Nou abrió la puerta del almacén blindado. Tras tantos intentos de robo y actos vandálicos tenían que dejarla allí cuando no había exposiciones. 

Júlia se acercó a la vitrina iluminada. La cabeza de su entrenadora se hallaba descansando sobre un cojín de flock granate. El dinero que producía le había servido para tenerla allí, pero tras tantos años de ataques post partido de organizaciones anti-androides, fanáticos o simples borrachos, no merecía la pena invertir en la preservación de su cuerpo. Ahora, tras prohibir definitivamente las máquinas como personalidades influyentes, se había convertido en una especie de meca para los futbolistas de élite de todo el mundo, y peregrinaban por lo menos una vez hasta allí para recibir consejo.

Júlia miró la cabeza con tristeza, y recordó todas las entrevistas que le habían hecho. Nunca olvidó al equipo infantil. Estaba programada para dirigirse a niños, y su tono dulce de madre siempre dio de que hablar, y no del mejor modo cuando trataba con deportistas adultos. Siendo como fuere, fue un rasgo que la hizo destacar y distinguirse en todo el mundo.

<<Consiguió morir de éxito>> pensó.

Tras vacilar unos segundos, pulsó el botón que la devolvería a su mejor infancia durante una hora.

– ¡Jugadora 09!

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