Goya

¿Trabajar para vivir o vivir para trabajar?

Desde que somos pequeños tenemos un trabajo, para algunos con mucha suerte, solamente es estudiar, ayudar en las labores de la casa y realizar algunas actividades más; con el tiempo, eso va cambiando y seguimos trabajando en diferentes circunstancias y momentos de nuestra vida, con distintos roles empíricos.

Pasemos ahora a los extremos: por un lado, tenemos a algunos hijos de grandes burgueses, quienes no conocen lo que es el trabajo duro o el trabajo en general y están a expensas de lo que logró su padre, viviendo de lo que jamás les costó; y por otro lado, tenemos a una protagonista cuya vida ha sido trabajar desde su más remota infancia.

Gregoria o mejor conocida como Goya, era una niña de seis años a quien, como a todo infante, le gustaba mucho jugar; sin embargo, su infancia se vería limitada a solamente trabajar. A las cuatro cuarenta y cinco de la mañana tenía que levantarse todos los días por el nixtamal para ayudarle a su madre a hacer las tortillas que vendían en un pequeño comal fuera de su hogar. Ella veía como bajaban los otros niños con sus grandes mochilas en hombros rumbo a la escuela, sus ojos aguados miraban con ilusión y se veía ella sosteniendo esas grandes y llamativas bolsas de estudio con sus libros y sus útiles, pero después despertaba y seguía amasando.

Los pocos ratos libres que tenía para divertirse, los usaba jugando con muñecas echas de olote y hojas de maíz, improvisando vestidos y pasarelas. Un día, observando por la ventana de otra casa, pudo percatarse que en la televisión salía un comercial anunciando una hermosa muñeca que cerraba los ojos al inclinarse… Goya se portó mucho mejor de lo que se había portado porque sabía que los Reyes magos no le llevaban juguetes a los niños que se portaban mal y ella anhelaba con todo el corazón aquella muñeca de plástico.

Llegó el tan esperado seis de enero, muy temprano Goya se dirigió hasta donde se encontraba su roto zapato debajo de las ramas de aquel viejo y adornado huizache, su sonrisa no se pudo describir ese día, al ver con asombro una caja envuelta en un trozo de papel brilloso, al abrirlo… su semblante cambió por completo, una muñeca de trapo se encontraba en su interior.

─¿Por qué, por qué mamá, por qué los reyes magos me trajeron esta muñeca, si les expliqué bien clarito cuál quería? No me entendieron, mi letra es fea y no me quieren, yo que nunca me porté mal…

─Es que se han de ver confundido.

─Pero por qué nunca me traen juguetes como a las otras niñas, como a Elvira que siempre le traen muñecas de plástico y eso que se porta muy mal.

─Lo que pasa es que aquí siempre llega Baltazar y es el Rey pobrecito.

Goya no dejaba de llorar pese a las explicaciones de su madre y ese día con tan solo siete años de edad, perdió lo más valiosos que tiene un niño: su imaginación e infancia… Sus padres le contaron todo y la triste realidad de que ellos no podían costear esos regalos tan costosos.

El tiempo pasó y las labores en su hogar incrementaron, no solamente no logró terminar sus estudios, sino que tampoco tenía mucho tiempo para divertirse como otras chicas de su edad.

Alcanzó la mayoría de edad y salió a trabajar a la ciudad, realizando el aseo de las casas de las personas ricas, como ellos los llamaban. Conoció a un hombre que lavaba los autos de esas mismas personas y mantuvieron una relación muy bonita que terminó en matrimonio.

Nació un lindo bebé que les trajo un poco de alivio a tanto sufrimiento laboral y económico. Pasaron los años y Goya a pesar de su hijo, siguió trabajando limpiando casas, lo cargaba con un rebozo en la espalda y ello no le impidió seguir, ni siquiera cuando quedó de nuevo embarazada; ella se mantuvo firme hasta que no pudo más y dio a luz a un segundo varón.

Al paso de los años, Goya y su esposo decidieron que sus hijos sí estudiarían y así lo hicieron, los inscribieron al prescolar, ellos jamás dejaron de esforzarse por mantenerlos estudiando y brindándoles, si no lo mejor, lo necesario.

Las necesidades en la casa siguieron acumulándose y con hijos, Goya tuvo que dejar su trabajo, pero no dejó de trabajar, puso su pequeña mesa de madera en la entrada de la casa y comenzó a vender pollo fresco y refrescos en botellas de vidrio.

La situación empeoró cuando despidieron a su esposo por recorte de personal, sin liquidación, ni prestaciones, ni nada… y en ninguna otra empresa le quisieron dar trabajo por su avanzada edad; en la desesperación, él tomo una decisión que lo alejó de su familia para siempre.

Los días fueron grises; sin embargo, había que comer y sacar adelante su hogar y a sus dos hijos; Goya nunca dejó de chingarle para lograrlo, sobre aquella mesita de madera se pudieron ver pasar quesadillas, pozole, timbiriches con chile, dulces, fritura y hasta ropa usada.

Esa mujer nunca dejó y ni ha dejado de trabajar durante toda su vida; a pesar de que sus hijos ya terminaron sus estudios, tienen una carrera universitaria y un trabajo estable gracias a ella y a pesar de la ayuda constante que le brindan sus muchachos… Goya, ahora con el pelo cano y el rostro arrugado, con el caminar más lento que antes… sigue vendiendo dulces en aquella vieja mesita de madera.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS