-Lali, ¿huelo igual de mal que tú?
-No sé Tere, creo que cada día que pasa olemos peor, creo que nuestro sudor huele a pollo crudo descongelado.
Andrés las mira y hace un gesto, ese que conocen perfectamente y que significa dispersaos.
Lali y Tere también se miran, con una mueca de desgana recogen los pilos chorreando agua de descongelar pollo, los apilan y los cargan en el transpalé que maneja Javi. Vuelven a por más y dejan de hablar de ese olor que se incrustará en su cabello aun bajo la cofia de rejilla.
– ¿Cómo has hecho hoy con David? ¿Está tu madre esta semana de tarde?
Andrés las vuelve a mirar y Javi vuelve a hacer la ronda de recogida con su transpalé, desisten y dejan de preguntar cosas tan triviales como dónde dejar a un niño de ocho meses a las cinco y media de la mañana.
A las dos, cuando se ven en las taquillas con sus batas empapadas, comentan que el olor de sus prendas se incrustará también en la lavadora y la ropa de sus niños olerá a agua de pollo descongelado. Saben ambas que ni Javi, ni Andrés, olerán igual que ellas, que esa humedad no se filtrará bajo sus batas, debajo de los delantales de plástico, dentro de sus botas de goma, bajo la cofia de rejilla, en su carne.
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–La fábrica ha salido en el periódico, dicen que facturamos 8 millones mensuales y que trabajamos 250 personas en tres turnos, que tenemos más de 300 referencias en el mercado, ¿lo habéis visto?
-No, seguro que no hablan de nosotras, las 206 mujeres que nos dejamos aquí la salud.
-Jo Irene, parece que eres nueva.
Irene se da la vuelta, las demás bajan la mirada y continúan enharinando calamares. Irene también baja la mirada, está embarazada de 3 meses y solo desea que llegue el cuarto mes para solicitar la baja por riesgo en el embarazo, mientras piensa “a ver si me cogen después de nacer el bebé porque necesito este trabajo”. No va a decir que está embaraza, espera de Luis mantenga la boca cerrada. Luis es uno de los 44 hombres, los que no huelen a calamar o aceite quemado, es su jefe de línea, de vez en cuando le guiña un ojo y, cuando no se sienten observados, se meten mano junto a la salida de emergencia, Irene no piensa más por ese día y carga el saco de harina directo a la cinta transportadora, tal vez parezca nueva.
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Aurora siempre cuenta la misma batalla a la hora del bocadillo, está a punto de jubilarse, algunos días se siente importante y menos obrera. Cuenta que, cuando empezaron por los años ochenta, eran veinte personas trabajando, que el jefe bajaba a filetear fletán, que tiene fotos y recuerdos de reuniones y fiestas de aquella época en la que terminaban las semanas extenuadas pero muy unidas. Les recuerda a las nuevas que, a Juan el de mantenimiento, lo cogieron a trabajar porque bajaba en bici desde el pueblo de al lado, todos los días, a pedir trabajo y que, aunque eran pocos y las cosas iban muy justas el feje lo contrató igualmente, admiraba el tesón de Juan, la fuerza de voluntad y ese espíritu incansable. Aurora dice que esos son los valores de la fábrica, una familia, todos en el mismo barco remando como un solo cuerpo. Julia y Rebe se miran, nunca han visto al jefe en persona, saben que es ese señor que ha salido en el periódico y que ahora no se le llama jefe, ahora es el CEO de Naves Castro, S.L. y saben también, que Aurora se va a jubilar con sesenta y siete años y ocho meses cumplidos, lleva en NC 40 años, igual no es tan de la familia.
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Inés pasa todos los días delante del túnel de nitrógeno, siente una atracción casi física.
– Inés, ¡espabila, tenemos que dejar esto terminado en una hora!.
– Sí claro, perdón, estaba pensando en mis dos hijos y que a esta hora se estarán despertando.
Inés se sacude el pensamiento y regresa a su tarea.
Mañana volverá a pensar en arrojarse al túnel de nitrógeno.
los nadies # o ellas
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