LA MISMA MIERDA, DIFERENTE DÍA

LA MISMA MIERDA, DIFERENTE DÍA

Sara Negrón

17/07/2022

Estoy sentada en el asiento del copiloto mientras mi padre conduce, la música de la radio suena suavemente de fondo. Hace algo de frío entonces meto las manos en los bolsillos del abrigo mientras dejo escapar un ligero bostezo – señal de la mala noche que tuve. «¿Crees que hayan muchas visitas hoy?» papá pregunta mientras sigue conduciendo y rebasando algunos autos. «Espero que no.» digo con aire desanimado y por mi mente pasa la idea de que apenas llevo dos meses trabajando en el museo, cierro los ojos y me hundo en ese agujero negro que hay en la mente cuando no se logra encontrar una solución.  Dejo salir un suspiro lleno de frustración. Desde que terminé la universidad he tenido una infinidad de trabajos temporales que me han hecho desdichadamente miserable, claro que algunos de ellos no fueron tan malos como otros. Aún recuerdo la vez que duré una semana como recepcionista en un hotel. «¡Es increíble ver lo que hacemos y soportamos por dinero!» me digo a mi misma mientras mi mente va recorriendo cada una de esas experiencias. Me siento tan desanimada, cansada, agobiada que no logro ver nada positivo, aunque sólo hay una cosa que me hace salir de la cama para seguir con la tediosa rutina de explicar a los molestos y ruidosos visitantes cómo se hace el chocolate, esa única cosa se llama dinero. 

 Papá para el auto en frente de la fábrica. Me libero del cinturón y dice «¡Qué te vaya bien hoy!» Le miro y recuro a aquella máscara que me ayuda a fingir el mejor de los ánimos, y entonces antes de abrir la puerta le doy una sonrisa y digo «Te estaré hablando.» Salgo del auto y me dirijo a mi lugar de esclavitud, quiero decir lugar de trabajo. Me acerco a la portería aún vistiendo la máscara del positivismo. Saludo a la portera mientras sonrío lo más auténticamente que puedo y extiendo la mano para que mida mi temperatura. La portera amablemente me dice que mi temperatura está bien y que puedo pasar así que sin más opciones entro al edificio, recojo las llaves del museo y sello mi entrada.

Miro la hora, son las doce treinta y no he podido sentarme y tampoco entrar al baño para orinar. Los visitantes del pequeño museo de la fabrica derraman sus basuras, tocen, los niños hacen bulla… tengo la garganta algo dolida por estar hablando desde tan temprano… El recorrido termina, pero mi jornada laboral no. Bajo a los visitantes que a pesar de su pesado comportamiento salen felices por el recorrido. La máscara que me puse por la mañana está a punto de caer. «Ya no quiero.» pienso para mí en lo que muevo ligeramente la cabeza para alivianar la tensión del cuello. 

Empiezo el recorrido con el último grupo y una chispa se enciende en mí «Es el último. ¡El último!» festejo en la cabeza. «Menos mal estos están tranquilos.» pienso de los visitantes… El video documental inicia, el lugar está todo oscuro y los rostros de las personas sentadas se iluminas con la luz de las pantallas, entonces ese pensamiento que había tenido apenas unas semanas después de haber iniciado con este trabajo vino a mi mente «¿Qué estoy  haciendo con mi vida?» y nuevamente me digo a mi misma «Lo que uno hace por dinero.» El documental termina y entonces vuelvo a repetir como enésima vez la información que para los visitantes es nueva. Llegamos a lo último, los pies me duelen, son las dos treinta, sigo sin haber ido al baño o haber almorzado. Despido a los visitantes, doy un respiro de alivio porque ya terminó, «Eso sería todo por hoy.» me dice la recepcionista. «Ya puedes cerrar el museo.» No tengo fuerzas para responder, así que solamente asiento con la cabeza sonriendo. 

Salgo por las mismas puertas por las que entré por la mañana temprano, el hambre ya se me fue. Voy caminando hasta la acera de enfrente donde papá me espera en el auto. Abro la puerta. «¿Cómo estás?» pregunta. «Agotada.» digo inmediatamente ya no vistiendo la máscara que me había puesto por la mañana. «Seguro que sí.» Y enciende el auto para volver a casa. Al llegar me lavo las manos y la cara, entro al baño por primera vez y la vejiga me lo agradece. Voy a la cocina, y sin mucho apetito me como el almuerzo que me guardaron. Son las tres cuarenta y cinco. «Hola hija.» Mamá me saluda. «¿Cómo te fue?» cómo me cansa esa pregunta. «¿No quieres sentarte?» dice inmediatamente ya que me ve comer de parada. Niego con la cabeza ya que tengo la boca llena. «Tengo clases.» digo entre mascones. Termino de comer, lavo los trastos y subo a mi habitación para alistar la computadora e iniciar las clases. «¡Lo que hacemos por dinero!» me vuelo a decir. Estando agotada y con ganas de simplemente dormir recurro nuevamente a la máscara para poder hacer la clase. El bla, bla, bla continúa hasta las siente de la noche, y por fin siento un ligero alivio. Bajo por algo que cenar, mi familia ya comió. Un estilo de vacío me inunda. Bebo un sorbo de café, doy un pequeño mordisco al sándwich y mi mente se separa por un momento de mi cuerpo, buscando un lugar feliz donde descasar aunque sea por un rato. ¡Vaya frustración la que siento!  Me levanto, lavo los trastos de la cena para cambiar un poco de actividad y al finalizar me doy una ducha, me pongo la ropa para dormir, alisto el traje para mañana y una incómoda ansiedad se apodera de mi estómago. De todas formas entro a la cama, programo la alarma, milagrosamente quedo dormida.

La alarma suena a las seis treinta y siento que no hubiera dormido nada. No necesito decirlo, ni siquiera pensarlo, el sentimiento está ahí ¿Qué estoy haciendo con mi vida? Y la misma mierda continúa en un día diferente, pero lo peor de todo es que la paga no lo justifica. 

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