Si alguien me hubiera dicho que ser maestra era una tarea fácil, a mis 8 años, cuando jugaba a serlo, le hubiera dicho que sí. Amaba enseñar a mí hermanita que era un año menor que yo, a sumar y restar. A escribir cuentos de hadas y princesas dónde ella y yo éramos las protagonistas.
Y el tiempo pasó y aquel juego se hizo realidad cuando vestida con mí guardapolvo blanco y mis útiles ayornados me dirigía a mi escuelita rural.
Allí estaba yo, como quijote, yendo en busca de cumplir bien mi trabajo de educadora, dónde tenía varios referentes a lo largo de la historia. Mí favorito: el maestro Luis Iglesias. Ilustre maestro rural.
Con la pandemia de COVID-19 ,que aún nos habita, siento que bien o no tan bien, hemos cumplido en nuestro oficio de enseñar . Debemos sentirnos agradecidos por el mérito que adquirimos. No cualquiera es maestro y eso creo se entendió.
Aún quedan historias por contar que hicieron mella en la tarea de educar, en nuestros corazones de tiza y pizarrón.
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