La carne y el acero

La carne y el acero

晴日

15/07/2022

Cuando abrió los ojos estaba sentado, con las manos atadas a la espalda. Se hallaba en la mitad de lo que parecía ser una bodega, o eso dedujo, pues la precaria luz le impedía ver con claridad. 

Intentó moverse, pero sin éxito. Su cuerpo le parecía extrañamente pesado. Bajó la mirada a sus pies y ahogó un grito. Salvo su cabeza, todo su cuerpo había sido embutido en un traje metálico. Podía sentir los pinchazos amenazadores de los resortes de las articulaciones. En el acto, comprendió que si los resortes se soltaban, lo atravesarían de punta a punta. El sudor frío le escurría por las mejillas. 

A lo lejos, entrevió dos figuras que se acercaban. Sus ojos brillantes le lanzaban macabras miradas. En las manos, sostenían una máscara, con una sonrisa tan siniestra como la de sus portadores. 

Los ojos desorbitados fue lo único humano que quedó tras el metal.

Mark se despertó de un salto, tan brusco que se dio de bruces contra el techo. Jadeando y con el corazón desorbitado, reparó en Jackson, parado con una expresión muerta en el rostro. Nada extraño, pues no tenía otra expresión.

-Oí sus gemidos y vine a ver qué ocurría- dijo con su chirriante voz de computadora.

-No pasa nada, Jack- contestó Mark, tratando de tomar aire -Un mal sueño, es todo.

-Sus signos vitales se han alterado- observó Jackson. -Ha sido tan sólo un sueño, no lo comprendo.

-Bah, es obvio que no comprendas. Tú no puedes sentir nada- masculló Mark, y se bajó de la cama -Espero que me hayas hecho el desayuno- refunfuñó, arrastrando los pies por delante de Jackson, corriendo el riesgo de pisotearlo. 

Abajo, en la cocina, entraba a raudales el sol de la mañana. No obstante, el ánimo de Mark se encontraba tan negro como una nube de lluvia. 

-El señor debe partir al trabajo- dijo Jackson cuando dieron las ocho.

Mark suspiró.

-El trabajo, el trabajo…No vale de nada ir al trabajo, ir a sentarse y a pudrirme como un trozo roñoso de metal en esa miseria de fábrica.

-Su trabajo es de vital importancia- recalcó Jackson, mientras fregaba los platos, cubierto hasta la antena de goma para evitar que le cayera agua en los circuitos. 

-Qué tonterías dices. Como si alguno de ustedes se estropeara alguna vez. Lo más grave que he llegado a atender fue cuando se prendió la caldera y los robots que trabajaban dentro casi se calcinan. Los reparé, ¿Y qué crees que pasó?

-No lo sé, señor.

-Pues que el señor Boggins ya había encargado robots nuevos, de última generación, entonces los que reparé fueron a dar al trastero. -Le rechinaron los dientes- ¡Dos días de trabajo desperdiciados porque podía comprar máquinas nuevas! ¡Qué asco de oficio! 

Esto último lo dijo acompañado de un fuerte golpe a la mesa, que derramó el té por todo el piso. Gruñó y fue por el trapero.

-Yo lo limpio, señor.- dijo Jackson, apresurándose a tomar un trapo.

-Apártate del camino y déjame sentirme útil por una vez- le espetó Mark, amagando un puntapié en su dirección. 

Minutos más tarde, Mark se encontraba, como de costumbre, sentado en la silla de su minúscula oficina, leyendo un libro titulado ‘Cómo lidiar con la inactividad en la época de la robótica’. Tras varios minutos de intensa meditación acerca de la lectura, se puso en pie y se dirigió a la oficina del señor Boggins. 

Al llegar, alargó la mano para tocar la puerta, pero fue interrumpido por el guarda de seguridad.

-Permítame su nombre para anunciarlo- dijo,  con el acostumbrado chirrido metálico en la voz.

-Gracias, me anuncio solo- masculló Mark, y apartando al robot de un manotazo, abrió la puerta del despacho.

El despacho del señor Boggins era un amplio cuarto con ventanales de piso a techo, que reflejaban la luz en el pulido suelo marmoleado. la figura del jefe se recortaba contra el sombrío paisaje gris urbano. Mark carraspeó.

-Señor Boggins.

El señor Boggins se volteó. Iba vestido a la vieja usanza, con traje y corbata. El pelo, repeinado con goma, dejaba a la vista sus pobladas cejas, bajo las cuales asomaba la picardía en el brillo azul de sus ojos, uno de los cuales era metálico, reflejando la luz de la mañana. Al ver a Mark, una sonrisa se le dibujó en los pálidos labios.

-Me parece que no te has anunciado.- dijo sonriente, arrastrando las palabras en un siseo.

-No creí que hubiese necesidad de anunciarme, dado que no hay nadie más que yo aquí.- dijo Mark, escogiendo sus palabras con cuidado.

El señor Boggins alzó un dedo y lo movió de un lado a otro, chasqueando la lengua. 

-No no, no. Hasta los robots se anuncian. No te creas tan importante porque estás recubierto en carne.- dijo, y se echó a reír. Mark no comprendió el sentido de su risa, y esperó, incómodo, a que su jefe recuperase el aliento y dijese:

-Así, pues, ¿A qué has venido? Espero que no sea a reclamarme por lo de los robots de la caldera porque- tomó una larga bocanada de aire y siguió, con una sonrisa.-No pienso pagarte. 

Mark se irguió y dijo así, con una confianza y un furor desconocidos en la mirada:

-He venido a que me contrate. Quiero trabajar en la fábrica.

Al señor Boggins se le escapó una carcajada.

-¿Que te contrate? ¿Acaso, acaso piensas…?-Otro ataque de risa.-¿…piensas que puedes trabajar mejor que mis robots?

-Póngame a prueba.- Dijo Mark sin vacilar. Un mes. Si logro la cuota, sin perecer, usted re-establece la fábrica con mano de obra humana. Si yo fallo…

Los labios del señor Boggins aletearon.

-Si fallas, te ejecuto.

A Mark no le faltó determinación para decir:

-Que así sea.

Y bajo esta promesa de muerte, estrecharon las manos. 

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