Hace poco menos de tres años comenzó, oficialmente, mi vida en el ámbito laboral. Y con ella llegaron inseguridades también. No eran las típicas inseguridades convencionales de un joven promedio de 23 años. Estas inseguridades, vaya usted a preguntarse, eran del tipo existencial.
A costa de las cosas, personas y circunstancias que me rodearon desde mi nacimiento, llegué a creer que estar bien adaptado a esta sociedad, como lo eran las personas a las que yo tenia como figuras de autoridad, estaría más que bien. No solo eso. Llegué a creer que era el camino principal a una vida de plenitud.
Al terminar mis estudios superiores, elegidos y planeados cuidadosamente durante casi toda mi vida consiente, creí que por fin alcanzaría mi plenitud. Vaya sorpresa me llevé, cuando me di cuenta que todos los propósitos de mi larga, pero muy corta a la vez, vida hasta entonces estaban sirviendo a nada más que al monstruo que aprisiona en el occidente.
Cuando apenas eres alguien con poca, por no decir nula, experiencia en la vida das por hecho lo que alguien más te induce y que por tu cuenta ignoras. Me di cuenta que las exigencias de mi labor me llevarían a tener un buen puesto, sueldo y calidad de vida por arriba del promedio. Yo emocionado acepté y sin dudarlo mi vida regalé.
Un pensamiento me invadió; Será que ya la hice? No estaba más equivocado.
Un buen hombre dijo una vez: Ojo con aquellos que son pura mascara, pues son ciegos altavoces de la sociedad que les dio forma. Creo plenamente que el humano existe en tribu, incluso hoy, en el siglo XXI simplemente para servir y mejorar la sociedad y el pensamiento colectivo, pero cuando te das cuenta que todos los motivos para los cuales tu sociedad sirve están equivocados, hay de dos opciones, o lo ignoras y sigues viviendo una mentira, sabiendo que no llegará nada bueno o la otra opción. Sin pensarlo elegí la segunda opción. Segundo error.
Abandoné a la sociedad. Como todo un chango sin preocupaciones mas que las de escalar lo mas alto que pudiera me dejé caer en mis propios impulsos. Asqueado de lo que la sociedad representa me alejaba en dirección opuesta, refunfuñando y creyendo en mi superioridad por haber tenido el valor de hacerlo, pero eso no me hacía sentir diferente del todo. A los meses, con hábitos deplorables me encontraba siendo preso de mi mismo. Si no tienes convicciones de ayudar a tu sociedad y tampoco cuentas con un propósito en tu vida, es muy fácil dejarte caer en impulsos de la carne.
Me despertaba a las 3:00PM solo para jugar videojuegos, ver videos y fumar de esas hiervitas mágicas, que no son malas en absoluto pero el humano, como siempre, al abusar de ellas lo quita lo especial. Y así seguía hasta las 5:00AM, cuando el sueño y la depresión me mandaban a la cama.
Libre del yugo de la sociedad. Esclavo de un cuerpo de carne.
El día antes de cambiar, hice un espectrómetro poniendo ambas versiones de mi en cada extremo. En el lado izquierdo estaba mi lugar en la sociedad, lo que aporto y lo que ella me aporta a mi, así como cual es mi papel en ella. En el derecho todos mis impulsos y vicios en singular. Supuse, por lógica, que en el centro de estas dos podría estar lo que más se le pueda acercar a la mejor versión de mi.
Como un tango, he estado tratando de llevar mi vida bajo el baile sensual de estos dos polos opuestos, haciendo caso a los dos sin hacer caso omiso a ninguno. Mi vida mejoró bastantemente. No en torno al dinero, no en torno a mi lugar en esta canica azul, si no más bien en mi espiritualidad y satisfacción conmigo mismo.
Ahora tengo un empleo que no me exige horas fuera de las legalmente permitidas por mi mismo, solo para tener suficiente tiempo libre para invertirlo en mi verdadera pasión. Llevando una vida de buenos hábitos y con amor propio y hacia los demás, podemos cambiar el sueño colectivo y organizar el curso a una nueva era en la humanidad. Una en la que el trabajo mutuo, por ideales que en verdad importen para ayudar a nuestro planeta, pero también para avanzar a lo que sea que siga en nuestra historia
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