Bonifacio viajaba en la troca lechera, era la única forma de trasladarse de su pueblo a la ciudad. Se agarraba con veinte uñas de las redilas, no quería caer, porque todo estaba lleno de cántaros del delicioso líquido y tenía muy poco espacio para él.
Al avanzar en su camino pensaba en los tiempos felices que dejaba atrás; cuando sus tierritas si producían frijol y ya hasta tenía 3 vaquitas y un burro; pensaba que si juntaba unas diez y un caballo ya podía casarse con Pilar, lamentablemente esos dos años de canija sequía le robaron todo.
Llegó por fin a su destino después de seis horas de sed y sol, su meta era encontrar un trabajo en lo que fuera, ya no aguantaba la cochina hambre. Se despidió del chofer de la troca y caminó sin rumbo por las calles asfaltadas y llenas de personas que parecían muy apuradas.
Al primer lugar que se arrimó fue a una fonda, gastaría sus últimos dos pesos en una comida, la mesera se acercó a tomar su pedido y Bonifacio mirando al suelo le preguntó que podía llevarse a la boca con su dinero.
-Uy compa! Con eso nomás te puedo traer un taco de frijoles y un café.
Él aceptó y esperó con sus tripas rugientes a que llegará su única comida del día. La mesera trajo pronto su encargo y mientras comía, el sabor de ese café negro le alegró un poco su alma adolorida: recordó en ese olor a su madrecita limpiando frijoles en la mesa, mientras él jugaba a sus pies.
Se acabó muy rápido su taco con café y mientras le daba el pago a la mesera también le preguntó si sabía de algún trabajo, ella le dijo que no, pero que fuera a la fundidora, a lo mejor allí ocupaban peones.
Bonifacio se dirigió hacia el supuesto trabajo y caminó un rato según las instrucciones de la mesera, al llegar había muchos edificios grandes y muchas chimeneas que lanzaban humo negro que olía muy feo. Vio a un hombre mayor sentado en un bote y fumando un cigarro, se le acercó y notó su cara tiznada y su ropa llena de brea.
-Vienes a buscar trabajo ¿verdad?
Bonifacio asintió.
-Aquí si hay, pero te vas a morir, aquí todos vienen con hambre, pero se petatean pronto, yo tengo un mes y ya duré mucho.
-En mi pueblo ya no tengo nada.
-Si insistes allá esta la oficina del patrón.
Caminó hacia el lugar, toco la puerta y una voz carrasposa le pidió que pasara. Un hombre gordo y bigotón con una mancha de comida en su camisa estaba sentado en un escritorio:
– Indio, ¿vienes por trabajo?
-Si señor.
–12 pesos diarios y un catre para dormir, vas a limpiar los hornos, si no te mueres en dos meses te enseñan a fundir. Ya vete y dile al que te mandó aquí que te lleve con el capataz.
Bonifacio salió de allí hacia su nueva vida.
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