El Noveno Compañero

El Noveno Compañero

Giré el volante y salí de la carretera principal con la costumbre propia de quienes llevan muchos años recorriendo la misma ruta. Estacioné el vehículo oficial a unos veinte metros del parque «no quería que Edgar lo viera». Sonreí al ver que no había nadie cerca. No sé por qué me preocupé, hace mucho que nadie presta atención a esas cosas con las que llevaba diecisiete años trabajando. La gente perdió el interés en ellos muy rápido, por supuesto que se volvieron puntos turísticos al principio, pero luego nadie más se interesó. Nadie, excepto la teniente Melanie Cornejo. Mi jefa, y la encargada del departamento de seguridad estatal, adscrito al ministerio de la presidencia. Todavía recuerdo, con cierta ilusión, lo que me dijo hace diecisiete años cuando nos conocimos: «Elvira, este trabajo cambiará tu vida, te lo puedo asegurar». 

—¿Mamá? —Su tierna voz me sacó del letargo en el que me hundieron mis recuerdos—. Prometiste que me llevarías a ver el desfile. 

—No lo he olvidado gruñón —advertí al notar su carita molesta—. Mami tiene que hablar algo importante con una amiga, pero vamos a terminar rápido.  

—Pero estás usando el uniforme —reclamó— papá dice que cuando vas a trabajar, todo lo demás deja de ser importante. 

—¡¿Y qué sabe él acerca de las cosas verdaderamente importantes?! —Antes de darme cuenta, ya estaba gritando otra vez. Edgar cumpliría nueve años la próxima semana, pero ya estaba acostumbrado a mis cambios de humor, en parte, gracias a los comentarios de su padre—. No fue lo que quise decir. Lo lamento. —Mis disculpas fueron sinceras, aun así, él optó por torcer la boca y mirar en otra dirección.  

—Siempre es lo mismo contigo —recalcó sin mirarme— solo trabajas y trabajas. Parece como si eligieras estar con esas cosas, en lugar de con tu familia. 

—Dejaré el aire acondicionado encendido —comenté con los ojos cerrados, en un patético intento por disimular mis lágrimas.  

Abrí la puerta y salí sin mirar atrás. Debía verme ridícula en ese momento. Toda una oficial estatal con su uniforme verde y negro, adscrita a uno de los ministerios más poderosos del país, caminando por aquella calle abandonada y llorando como una adolescente resentida. Antes de llegar al parque ya podía ver a mi noveno compañero, o algunas partes de él. Los dos brazos derechos sobresalían por encima de su cabeza sin rostro, y debajo, el extraño cúmulo de alas entrelazadas unas con otras. No importaba el tiempo que transcurriera, aquella cosa que fingía ser una estatua seguía causándome escalofríos. Aparecieron hace diecisiete años, y en un primer momento, se volvieron la noticia más importante en la primera plana de los diarios más reconocidos del mundo. «Diecisiete extrañas estatuas blancas aparecen el territorio de Panamá» rezaba el primer titular que vi sobre ellos. En ese entonces, acababa de salir de la academia con ganas de comerme al mundo. No tenía manera de saber que pasaría los siguientes años vigilándolos.   

Cuando ellos aparecieron el mundo enloqueció. Todos querían conocer más de las misteriosas estatuas blancas en Panamá. Durante un año completo tuvimos arquitectos, biólogos, físicos, investigadores de todo tipo. Nadie pudo explicar lo que eran y con el pasar de los años dejó de importar. Todos volcaron su atención a cosas más importantes, todos, excepto mi jefa, quien exigió una comisión de oficiales permanentes para mantener en vigilancia a las estatuas. Los años pasaron y mis sueños se fueron extinguiendo uno a uno. Me casé con un apuesto abogado, rubio y atlético. Ambos engordamos juntos, y cuando tratamos de tener hijos terminé con tres abortos. Por supuesto que él me culpó. Las mujeres siempre tendremos la culpa. Si trabajamos demasiado somos unas neuróticas, si no trabajamos lo suficiente somos unas incapaces. Cuando al fin logré embarazarme, luego de gastar una pequeña fortuna en una conocida clínica de fertilidad, mi esposo ya tenía dos amantes. Los años me llevaron a acostumbrarme. Mis compañeros de trabajo no eran mis colegas, eran las estatuas. Pasaba tanto tiempo con ellas, que había empezado a notar leves cambios en sus formas. En ocasiones me encontraba con un brazo ligeramente inclinado, o con uno de los extraños ojos mirando en otra dirección. 

—¿Elvira? —Era ella. No podía confundir esa elegante voz—. Soy Pamela. No estaba segura de que vendrías. —alegó, mirándome con cierta curiosidad—. ¿Podemos hablar en otra parte? Esta cosa me tiene un poco nerviosa. —Señaló a mi noveno compañero. La estatua blanca tenía cuatro brazos, varias alas blancas en lugar de piernas, y una cabeza lampiña sin rostro. Los extraños ojos se distribuían a lo largo de su cuerpo.  

—Vine aquí a hablar con la amante de mi esposo. Se supone que esto no debe tomar mucho tiempo. —El término «amante» no fue de su agrado, lo supe por la expresión sombría en sus facciones jóvenes y delicadas. 

—Siendo así, no te haré perder el tiempo —empezó— estoy embarazada y Alan quiere el divorcio. 

—Creo que eso debería decírmelo él —repliqué enfurecida. No tenía tiempo para estar triste. Hace algunos años me habría molestado, pero no ahora—. Ya que te gusta hacer de mensajera, puedes decirle que, si quiere el divorcio, entonces también estará dispuesto a perder la mitad de sus cosas. 

—Alan es un fantástico abogado —proclamó sonreída— si alguien perderá la mitad de sus cosas aquí, puedo asegurarte de que no será él, y si molestas más de la cuenta, entonces puede que te quedes sin la custodia del mocoso. 

No recuerdo en qué momento tomé la piedra. Cuando recuperé la compostura Pamela estaba en el suelo con el cráneo aplastado. Mi noveno compañero fue el único testigo. Las gotas de sangre mancharon la superficie blanca de la estatua, pero al igual que en otras ocasiones, terminó absorbiendo la sangre. No era la primera vez que lo hacía, mis compañeros de trabajo me ayudaron en varias ocasiones. Ahora solo debía enterrarla bajo la estatua, nadie la buscaría ahí. Nadie la encontraría. Las palabras de mi jefa resonaron en mi cabeza una vez más «Elvira, este trabajo cambiará tu vida, te lo puedo asegurar».   

  

   

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